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un jadeo y solo tuvo tiempo de enroscarse, luchando por respirar. Cuando lo hizo, apenas era consciente de cómo el hombre la estaba recogiendo y echándosela al hombro como si se tratara de una pobre cavernícola a la que estaba arrastrando de vuelta a la cueva.

      Trató de luchar con él, pero todavía no podía inspirar nada de aire en sus pulmones. Era como si estuviera paralizada, ahogándose. Todo su cuerpo parecía flojear, hasta su cabeza. Su sangre goteaba sobre la parte de atrás de la camisa del hombre y esto fue todo lo que pudo ver mientras la llevaba por la casa.

      En algún momento, se dio cuenta de que le había llevado a otra casa—una que parecía estar adosada de alguna manera a la casa en que se encontraban hacía un minuto. La tiraron al suelo como si se tratara de una bolsa llena de piedras, golpeando la cabeza contra un magullado suelo de linóleo. Puntos brillantes de dolor cruzaron sus ojos al tiempo que por fin conseguía aspirar el más mínimo aire. Rodó por el suelo, pero cuando se las arregló para ponerse en pie, allí estaba él de nuevo.

      Se le estaba nublando la vista pero podía ver lo suficiente como para saber que había abierto algún tipo de puerta pequeña en el lateral de una pared—que se escondía detrás de cierto laminado falso. Estaba oscuro allí dentro, cubierto de polvo y de algún material de aislamiento que colgaba en tiras rasgadas. El corazón le golpeó el pecho, como si se le quisiera salir del esternón, cuando se dio cuenta de que la estaba llevando allí.

      “Aquí estarás a salvo,” le dijo el hombre mientras se agachaba y la arrastraba hacia el escondite.

      Se vio en la oscuridad, tumbada sobre unas tablas rígidas que hacían de piso. Solo podía oler a polvo y a su propia sangre, que todavía goteaba de su nariz machacada. El hombre… sabía su nombre pero no podía recordarlo. La palabra del momento era sangre y dolor además de un dolor punzante en el tórax ya que todavía tenía dificultades para respirar.

      Por fin, consiguió tomar una inspiración y la quiso utilizar para gritar, pero en vez de ello, dejó que le llenara los pulmones, aliviando su cuerpo. En ese momento de breve alivio, escuchó cómo la puerta del escondite se cerraba por detrás de ella y ahí se quedó abandonada en la oscuridad.

      Lo último que escuchó antes de que el mundo se volviera negro fue su risa al otro lado de la puerta.

      “No te preocupes,” dijo él. “Todo esto acabará pronto.”

      CAPÍTULO UNO

      La lluvia estaba cayendo con consistencia, justo con la fuerza necesaria para que Mackenzie White no pudiera escuchar sus propias pisadas. Eso estaba bien. Eso significaba que el tipo al que estaba dando caza tampoco podría escucharles.

      Aun así, tenía que avanzar con precaución. No solo estaba lloviendo, sino que era ya muy de noche. El sospechoso podía aprovecharse de la oscuridad igual que ella. Y las titilantes luces de las farolas no le estaban haciendo ningún favor.

      Con el pelo prácticamente empapado y su gabardina tan mojada que estaba básicamente adherida a ella, Mackenzie cruzó la calle desierta a un ritmo casi de desfile. Por delante suyo, su compañero ya se encontraba en el edificio al que querían entrar. Podía ver su silueta agachada junto a la antigua estructura de hormigón. Cuando se acercó a él, iluminada solo por la luz de la luna y una sola farola a una manzana de distancia, apretó con fuerza el Glock que le habían dado en la Academia y que llevaba en la mano.

      Le estaba empezando a gustar la sensación de tener un arma en las manos. Era más que una sensación de seguridad, algo más parecido a una relación. Cuando sostenía un arma en las manos y sabía que la iba a disparar, sentía una conexión íntima con ella. Nunca había sentido esto cuando trabajaba como detective menospreciada en Nebraska; era algo nuevo que la Academia del FBI le había sacado de dentro.

      Llegó al edificio y se acurrucó junto a la pared con su compañero. Aquí, cuando menos, la lluvia ya no le golpeaba.

      Su compañero era Harry Dougan. Tenía veintidós años, fornido, y atrevido de una manera sutil y casi respetable. Le alivió comprobar que él también parecía algo nervioso.

      “¿Conseguiste hacer contacto visual?” le preguntó Mackenzie.

      “No, pero la habitación delantera está despejada. Eso se puede ver a través de la ventana,” dijo él, señalando hacia delante. Había una sola ventana, rota y dentada.

      “¿Cuántas habitaciones?” preguntó ella.

      “Tres que sepa con certeza.”

      “Deja que vaya por delante,” dijo ella. Se aseguró de que no sonara como una pregunta. Hasta en Quantico, las mujeres tenían que ser asertivas para que les tomaran en serio.

      Él le hizo un gesto para que se adelantara. Después de pasar por delante suyo, se deslizó hacia la entrada del edificio. Echó un vistazo y vio que no había moros en la costa. Estas calles estaban desoladas y todo parecía apagado.

      Hizo un gesto rápido para que Harry se adelantara y él lo hizo sin dudarlo. Sostenía su propio Glock con firmeza en la mano, manteniéndolo bajo durante su persecución, como les habían enseñado. Juntos, reptaron hasta la entrada del edificio. Se trataba de una mole de hormigón—quizá un viejo depósito o almacén—y la puerta mostraba su antigüedad. También era obvio que estaba abierta, había una grieta oscura que dejaba ver el interior del edificio.

      Mackenzie miró a Harry y contó hacia atrás con los dedos. Tres, dos…, ¡uno!

      Presionó su espalda contra la pared de hormigón cuando Harry se agachó, abrió la puerta de un empujón y entró. Ella se giró por detrás de él, los dos operando como una máquina bien engrasada. Sin embargo, una vez entraron al edificio, casi no había nada de luz. Ella buscó rápidamente su linterna a un costado. Justo cuando estaba a punto de encenderla, se detuvo. La luz de una linterna revelaría su posición de inmediato. El sospechoso los podría ver desde la distancia y posiblemente escapar de ellos… una vez más.

      Guardó la linterna y reclamó la posición de líder de nuevo, andando en cuclillas delante de Harry con el Glock ahora apuntando a la puerta a su derecha. Cuando sus ojos se ajustaron a la oscuridad, pudo ver más detalles del lugar. Estaba casi desierto. Había unas cuantas cajas de cartón empapadas apoyadas en la pared. Un caballete y varios cables viejos yacían abandonados cerca de la esquina más alejada de la habitación. Por lo demás, la habitación central estaba vacía.

      Mackenzie caminó hacia la puerta a su derecha. No era más que una entrada, ya que la puerta propiamente dicha había sido retirada hacía tiempo. Dentro, las sombras ocultaban casi todo. Además de una botella de cristal rota y lo que parecían ser excrementos de rata, la habitación estaba vacía.

      Se detuvo y empezó a darse la vuelta cuando se dio cuenta de que Harry le estaba siguiendo demasiado de cerca. Casi le pisó los pies cuando empezó a retirarse de la habitación.

      “Perdona,” susurró en la oscuridad. “Pensé que—”

      Le interrumpió el sonido de un disparo, que fue seguido de inmediato por un uf que salía de los labios de Harry mientras se caía al suelo.

      Mackenzie se apoyó con fuerza contra la pared cuando sonó otro disparo. El disparo golpeó la pared desde el otro lado; pudo sentir su impacto contra su espalda.

      Sabía que, si actuaba con rapidez, podría atrapar al perpetrador ahora mismo en vez de meterse en el tiroteo que llegaba del otro lado de la pared. Miró a Harry, vio que seguía moviéndose y estaba coherente en su mayor parte, y se acercó a él. Le arrastró a través de la entrada, fuera de la línea de fuego. Al hacerlo, llegó otro disparo. Sintió cómo pasaba justo sobre su hombro, y cómo el aire silbaba alrededor de su gabardina.

      Una vez puso a Harry a salvo, no quiso perder el tiempo y decidió actuar. Agarró su linterna, la encendió, y la arrojó por la puerta. Resonó en el suelo unos segundos después, su halo blanco danzando salvajemente en el suelo al otro lado de la pared.

      Cuando el ruido se detuvo, Mackenzie

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