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Antes de Que Vea . Блейк Пирс
Читать онлайн.Название Antes de Que Vea
Год выпуска 0
isbn 9781640290693
Автор произведения Блейк Пирс
Серия Un Misterio con Mackenzie White
Издательство Lukeman Literary Management Ltd
Mackenzie vio una sombra de duda cruzar el rostro de Bryers mientras Ellington decía eso. La verdad es que, si lo pensaba mejor, Bryers parecía estar algo incómodo. Quizá esa era la razón de que pareciera tan tímido.
“Claro,” dijo ella.
“Vamos,” dijo Ellington, haciéndole un gesto hacia la zona de estudio en la parte de atrás del edificio. “Te invito a un café.”
Mackenzie recordó la última vez que Ellington había mostrado tal interés por ella. Le había traído hasta aquí, hasta casi lograr su sueño de convertirse en agente del FBI y vivir los altibajos de todo ello. Seguirle ahora tenía sentido. Lo hizo, echando una mirada al Agente Bryers mientras salían y preguntándose por qué parecía tan incómodo.
*
“Así que ya te queda poco, ¿no es cierto?” preguntó Ellington cuando los tres se sentaron con las tazas de café que Ellington había comprado en el pequeño mostrador.
“Ocho semanas,” dijo ella.
“Te queda antiterrorismo, quince horas de simulación, y como unas doce horas en el campo de tiro, ¿verdad?” preguntó Ellington.
“¿Y cómo sabes tú eso?” preguntó Mackenzie, preocupada.
Ellington se encogió de hombros y le sonrió. “Me he creado un hobbie de estar al tanto de ti desde que llegaste aquí. Yo te recomendé, así que mi reputación también está en juego. Estás impresionando prácticamente a todos los que importan. Llegados a este punto, todo es mera formalidad. A menos que te las arregles para colapsar y quemarte durante las últimas ocho semanas, diría que ya estás dentro.”
Respiró hondo y pareció prepararse para algo.
“Lo que nos lleva a la razón por la que quería hablar contigo. El Agente Bryers está en una situación peliaguda y puede que precise de tu ayuda. Pero voy a dejar que te lo explique él.”
Bryers aún parecía dudar de la situación. Se vio hasta en la forma en que dejó reposar la taza de café y se tomó unos segundos para empezar a hablar.
“En fin, como dice el Agente Ellington, has causado una gran impresión en la gente que importa. En los últimos dos días, me han mencionado tu nombre tres veces.”
“¿Respecto a qué?” preguntó ella, algo nerviosa.
“Ahora mismo tengo un caso que ha hecho que mi compañero de trece años se aleje del Bureau,” explicó Bryers. “Ya está cerca de la edad de retirarse, así que no me resulta sorprendente. Aprecio a este hombre como si fuera un hermano, pero ya ha tenido suficiente. Ha visto más que suficiente durante sus veintiocho años como agente y no quería que otra pesadilla más le siguiera durante su jubilación. Por tanto, eso crea un hueco para un nuevo compañero que le reemplace. No sería una asociación permanente—solo por el tiempo suficiente para cerrar este caso.”
Mackenzie sintió una ráfaga de emoción en su corazón y supo que tenía que controlarse antes de que su necesidad de complacer e impresionar se adueñara de ella. “¿Es por eso que se mencionó mi nombre?” preguntó.
“Así es,” dijo Bryers.
“Pero tiene que haber varios agentes experimentados que puedan llenar ese hueco mejor que yo.”
“Seguramente hay agentes más apropiados,” dijo Ellington con convicción. “Pero por lo que podemos decir, este caso refleja el caso del Asesino del Espantapájaros de más de una manera. Eso, más el hecho de que tu nombre está sonando mucho, ha hecho que mucha gente importante piense que tú eres la persona perfecta.”
“Pero todavía no soy una agente,” señaló Mackenzie. “Quiero decir, con algo como esto, ¿realmente os podéis permitir esperar ocho semanas?”
“No estaríamos esperando,” dijo Ellington. “Y a riesgo de sonar pedante, esta no es una oferta que el Bureau le haría a cualquiera. Una oportunidad como esta—en fin, creo que cualquiera de los alumnos en esa clase de la que acabas de salir mataría por tenerla. No tiene nada de ortodoxo y unos cuantos peces gordos están haciendo la vista gorda.”
“Es que parece… poco ético,” dijo Mackenzie.
“Lo es,” dijo Ellington. “Es técnicamente ilegal de unas cuantas maneras. Pero no podemos pasar por alto las similitudes entre este caso y el que cerraste en Nebraska. O te metemos de extranjis ahora mismo o esperamos tres o cuatro días y esperamos a emparejar al agente Bryers con un nuevo compañero. Y no hay tiempo que perder.”
Sin duda, quería la oportunidad, pero le parecía demasiado pronto. Le parecía apresurado.
“¿Tengo tiempo para considerarlo?” preguntó.
“No,” dijo Ellington. “De hecho, cuando termine esta reunión, voy a hacer que te lleven los archivos sobre el caso a tu apartamento. Te daré unas cuantas horas para que los repases y después me pondré en contacto contigo al final del día para que me des una respuesta. Pero Mackenzie… te ruego encarecidamente que lo aceptes.”
Sabía que lo haría, pero no quería parecer demasiado ansiosa o atrevida. Además, había cierto grado de nerviosismo que estaba empezando a aparecer. Esta era su gran oportunidad. Y que un agente tan experimentado como Bryers quisiera su ayuda… en fin, era realmente increíble.
“Esta es la situación,” dijo Bryers, inclinándose sobre la mesa y bajando la voz. “Hasta el momento, tenemos dos cadáveres que han aparecido en el mismo vertedero. Las dos eran mujeres jóvenes; una tenía veintidós años, la otra diecinueve. Las encontraron desnudas y cubiertas de moratones. La más reciente mostraba señales de abuso sexual pero no hay ni rastro de fluidos corporales. Los cadáveres aparecieron con una diferencia de dos meses y medio, pero el hecho de que lo hicieran en el mismo vertedero con los mismos tipos de moratones…”
“No es una coincidencia,” dijo Mackenzie, pensando en voz alta.
“No, seguramente no,” dijo Bryers. “Así que dime… digamos que este fuera tu caso. Te lo acaban de pasar. ¿Qué es lo primero que harías?”
Le llevó menos de tres segundos responder a la pregunta. Cuando lo hizo, sintió cómo entraba en una especie de zona—donde sentía que sabía que tenía razón. Si había albergado alguna duda sobre si iba a asumir esta responsabilidad, se disipó en cuanto enunció su respuesta.
“Empezaría por el vertedero,” dijo ella. “Querría ver el área por mi cuenta, con mis propios ojos. Después querría hablar con los familiares. ¿Alguna de las mujeres estaba casada?”
“La de veintidós,” dijo Ellington. “Llevaba casada dieciséis meses.”
“Entonces sí,” dijo Mackenzie. “Empezaría por el vertedero y después hablaría con el marido.”
Ellington y Bryers intercambiaron una mirada certera. Ellington asintió y martilleó las manos en la mesa. “¿Contamos contigo?” preguntó.
“Podéis contar conmigo,” dijo ella, incapaz de aguantarse la emoción durante mucho más rato.
“Genial,” dijo Bryers. Rebuscó en su bolsillo y deslizó un manojo de llaves a través de la mesa. “No tiene sentido perder más tiempo. Pongámonos en marcha.”
CAPÍTULO TRES
Era la 1:35 cuando llegaron al vertedero. Los treinta grados de temperatura aumentaban el hedor del lugar, y las moscas hacían tanto ruido que parecía algún tipo extraño de música. Mackenzie conducía mientras que Bryers pasó a ocupar el asiento del copiloto, poniéndole al día de los detalles del caso.
Para cuando salieron del coche y se acercaron a los vertederos, Mackenzie estaba pensando que ya se había figurado a Bryers. Era, en su mayor parte, un hombre que seguía el libro al pie de la letra. No iba a llamar la atención