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de entrada, un solo hilo de tela blanca colgaba de una de las formas ovaladas de la valla. Puede que la tela en sí misma no produjera resultados pero al menos les daba un buen punto de partida para espolvorear en busca de huellas digitales.

      “¿Agente Bryers?” dijo ella.

      Él se acercó despacio, como si no esperara demasiado. A medida que se acercaba más, ella escuchó como entonaba un mmm mientras miraba al trozo de tela.

      “Buen trabajo, señorita White,” dijo.

      “Por favor, llámame Mackenzie,” dijo ella. “Mac, si te atreves.”

      “¿De qué crees que se trata?” preguntó.

      “Quizá nada. Pero a lo mejor una tira de tela de alguien que hace poco que escaló la valla. Puede que la tela no sirva de nada, pero nos da una zona concentrada en la que enfocarnos para buscar huellas digitales.”

      “Hay un pequeño equipo de pruebas en el maletero del coche. ¿Puedes ir a por él mientras llamo para comunicar esto?”

      “Claro,” dijo ella, dirigiéndose de vuelta al coche.

      Para cuando regresó donde él estaba, ya estaba terminando con la llamada. Todo parecía ser rápido y eficiente con Bryers. Era una de las cosas que le estaban empezando a gustar de él.

      “Bien, Mac,” dijo él. “Ahora sigamos por el sendero que indicaste antes. El marido de la víctima vive a unos veinte minutos de aquí. ¿Estás preparada?”

      “Lo estoy,” dijo Mackenzie.

      Regresaron al coche y salieron del vertedero que aún seguía cerrado. Por encima de sus cabezas, unas cuantas aves rapaces desempeñaban sus tareas con diligencia, observando el drama que se desarrollaba por debajo de ellos con aspecto indiferente.

      ***

      Caleb Kellerman ya tenía visitas en la forma de dos policías cuando Mackenzie y Bryers llegaron a su casa. Vivía a las afueras de Georgetown en una casa de dos plantas que resultaba ser una primera vivienda bastante agradable. Cuando pensaba que los Kellerman solo habían estado casados algo más de un año antes de que la esposa hubiera sido asesinada, Mackenzie sentía compasión por el hombre, pero también ira por lo que había sucedido.

      Una primera vivienda que no tuvo oportunidad de ver qué más podía llegar a ser, pensó Mackenzie mientras entraban a la casa. Es de lo más triste.

      Entraron por la puerta delantera, pasando a un pequeño recibidor que daba directamente a la sala de estar. Mackenzie podía sentir la escalofriante sensación de soledad y silencio que acompañaba la mayoría de las residencias poco después de una muerte. Esperaba acostumbrarse a ello en algún momento, pero le parecía difícil de creer.

      Bryers hizo las presentaciones con la policía que estaba afuera del recibidor y los chicos en uniforme parecieron aliviados de que les pidieran que se retiraran. Cuando comenzaron a salir, Bryers y Mackenzie entraron a la sala de estar. Mackenzie vio que Caleb Kellerman parecía increíblemente joven: podía pasar fácilmente por un chico de unos dieciocho años con su aspecto bien afeitado, su camiseta de Five Finger Death Punch, y sus pantalones cortos de camuflaje. Mackenzie fue capaz de pasar por alto su apariencia, concentrándose en vez de ello en el sufrimiento indescriptible que vio en el rostro del joven.

      Él les miró, esperando que alguno de los dos dijera algo. Mackenzie notó cómo Bryers le daba la luz verde, asintiendo con sutileza en dirección a Caleb. Ella dio un paso adelante, tan aterrorizada como halagada de que le concedieran tal autoridad. O Bryers la tenía en gran estima, o estaba tratando de hacer que se sintiera incómoda.

      “Señor Kellerman, soy la Agente White, y este es el Agente Bryers.” Sintió dudas por un instante. ¿De verdad se había presentado como la Agente White? Tenía un timbre agradable. Pasó esto por alto y continuó. “Sé que está lidiando con una pérdida y ni siquiera voy a pretender que le entiendo,” dijo ella. Mantuvo su voz en un tono bajo, cálida, pero firme. “No obstante, si queremos encontrar a la persona que hizo esto, realmente tenemos que hacerle algunas preguntas. ¿Está preparado para ellas?”

      Caleb Kellerman asintió. “Cualquier cosa que pueda hacer para asegurarme de que encuentran al hombre que hizo esto,” dijo él. “Haré lo que sea.”

      Había una rabia en su voz que hizo que Mackenzie deseara que alguien buscara algún tipo de terapia para Caleb durante los siguientes días. Había algo en sus ojos que parecía casi trastornado.

      “Bien, para empezar, necesito saber si Susan tenía enemigos… cualquiera que pudiera ser algo parecido a un rival.”

      “Había unas cuantas chicas con las que atendió secundaria que se ponían a fastidiarla en Facebook,” dijo Caleb. “Por lo general, era por cuestiones políticas. Y ninguna de esas chicas lo haría, de todas maneras. Solo se trataba de discusiones desagradables y cosas así.”

      “¿Y qué hay de su trabajo?” preguntó Mackenzie. “¿Le gustaba?”

      Caleb se encogió de hombros. Se sentó de nuevo en el sofá e intentó relajarse. Sin embargo, su rostro parecía estar atascado en una expresión permanente de desaprobación. “Le gustaba tanto como a cualquier otra mujer que haya ido a la universidad y consiga un trabajo que no tiene nada que ver con su licenciatura. Pagaba los recibos y, en ocasiones, las comisiones extra eran bastante buenas. Pero los horarios no le gustaban nada.”

      “¿Conocías a algunas de las personas con las que trabajaba?” preguntó Mackenzie.

      “No. Le escuché hablar de ellos cuando me contaba historias en casa, pero eso fue todo.”

      A continuación, intervino Bryers. Su voz sonaba muy distinta en el silencio de la casa ya que empleaba un tono sombrío. “Era una representante de ventas, ¿correcto? ¿Para la Universidad Un Usted Mejorado?”

      “Sí. Ya le di a la policía el número de su supervisor.”

      “Ya enviamos a algunos chicos del Bureau a hablar con él,” dijo Bryers.

      “Va a dar lo mismo,” dijo Caleb. “No la mató nadie del trabajo. Puedo asegurarlo. Sé que suena estúpido, pero es la sensación que tengo. Todos en su trabajo son gente agradable… en el mismo barco que nosotros, intentando llegar a fin de mes y pagar sus recibos. Gente honesta, ¿sabe?”

      Por un momento, estuvo a punto de echarse a llorar. Retomó la compostura, miró al suelo para retomar control, y volvió a elevar la vista. Las lágrimas que apenas acababa de reprimir salieron flotando de las comisuras de sus ojos.

      “Muy bien, entonces ¿qué se le ocurre que nos pueda guiar por el camino adecuado?” preguntó Bryers.

      “No lo sé,” dijo Caleb. “Tenía una hoja de ventas con los clientes que iba a visitar ese día, pero nadie puede encontrarla. Los policías dijeron que seguramente se debe a que el asesino la cogió y la tiró.”

      “Seguramente fue así,” dijo Mackenzie.

      “Todavía no lo entiendo,” dijo Caleb. “Todavía no parece real. Estoy esperando a que ella vuelva a entrar por esa puerta en cualquier momento. El día que murió… empezó como cualquier otro día. Me dio un beso en la mejilla mientras me vestía para ir al trabajo y me dijo adiós. Se fue a la parada del autobús, y eso fue todo. Esa fue la última vez que la vi.”

      Mackenzie vio que Caleb estaba a punto de perder los nervios y, por mucho que pareciera un error hacerlo, añadió una última pregunta antes de que él se viniera abajo.

      “¿Parada de autobús?” preguntó.

      “Sí, tomaba el autobús para ir a la oficina todos los días; tomaba el de las ocho y veinte para llegar a tiempo al trabajo. Nuestro coche nos dejó tirados hace dos meses.”

      “¿Dónde se encuentra esa parada de autobús?” preguntó Bryers.

      “A dos manzanas,” dijo Caleb. “Se trata de una de esas paradas que parecen

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