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pensó.

      John empezó a hacerle preguntas. Sin embargo, no volvió a tocar el tema de los asesinatos en Lanton. Como de costumbre, Riley no habló de ciertos temas: su relación conflictiva con su padre, su adolescencia rebelde y sobre todo que había presenciado el asesinato de su madre de niña.

      Riley también se dio cuenta de que, a diferencia de Ryan o John, realmente no tenía mucho que decir sobre sus planes para el futuro.

      «¿Qué dice eso de mí?», se preguntó.

      Llegó al tema de su relación con Ryan y que se habían comprometido ayer. Sin embargo, no mencionó que estaba embarazada. No notó ningún cambio en particular en el comportamiento de John.

      «Supongo que es naturalmente encantador», pensó.

      Le alivió el hecho de que se había precipitado. No había estado coqueteando con ella después de todo.

      Era un buen tipo y ansiaba conocerlo mejor. De hecho, se sentía bastante segura de que John y Ryan se llevarían bien. Tal vez podrían pasar el rato juntos pronto.

      Cuando todos los pasantes terminaron de comer, Hoke Gilmer los llevó a un gran vestuario que sería su sede durante estas diez semanas. Un agente menor estaba ayudando a Gilmer a asignarles un casillero a cada uno de los pasantes. Luego todos los pasantes se sentaron en las mesas y sillas en el centro de la sala y el agente más joven comenzó a repartir teléfonos celulares.

      Gilmer explicó: —Ya falta poco para el siglo XXI y al FBI le gusta estar en la vanguardia. No repartiremos buscapersonas este año. Quizá algunos de ustedes ya tengan teléfonos celulares, pero queremos que tengan otro exclusivo para el FBI. Encontrarán instrucciones en el paquete de orientación. —Luego Gilmer se echó a reír cuando añadió—: Espero que no les cueste tanto aprender a usarlos como a mí.

      Algunos de los pasantes se echaron a reír.

      El teléfono celular se sentía extrañamente pequeño en su mano. Estaba acostumbrada a los teléfonos de casa más grandes y nunca había utilizado un teléfono celular. Aunque había utilizado computadoras en Lanton y algunos de sus amigos tenían teléfonos celulares, ella aún no tenía uno. Ryan ya tenía una computadora y un teléfono celular y a veces se burlaba de Riley por ser chapada a la antigua.

      No le gustaba cuando Ryan se burlaba de ella. La verdad era que la única razón por la que no tenía teléfono celular era porque no podía pagarlo.

      Este era muy parecido al de Ryan, muy simple, con una pequeña pantalla para mensajes de texto, un teclado numérico, y solo tres o cuatro botones. Aun así, se sentía extraña por el hecho de que ni siquiera sabía hacer una llamada con él. Sabía que también se sentiría rara por el hecho de que podía ser localizada en cualquier momento.

      Se recordó a sí misma: «Estoy empezando una nueva vida».

      Riley vio que unas personas, la mayoría hombres, acababan de entrar al vestuario.

      Gilmer dijo: —Cada uno de ustedes estará siguiendo a un agente especial experimentado durante sus prácticas. Primero les enseñarán sus propias especialidades: análisis de datos sobre delitos, trabajo forense, sala de computación, entre otras cosas. Se los presentaremos y ellos se encargarán de todo desde aquí.

      Cuando el agente menor comenzó a emparejar a cada pasante con su agente supervisor, Riley vio que faltaba un agente.

      Efectivamente, después de que los pasantes se fueron con sus mentores, Riley se encontró sin un mentor. Miró a Gilmer con perplejidad.

      Gilmer sonrió y dijo: —Encontrarás a tu agente supervisor en la sala diecinueve.

      Sintiéndose un poco inquieta, Riley salió del vestuario y por el pasillo hasta encontrar la sala correcta. Abrió la puerta y vio a un hombre de mediana edad bajito y con el pecho fuerte y grueso sentado en una mesa.

      Riley jadeó en voz alta a lo que lo reconoció.

      Era el agente especial Jake Crivaro, el agente con el que había trabajado en Lanton, el hombre que le había salvado la vida.

      CAPÍTULO TRES

      Riley sonrió cuando reconoció al agente especial Jake Crivaro. Había pasado toda la mañana entre extraños y le alegraba ver una cara conocida.

      «Supongo que esto no debería sorprenderme», pensó.

      Recordó lo que Jake le había dicho en Lanton cuando le había entregado los documentos para el programa de prácticas:

      —Estoy en condiciones de jubilarme, pero podría quedarme un tiempo para ayudar a alguien como tú a empezar.

      Debió haber solicitado ser el mentor de Riley.

      Pero la sonrisa de Riley se desvaneció rápidamente cuando vio que el agente Crivaro no estaba sonriendo.

      De hecho, el agente Crivaro no se veía nada feliz de verla.

      Aún sentado en la mesa, cruzó los brazos y asintió con la cabeza hacia un hombre de aspecto amigable de unos veinte años que se encontraba cerca.

      Crivaro dijo: —Riley Sweeney, quiero que conozcas al agente especial Mark McCune. Es mi compañero en un caso en el que estoy trabajando.

      —Mucho gusto —dijo el agente McCune con una sonrisa.

      —Igualmente —dijo Riley.

      McCune se veía mucho más amigable que Crivaro.

      Crivaro se levantó de la mesa y dijo: —Considérate afortunada, Sweeney. Mientras que los otros pasantes estarán atrapados aquí aprendiendo a utilizar archivadores y clips de papel, tú estarás en el campo. Acabo de llegar de Quantico para trabajar en un caso de drogas. Te unirás a nosotros. Ya nos vamos a la escena.

      El agente Crivaro salió de la sala.

      Mientras Riley y el agente McCune lo siguieron, Riley pensó: «Me llamó Sweeney».

      En Lanton, siempre la había llamado Riley.

      Riley le susurró a McCune: —¿El agente Crivaro está molesto por algo?

      McCune se encogió de hombros y le susurró de vuelta: —Dímelo tú. Este es mi primer día trabajando con él, pero me dijeron que tú ya trabajaste en un caso con él. Dicen que lo impresionaste mucho. Tiene la reputación de ser un poco brusco. Su último compañero fue despedido.

      Riley estuvo a punto de decir: —Eso no lo sabía.

      Crivaro nunca había mencionado que tenía un compañero.

      Aunque Crivaro había sido duro, nunca le había parecido «brusco». De hecho, lo consideraba una figura paterna amable, una muy distinta a su verdadero padre.

      Riley y McCune siguieron a Crivaro hasta un auto en el estacionamiento del edificio del FBI. Nadie habló mientras Crivaro condujo hacia el norte por las calles de DC.

      Riley comenzó a preguntarse si Crivaro explicaría lo que tendrían que hacer una vez que llegaran a la escena.

      Finalmente llegaron a un vecindario de mala pinta. Las calles estaban llenas de casas adosadas que alguna vez debieron haber sido bonitas pero que ahora estaban muy deterioradas.

      Aun conduciendo, el agente Crivaro finalmente habló: —Dos hermanos, Jaden y Malik Madison, llevan dos años aproximadamente manejando un negocio de drogas. Han sido muy descarados al respecto. Hasta venden drogas en la calle, como si fuera un mercado al aire libre. La policía local no ha podido hacer nada para detenerlos.

      —¿Por qué no? —preguntó Riley.

      Crivaro dijo: —La pandilla anda pendiente de la policía. Además, tenían a todo el vecindario aterrorizado. Hasta hacían disparos desde sus autos en movimiento. Unos niños recibieron disparos por eso. Nadie se atrevía a hablar con la policía sobre lo que estaba pasando. La policía llamó al FBI hace unos días pidiendo

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