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un verdadero lobo, al acecho dentro de él, una criatura sin remordimientos que tomaba el control sobre ese momento y movimiento fatal.

      Ese animal era a la vez su amigo y su enemigo. Y lo amaba con un amor extraño que solo podía sentir hacia un enemigo mortal. Ese animal interior era lo que sacaba lo mejor de él, lo que realmente lo mantenía alerta.

      El lobo estaba esperando que ese animal atacara.

      Pero el animal no lo hizo.

      El lobo no apretó el gatillo.

      Se preguntó por qué.

      “Algo parece estar mal”, pensó.

      Entendió lo que pasaba.

      La vista del blanco en la cancha de tenis iluminaba a través de la mira normal era simplemente demasiado clara.

      Tomaría muy poco esfuerzo de su parte.

      No era un desafío.

      No sería digno de un verdadero lobo.

      Además, era demasiado pronto después de la última matanza. Las otras habían sido espaciadas para provocar ansiedad e incertidumbre entre los hombres que él detestaba. Acabar con Barton ahora interrumpiría el impacto psicológico y rítmico de lo que estaba haciendo.

      Sonrió un poco ante estos pensamientos. Se puso de pie con su arma y comenzó a caminar de vuelta por donde había venido.

      Se sentía bien por haber dejado a su presa por ahora.

      Nadie sabía cuándo atacaría de nuevo.

      Ni siquiera él mismo.

      CAPÍTULO SIETE

      Todavía estaba oscuro cuando el vuelo comercial de Riley despegó. Pero, incluso con el cambio de hora, sabía que sería de día en San Diego cuando llegara allí. Estaría en el aire durante más de cinco horas y ya se sentía bastante cansada. Tenía que estar completamente funcional mañana por la mañana para unirse a Bill y Lucy en la investigación. Tendría mucho trabajo por hacer y necesitaba estar preparada para ello.

      “Mejor duermo un poco”, pensó Riley. La mujer sentada junto a ella ya parecía estar durmiendo.

      Riley inclinó la silla hacia atrás y cerró los ojos. Pero, en lugar de quedarse dormida, se encontró recordando la obra de Jilly.

      Sonrió al recordar como Jilly, interpretando a Perséfone, golpeó a Hades sobre la cabeza y escapó del Inframundo para vivir su vida como quisiera.

      Recordar su primer encuentro con Jilly la entristecía. Ese encuentro había sucedido una noche en un estacionamiento de una parada de camiones en Phoenix. Jilly se había escapado de una vida familiar miserable con un padre abusivo y subido a la cabina de un camión estacionado. Había tenido la intención de venderle su cuerpo a un conductor.

      Riley se estremeció.

      ¿Qué habría sido de Jilly si no se la hubiera encontrado esa noche?

      Varios de sus amigos y colegas le habían dicho a Riley lo bueno que había hecho por Jilly.

      ¿Por qué no se sentía mejor al respecto? En su lugar, se sentía muy desesperada.

      Después de todo, había un sinnúmero de Jillys en el mundo, y muy pocas de ellas eran rescatadas de sus vidas terribles.

      Riley no podía ayudarlas a todas, al igual que no podía liberar al mundo de todos los asesinos despiadados.

      “Todo es tan inútil”, pensó. “Todo lo que hago es inútil”.

      Ella abrió los ojos y miró por la ventana. El avión había dejado las luces de DC detrás y afuera no había nada más que oscuridad impenetrable.

      Mientras miraba hacia la noche negra, pensó en su reunión de ese día con Bill, Lucy y Meredith, y lo poco que sabía sobre el próximo caso. Meredith había dicho que las tres víctimas habían sido disparadas desde una larga distancia por un tirador experto.

      ¿Qué le decía eso sobre el asesino?

      ¿Que el asesinato era un deporte para él?

      ¿O que estaba en una especie de misión siniestra?

      Una cosa parecía cierta: el asesino sabía lo que estaba haciendo, y era bueno en eso.

      El caso sin duda sería un desafío.

      Los párpados de Riley se estaban sintiendo pesados.

      “Tal vez pueda dormir un poco”, pensó. Volvió a inclinar la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

      *

      Riley estaba mirando lo que parecía ser miles de Rileys, todas ellas paradas en ángulos extraños una hacia la otra, volviéndose cada vez más pequeñas y, finalmente, desapareciendo en la distancia.

      Se volvió un poco y lo mismo hicieron todas las demás Rileys.

      Ella levantó su brazo y las demás también lo hicieron.

      Luego extendió una mano y la mano entró en contacto con una superficie de vidrio.

      “Estoy en una sala de espejos”, se dio cuenta Riley.

      Pero ¿cómo había llegado aquí? Y ¿cómo saldría?

      Escuchó una voz llamar...

      “¡Riley!”.

      Era la voz de una mujer y de alguna manera era familiar para ella.

      “¡Estoy aquí!”, respondió Riley. “¿Dónde estás?”.

      “Yo también estoy aquí”.

      De repente, Riley la vio.

      Estaba parada directamente en frente de ella, en medio de la multitud de reflejos.

      Era una mujer joven delgada y atractiva, con un vestido que parecía estar décadas fuera de moda.

      Riley supo de inmediato quién era.

      “¡Mami!”, dijo en un susurro aturdido.

      Se sorprendió al escuchar que su propia voz ahora era la de una niña.

      “¿Qué estás haciendo aquí?”, preguntó Riley.

      “Solo vine a despedirme”, dijo mami con una sonrisa.

      Riley se esforzó por comprender lo que sucedía.

      Entonces lo recordó...

      Mami fue asesinada en frente de Riley en una tienda de dulces a los seis años de edad.

      Pero mami estaba aquí, viéndose exactamente igual a la última vez que Riley la había visto con vida.

      “¿Adónde vas, mami?”, preguntó Riley. “¿Por qué tienes que irte?”.

      Mami sonrió y tocó el cristal que las separaba.

      “Estoy en paz ahora, gracias a ti. Puedo pasar a mejor vida ahora”.

      Poco a poco, Riley empezó a entender.

      Le había seguido la pista al asesino de su madre hace poco.

      Ahora era un vagabundo patético viviendo debajo de un puente.

      Riley lo había dejado allí, dándose cuenta de que su vida había sido castigo suficiente por su terrible crimen.

      Riley extendió la mano y tocó el cristal que la separaba de la mano de mami.

      “Pero no puedes irte, mami”, dijo. “Solo soy una niña”.

      “No, no lo eres”, dijo mami, su rostro radiante y feliz. “Mírate”.

      Riley miró su propio reflejo en el espejo junto a mami.

      Era verdad.

      Riley

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