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a retornar a sus países, no ha podido sin embargo frenar el arribo de migrantes. Estos han seguido llegando a las costas aun cuando cada vez con mas riesgos y mas vulnerabilidades, producto también de un permanente acoso de las políticas regionales de parte de los gobiernos de las regiones que se colocan en la costa del mediterráneo.

      Los Migrantes sufren para llegar, pero una vez en territorio italiano tampoco están a salvo. La mirada de Omizzolo a los campos agrícolas de algunas zonas de Italia, muestran cómo, incluso en sociedades que se suelen asumir como “desarrolladas”, subsisten sistemas de explotación medieval o feudal en el que el Patrón se empodera aun más en tiempos de pandemias. Mientras se relajan los controles de parte de las autoridades, crece el mercado de contratación informal y disminuyen por otro lado, las posibilidades de conseguir un empleo digno para quienes llegan a Europa, muchas veces, en condiciones de indocumentados.

      4.

      Frente a un panorama que se presenta como un recuento de catástrofes que no han encontrado una respuesta satisfactoria en el Derecho, el trabajo de Ferrajoli se presenta como la necesidad de una utopía. Las hipótesis y propuestas que él ya había avanzado en otros trabajos previos parecen respaldados en el contexto del COVID. El constitucionalismo más allá del Estado Nación, la necesidad de una Constituyente mundial (“Costituente Terra”), la urgencia de fortalecer la esfera pública, como única estrategia para garantizar la igualdad de acceso a los medicamentos básicos contra el COVID, parecen respaldados hoy en día por las dimensiones de la catástrofe.

      El COVID se presenta ante la mirada de Ferrajoli como una gran oportunidad para relanzar el proyecto ilustrado de un constitucionalismo integrador del mundo sobre los viejos ideales de solidaridad, empatía y responsabilidad con el planeta. Como bien señala, el problema del COVID, lamentablemente, no está aislado de otras catástrofes que le han antecedido anunciándonos mayores desgracias. Es un fenómeno directamente vinculado con una forma irresponsable de organizar política y económicamente el mundo. Una economía que ha producido el calentamiento global y la destrucción del habitad de millones de especies y hacen peligrar ahora la propia existencia de la humanidad si no se toman medidas que, a estas alturas ya no pueden ser solo paliativas locales: Ferrajoli nos invita a defender la utopía de un constitucionalismo supranacional que lleve los vínculos del derecho y los derechos a la esfera mundial para hacer frente a los riesgos de un mercado que se expande sin reglas y causando males que luego la humanidad entera debe sufrir.

      Estos ya casi veinte meses de convivencia con la pandemia del COVID-19 nos hemos dado cuenta de cuán frágiles somos. Esta fragilidad que todos experimentamos puede ser caracterizada mediante dos fragilidades específicas fundamentales. En primer lugar, la fragilidad del orden social, usualmente el orden social es para nosotros, de manera inadvertida, como una prolongación del orden natural. Es decir, que de un modo similar a como la noche sucede al día y la primavera al invierno, esperamos que los lunes estará abierto el bar donde tomamos café todos los días, saludaremos a las personas que son nuestras compañeras de trabajo, y así todo aquello que conforma nuestra vida cotidiana. Sin embargo, el orden social no es una prolongación del orden natural, su textura y sus mimbres son más delicados, se fundan en un conjunto de creencias y actitudes que pueden, como ahora ha sucedido, venirse abajo.

      En segundo lugar, la fragilidad del saber humano, en nuestras sociedades de hoy, es tal el conocimiento sobre el mundo que, entre todos, albergamos, que tendemos a pensar que el saber humano es omnisciente, o casi. No obstante, el saber humano (los científicos lo saben cada uno en su ámbito de especialidad) es también muy frágil, conocemos una parcela muy pequeña y de un modo muy fragmentario de aquello que es posible conocer. Así ahora, un virus —que no es más que un pedazo de material genético extraviado y errático—, nos tiene a todos contra la pared, y sólo recientemente hemos hallado vacunas eficaces contra él. Estas fragilidades sumadas nos sitúan, de un modo realmente terrible, a la intemperie.

      El único refugio en esta situación es la fraternidad. La fraternidad es el tercer ideal, y el más ignorado, de los principios que inspiraron la Revolución francesa, conscientes de que la fraternidad es necesaria para constituir una sociedad de personas igualmente libres o, lo que es lo mismo, libremente iguales. Los estudios contenidos en este libro abordan los diversos modos de generar instrumentos e instituciones para encarnar la fraternidad que precisamos ahora más que nunca.

      Los Editores

      Génova, Barcelona, Lima, octubre de 2021

      Las lecciones que se pueden aprender de la pandemia:

      Luigi Ferrajoli

      1 Traducción de Pedro P. Grández.

      1.

      Dos lecciones que se pueden extraer de la pandemia

      A) El valor insustituible de la esfera pública en la salud y la economía - La pandemia de coronavirus es un evento trascendental, que nos obliga a repensar la política y la economía, la democracia y las relaciones internacionales. Y para reflexionar sobre nuestro pasado y nuestro futuro.

      Primero que nada, sobre nuestro pasado. Esta tragedia ha sacado a la luz la miopía de las políticas gubernamentales que, con el fin de bajar los impuestos y promover la salud privada, han recortado el gasto público en salud en Italia, como en muchos otros países, provocando el cierre de hospitales y pabellones hospitalarios, la supresión de decenas de miles de camas, la reducción del personal de salud y la desmovilización de la atención domiciliaria.

      Y no solo eso: el coronavirus ha pillado desprevenidos a todos los gobiernos. Aunque el peligro de una pandemia ya se había sido predicho en septiembre de 2019 por un informe del Banco Mundial, no se hizo nada para abordarlo. Ante las guerras, se acumulan armas, se realizan ejercicios militares, se construyen búnkeres, se implementan simulaciones de ataques y técnicas de defensa. La pandemia, en cambio, reveló la ausencia —incluso en los países más avanzados— de las medidas más elementales para enfrentarla: desde la escasez de unidades de cuidados intensivos, de respiradores, tampones y mascarillas; hasta la insuficiencia de médicos y enfermeras. La paradoja fue alcanzada en Estados Unidos por el presidente Trump, quien negó el peligro del virus. Así, la mayor potencia del mundo ha seguido produciendo armas cada vez más letales contra enemigos inexistentes, pero se encontró sin respiradores ni tampones y, por lo tanto, causó la muerte de más de medio millón de personas; más que todas las que murieron en las dos guerras mundiales del siglo pasado.

      La primera lección consiste en reconocer el valor fundamental de la esfera pública. De pronto, con su carga diaria de muertes y personas infectadas, la epidemia ha colocado a la salud en el centro de las preocupaciones de todos. Al infectar potencialmente a todos, ha demostrado el valor inestimable de la salud pública y su carácter universalista y gratuito en la implementación del derecho constitucional a la salud. Ha instado y promovido el fortalecimiento de los sistemas de salud, la multiplicación de camas y unidades

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