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pudiera tener otra oportunidad para escapar.

      Reece escuchó un ruido horrible, y se volvió y vio a los Faws, como a noventa metros de distancia. Había miles de ellos, y ya habían bordeado el río y se acercaban.

      Todos sacaron sus armas.

      "No queda ningún lugar a dónde correr", dijo Centra.

      "¡Entonces pelearemos a muerte!", gritó Reece.

      "¡Reece!", se escuchó una voz.

      Reece miró hacia arriba de las paredes del Cañón y cuando la niebla se disipó, vio una cara que pensó primeramente que era una aparición. No lo podía creer. Allí, delante de él, estaba la mujer en la que había estado pensando.

      Selese.

      ¿Qué hacía aquí? ¿Cómo había llegado aquí? ¿Y quién era esa otra mujer que estaba con ella? Parecía la curandera real, Illepra.

      Las dos estaban ahí colgadas, a un costado del acantilado, con una larga y gruesa cuerda enrollada alrededor de sus cinturas y manos. Bajaban rápidamente, en una cuerda larga y gruesa, fácil de sujetar. Selese estiró la mano hacia atrás y lanzó el resto hacia abajo, cayendo unos quince metros por el aire, como maná del cielo y aterrizando en los pies de Reece.

      Era su escape.

      No lo dudaron. Todos corrieron hacia ella y en unos momentos estaban subiendo tan rápidamente como podían. Reece dejó que subieran todos primero, y al saltar al final, subió y jaló la cuerda con él mientras se elevaba, para que los Faws no pudieran alcanzarla.

      Al despejar el terreno, los Faws aparecieron, estirándose y saltando sobre sus pies – fallando por poco, mientras Reece subía, fuera de su alcance.

      Reece se detuvo al alcanzar a Selese, quien lo esperaba en una cornisa; se inclinó y se besaron.

      "Te amo", dijo Reece, con todo su ser lleno de amor por ella.

      "Y yo a ti", respondió.

      Los dos se volvieron y subieron el muro del Cañón junto con los demás. Subían, más y más alto. Pronto, estarían en casa. Reece casi no lo podía creer.

      En su hogar.

      CAPÍTULO CUATRO

      Alistair corrió a través del caótico campo de batalla, zigzagueando entre los soldados, mientras luchaban por sus vidas contra el ejército de los muertos vivientes alrededor de ellos. Los gemidos y gritos llenaban el aire, mientras los soldados mataban a los espíritus malignos – y los demonios, a su vez, mataban a los soldados. Los Plateados y los MacGil y los Silesios luchaban con denuedo – pero eran ampliamente superados en número. Por cada muerto viviente que mataban, aparecían tres más. Era sólo cuestión de tiempo, como podía ver Alistair, para que su gente fuera aniquilada.

      Alistair duplicó su velocidad, corriendo con todas sus fuerzas, sus pulmones estallando, agachándose, mientras un muerto viviente iba a golpearle la cara y gritaba, y otro le arañaba el brazo, sacándole sangre. Ella no se detuvo para luchar contra ellos. No había tiempo. Tenía que encontrar a Argon.

      Corrió en la dirección en que lo había visto por última vez, cuando estaba luchando contra Rafi y se había derrumbado por el esfuerzo. Ella oró para que no lo hubiese matado, para que ella pudiera despertarlo y para que pudiera llegar antes de que ella y toda su gente fueran asesinados.

      Un muerto viviente apareció ante ella, bloqueando su camino, y ella extendió la palma de su mano; una bola blanca de luz lo golpeó en el pecho, derribándolo hacia atrás.

      Cinco más aparecieron y ella extendió la mano – pero esta vez, solamente apareció una bola de luz y las otras cuatro se quedaron cerca de ella. Se sorprendió al darse cuenta de que sus poderes eran limitados.

      Alistair se preparó para el ataque mientras se acercaban – cuando escuchó un gruñido y vio a Krohn, saltando a su lado y hundiendo sus colmillos en los cuellos de ellos. Los muertos vivientes se volvieron contra él, y Alistair encontró su oportunidad. Ella le dio un codazo a uno en la garganta, derribándolo y corrió.

      Alistair se abrió camino a través del caos, desesperada, los espíritus malignos aumentaban en número por el momento, su gente empezaba a retroceder. Mientras ella se agachó y se movió de un lado al otro, finalmente emergió en un pequeño claro, el lugar donde ella recordaba haber visto a Argon.

      Alistair había explorado el terreno, desesperada, y finalmente, entre todos los cadáveres, lo encontró. Él estaba ahí tirado, desplomado en el suelo, hecho un ovillo. Yacía en un pequeño claro y evidentemente había hecho algún hechizo para alejar a los demás de él. Estaba inconsciente, y cuando Alistair corrió a su lado, ella esperaba y oraba para que todavía estuviese vivo.

      Cuando se acercó más, Alistair se sentía envuelta, protegida en su burbuja mágica. Ella se arrodilló junto a él y respiró hondo, finalmente a salvo de la batalla alrededor de ella, encontrando un descanso en el ojo de la tormenta.

      Sin embargo, Alistair también estaba llena de terror mientras miraba a Argon: yacía allí, con los ojos cerrados, sin respirar. Estaba llena de pánico.

      "¡Argon!", gritó ella, moviendo los hombros de él con ambas manos, temblando. "¡Argon, soy yo! ¡Alistair! ¡Despierta! ¡Tienes que despertar!".

      Argon yacía ahí, sin responder, mientras alrededor de ella, la batalla se intensificaba.

      "¡Argon, por favor! Te necesitamos. No podemos combatir la magia de Rafi. No tenemos las habilidades que tienes tú. Regresa, por favor. Por el Anillo. Por Gwendolyn. Por Thorgrin".

      Alistair lo sacudió, sin embargo, no respondió.

      Desesperada, se le ocurrió una idea. Puso ambas palmas de las manos en su pecho, cerró los ojos y se centró. Convocó a toda la energía interna que le quedaba, y lentamente, sintió las manos calientes. Cuando abrió los ojos, vio una luz azul que emanaba de sus palmas, esparciéndose sobre el pecho y hombros de él. Pronto envolvió todo su cuerpo. Alistair estaba usando un antiguo conjuro que había aprendido una vez, para revivir a los enfermos. La estaba agotando y sintió que toda la energía salía de su cuerpo. Debilitándose, deseó que Argon regresara.

      Alistair se derrumbó, agotada por el esfuerzo y quedó al lado de Argon, demasiado débil para moverse.

      Sintió movimiento, y miró, y para su sorpresa vio a Argon comenzar a agitarse.

      Ella se sentó y volteó hacia él, con sus ojos brillando con una intensidad que la asustó. Él la miró fijamente, inexpresivo, después estiró la mano, tomo su bastón y se puso de pie. Él extendió una mano, agarró la de ella y sin esfuerzo, tiró de sus pies.

      Mientras sostenía su mano, ella sentía que toda su energía era restaurada.

      "¿Dónde está él?", preguntó Argon.

      Argon no esperó una respuesta; era como si supiera exactamente donde tenía que ir, al darse vuelta, con el bastón a su lado, caminó en el fragor de la batalla.

      Alistair no podía entender cómo Argon no vacilaba a caminar entre los soldados. Entonces comprendió por qué: era capaz de lanzar una burbuja mágica alrededor de él mientras avanzaba, y aunque los muertos vivientes lo atacaban por todos lados, ninguno era capaz de penetrar en él. Alistair se quedó cerca de él mientras caminaba sin temor, sin que le hicieran daño en el fragor de la batalla, como si diera un paseo en un prado, en un día soleado.

      Los dos se abrieron paso a través del campo de batalla, y él siguió en silencio, marchando, ataviado con su manto blanco y con su capucha, caminando tan rápido que Alistar apenas podía mantener el paso.

      Finalmente se detuvo en el centro de la batalla, en un claro, opuesto a donde estaba parado Rafi. Rafi todavía estaba ahí, sosteniendo ambos brazos en sus costados, con los ojos en blanco, mientras convocaba a miles de muertos vivientes, saliendo de la grieta de la tierra.

      Argon había levantado una sola palma de la mano, hacia arriba, mirando al cielo y abrió sus ojos de par en par.

      "¡RAFI!", gritó desafiante.

      A

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