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día que había recibido su título de licenciada en psicología de la Universidad de Lanton había sido muy loco, un día que le había cambiado la vida. Inmediatamente después de la ceremonia, un agente del FBI la había reclutado para un programa de prácticas de diez semanas. Justo después de eso, Ryan le había pedido que se fuera a vivir con él en Washington, ya que había encontrado trabajo allí.

      Lo sorprendente de todo era que su programa de prácticas y el nuevo trabajo de Ryan quedaban en Washington, DC. Así que ella no había tenido que decidir nada.

      «Al menos no se alteró cuando le dije que estaba embarazada», pensó.

      De hecho, la noticia al parecer lo había dejado encantado. Se había puesto un poco más nervioso por el hecho de que tendrían un bebé en los días transcurridos desde la graduación, pero lo entendía ya que ella también estaba bastante nerviosa.

      Le resultaba difícil de comprender. Apenas iban empezando su vida juntos y pronto estarían compartiendo la mayor responsabilidad del mundo: criar a su propio hijo.

      «Más nos vale que estemos listos», pensó Riley.

      Entretanto, se sentía extraño estar poniendo sus viejos libros de texto de psicología en los estantes. Ryan había intentado convencerla de que los vendiera, y sabía que probablemente debió haberlo hecho…

      «Necesitamos el dinero», pensó.

      Aun así, tenía la sensación de que necesitaría estos libros en el futuro, aunque no estaba segura de por qué o para qué.

      La caja también contenía muchos libros de derecho de Ryan, los cuales ni siquiera había considerado vender. Probablemente los utilizaría en su nuevo trabajo como abogado de nivel inicial en el bufete de abogados Parsons y Rittenhouse.

      A lo que vació la caja y terminó de poner todos los libros en los estantes, Riley se sentó en el piso y se quedó mirando a Ryan, quien se encontraba empujando y reposicionando los muebles como si estuviera tratando de encontrar el lugar perfecto para todo.

      Riley contuvo un suspiro y pensó: «Pobre Ryan».

      Sabía que no estaba muy contento de haberse mudado a este apartamento de sótano. Había tenido un apartamento más bonito en Lanton, con los mismos muebles que habían traído aquí: una colección gratamente bohemia de artículos de segunda mano.

      A ella le parecía que las cosas de Ryan se veían muy bien aquí. Y el apartamento pequeño no le molestaba en absoluto. Se había acostumbrado a vivir en una residencia en Lanton, por lo que este lugar parecía muy lujoso, a pesar de los tubos descubiertos que colgaban sobre el dormitorio y la cocina.

      Aunque los apartamentos de los pisos de arriba eran mucho mejores, este era el único que había estado disponible. Cuando Ryan lo visitó por primera vez, no quiso alquilarlo. Pero la verdad era que esto era lo único que podían pagar. No estaban bien financieramente. Ryan había sobregirado su tarjeta de crédito con los gastos de la mudanza, el depósito del apartamento y todo lo demás que habían necesitado para este cambio trascendental en sus vidas.

      Ryan finalmente miró a Riley y le dijo: —¿Qué te parece si tomamos un descanso?

      —Me parece bien —dijo Riley.

      Riley se levantó del piso y se sentó en la mesa de la cocina. Ryan tomó un par de refrescos del refrigerador y se sentó con ella. Los dos se quedaron en silencio y Riley percibió de inmediato que Ryan tenía algo en mente.

      Finalmente, Ryan le dio unos golpecitos a la mesa con sus dedos y dijo: —Eh, Riley, tenemos que hablar de algo.

      «Eso suena grave», pensó Riley.

      Ryan se volvió a quedar callado y tenía una mirada lejana en sus ojos.

      —¿Terminarás conmigo? —le preguntó Riley.

      Estaba bromeando, obviamente. Pero Ryan no se echó a reír. Parecía que ni siquiera la había escuchado.

      —¿Qué? No, nada que ver, es que…

      Su voz se quebró, y Riley se sintió muy incómoda.

      «¿Qué pasa?», se preguntó Riley.

      ¿Habían llamado a Ryan para decirle que el trabajo ya no era suyo?

      Ryan miró a Riley a los ojos y le dijo: —No te vayas a reír, ¿de acuerdo?

      —¿Por qué lo haría? —preguntó Riley.

      Temblando un poco, Ryan se levantó de su silla y se arrodilló a su lado.

      Y entonces Riley entró en cuenta: «¡Dios mío! ¡Me pedirá matrimonio!»

      Y, efectivamente, se echó a reír. Era una risa nerviosa, por supuesto.

      Ryan se ruborizó. —Te dije que no te rieras —le dijo.

      —No me estoy riendo de ti —dijo Riley—. Adelante, di lo que quieres decir. Estoy bastante segura… Bueno, adelante.

      Ryan rebuscó en el bolsillo de su pantalón y sacó una cajita negra. La abrió para revelar un anillo de diamantes modesto pero muy bonito. Riley no pudo evitar jadear.

      Ryan tartamudeó: —Eh… Eh, Riley Sweeney, ¿te quieres casar conmigo?

      Intentando infructuosamente de contener sus risitas nerviosas, Riley logró decir: —Pues sí. Por supuesto.

      Ryan sacó el anillo de la cajita y Riley le tendió la mano izquierda y dejó que se lo pusiera en el dedo.

      —Es hermoso —dijo Riley—. Ahora levántate y siéntate conmigo.

      Ryan sonrió tímidamente mientras se fue a sentar en la mesa a su lado. —¿Ponerme de rodillas fue demasiado? —le preguntó.

      —No, fue perfecto —dijo Riley—. Todo esto es… perfecto.

      Se quedó mirando el pequeño diamante en su dedo anular, absorta por un momento. Ya había logrado dejar de reírse, y ahora sentía un nudo de emoción en su garganta.

      No había visto esto venir. Ni siquiera se había atrevido a esperarlo, al menos no tan pronto.

      Pero aquí se encontraban los dos, tomando otro paso gigante en sus vidas.

      Mientras miraba el diamante, Ryan dijo: —Te daré un anillo más bonito algún día.

      Riley jadeó y le dijo: —¡Ni se te ocurra! ¡Este será mi único anillo de compromiso!

      Pero mientras seguía mirando el anillo, no pudo evitar pensar: «¿Cuánto le habrá costado?»

      Como si hubiera leído sus pensamientos, Ryan dijo: —No te preocupes por el anillo.

      La sonrisa tranquilizadora de Ryan la hizo calmarse al instante. Sabía que era muy inteligente con el dinero. Probablemente le había salido muy barato. Sin embargo, nunca se lo preguntaría.

      Riley vio que la expresión de Ryan se entristeció mientras miraba por el apartamento.

      —¿Pasa algo? —le preguntó.

      Ryan soltó un suspiro y dijo: —Te daré una vida mejor. Te lo prometo.

      Riley se sintió extrañamente sacudida, así que le preguntó: —¿Qué pasa con la vida que tenemos ahora? Somos jóvenes, estamos enamorados, vamos a tener un bebé y…

      —Sabes a lo que me refiero —dijo Ryan, interrumpiéndola.

      —De hecho, no —dijo Riley.

      Un silencio cayó entre ellos.

      Ryan suspiró de nuevo y dijo: —No ganaré mucho en este nuevo trabajo que comienzo mañana. No me siento muy exitoso en este momento. Pero es un buen bufete, y si me quedo allí podré ir subiendo poco a poco. Quizá me convierta en socio algún día.

      Riley lo miró fijamente y le dijo: —Sí, quizá algún día. Pero este es un buen comienzo. Y me gusta lo que tenemos ahora

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