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del menú de posibles experiencias inducidas por drogas que persiste hasta hoy. Esto, por supuesto, también ha ocurrido con todos los bienes y servicios que pueden ser utilizados por los seres humanos, no solo con las drogas psicoactivas. Las innovaciones que hoy se consideran simples y de baja tecnología, como la invención de la jeringa hipodérmica en 1853, fueron revolucionarias y ampliaron enormemente los usos médicos de muchos fármacos y además proporcionaron experiencias extraordinariamente nuevas de usos no médicos facilitando la inyección de las drogas directamente al torrente sanguíneo y permitiéndoles generar un efecto más rápido y fuerte.

      A pesar de la gran diversidad de los usos de drogas psicoactivas en muchos entornos sociales, siempre ha habido restricciones que responden a la forma como cada sociedad maneja la tensión entre la atracción que sienten individuos por el consumo y los riesgos personales y sociales, percibidos o reales de su consumo; así como normas gubernamentales para hacerles frente. Estos controles al comportamiento, legales y sociales, han variado significativamente a lo largo del tiempo y el espacio10.

      Las leyes y normas que regulan la producción, el comercio y la ingesta de drogas psicoactivas han sido generadas por muchas organizaciones sociales: gobiernos, familias, religiones, escuelas, grupos de pares, clubes sociales, asociaciones profesionales, grupos de vecinos, etc. Hasta el siglo XVIII, las drogas psicoactivas eran generalmente legales y su uso estaba regulado principalmente por las normas sociales y legales que reflejaban los valores consuetudinarios de cada sociedad11.

      Los mercados de drogas eran principalmente locales, la comercialización y el consumo se limitaba principalmente a áreas cercanas al lugar donde se producían. La expansión geográfica de las drogas psicoactivas basadas en plantas tuvo lugar a través del transporte de semillas desde otras regiones. Las drogas “domesticadas” variaban entre las sociedades principalmente porque los altos costos del transporte limitaban la disponibilidad a las originarias de zonas cercanas para los consumidores. Muchas drogas basadas en plantas se utilizaron durante un tiempo considerable sin generar graves problemas de adicción en sociedades que aprendieron a manejar su uso. El alcohol se ha consumido globalmente y sus restricciones de uso también han variado. En efecto, la prohibición de los usos no medicinales del alcohol ha sido muy exitosa en países islámicos conservadores, aunque la globalización ha debilitado algunos controles sociales.

      El consumo de drogas fue un problema importante para los gobiernos cuando había conflictos entre las leyes gubernamentales y las actividades sociales o los grupos de interés. Por ejemplo, Buxton encontró que antes del siglo XIX:

      […] emperadores chinos habían tratado de restringir el uso del opio, que era visto como ofensivo para la moral confuciana. Sin embargo, los decretos de prohibición emitidos por los emperadores Yong Cheng en 1729 y Kia King en 1799 se encontraron con la resistencia de los traficantes británicos. (2010, p. 67).

      En América Latina, los conquistadores españoles se opusieron a la masticación tradicional de coca en la región andina y promovieron su eliminación durante el siglo XVI12: “Los primeros misioneros católicos percibieron el valor ceremonial de la coca, lo ligaron a las prácticas religiosas de los indígenas y lo consideraron un obstáculo a la conversión de estos al catolicismo” (Thoumi, 2002, p. 48).

      La revolución del transporte del siglo XIX redujo los costos y amplió la capacidad de los productores de drogas para llegar a mercados distantes. El comercio internacional de drogas se convirtió en un factor importante en la expansión del capitalismo occidental y la construcción del imperio europeo (Courtwright, 2002, Parte I).

      El opio se utilizó en China desde tiempos inmemoriales, pero las interpretaciones históricas de la evolución de la producción, el tráfico y el consumo en ese país son contradictorias. El principal punto de debate es el papel desempeñado por las potencias colonialistas europeas en el crecimiento del consumo de opio. Una versión comúnmente aceptada presenta esta sustancia como un instrumento para explotar el mercado colonial implementado por medio de la Compañía Británica de las Indias Orientales (CBIO):

      El Gobernador General de la India, el marqués Warren Hastings, fue el principal promotor del opio en el Imperio Celestial después de que asumió el control del monopolio de opio de la CBIO en 1757 y diez años más tarde obtuvo un permiso para venderlo en China. (Arango y Child, 1986, p. 142).

      El Partido Comunista Chino tiene una posición similar: “La Guerra del Opio fue provocada deliberadamente por los invasores británicos. Fue la primera de una serie de guerras agresivas lanzadas por potencias capitalistas que tenían como objetivo hacer de China su semi-colonia o su colonia” (Varios autores, 1980, p. 3)13.

      Una versión menos popular basada en una combinación de análisis históricos y económicos muestra un fenómeno más complejo. No cabe duda de que las políticas del Reino Unido en la India, donde la adormidera era un cultivo importante, buscaban abrir los mercados chinos al comercio internacional, pero China tenía un gobierno reacio al comercio y había permanecido aislado del resto del mundo durante siglos. Esa renuencia se vio reforzada por su gran distancia con respecto a muchas economías en crecimiento, lo que aumentó los costos del comercio. Su gobierno estaba dispuesto a comerciar solo desde un puerto, Cantón, aunque el enclave portugués en Macao facilitó el contrabando. El gobierno estaba dispuesto a exportar, pero no a importar productos británicos manufacturados como textiles. Además, las exportaciones chinas como la seda, las especias y la porcelana fina, muy demandadas en Occidente, solo podían pagarse con moneda dura: oro o plata.

      La naturaleza del sistema monetario de la época fue un factor clave en la génesis de las Guerras del Opio. El oro y la plata eran las monedas nacionales y cuando un país tenía un déficit comercial internacional tenía que pagar con esos metales. Esto reducía la cantidad de dinero en circulación en el país importador, lo que generaba una deflación de precios y recesiones económicas. Por eso para mantenerse, el sistema requería flujos de comercio internacional sin grandes desequilibrios que perjudicaran a los países importadores. Así, “los europeos vaciaron sus arcas para comprar los bienes que anhelaban. Los intentos de corregir este desequilibrio proporcionaron un impulso principal para la expansión occidental” (McAllister, 2000, p. 10). La reacción británica al déficit comercial no se limitó a buscar exportaciones legales a China, sino que también apeló al contrabando para pagar las exportaciones chinas.

      China tenía una larga historia de más de dos mil años durante la cual había experimentado períodos importantes de progreso social y económico, seguidos de períodos de conflictos internos y declive. En el siglo XVIII, su gobernabilidad había disminuido sustancialmente. Era una sociedad muy grande, diversa y fragmentada que incluía a muchos pueblos. La dinastía Qing de origen manchú era considerada extranjera por la mayoría y la población manchú era muy pequeña. A lo largo del siglo XIX, hubo varias rebeliones y movimientos separatistas que incrementaron las dificultades para aplicar la ley en el Imperio Chino y fomentaron una débil lealtad hacia el emperador manchú. Este entorno políticamente inestable alentó las actividades económicas ilegales e hizo que el contrabando se hiciera muy atractivo. La Rebelión Bóxer (1898-1901), un movimiento contra los extranjeros, anticristiano y anticolonial generó temores de un caos político en el país con consecuencias generalizadas para todo el este y el sudeste asiático14.

      Además, la cultura china era profundamente sino-céntrica y rechazaba cualquier contacto con los “bárbaros occidentales” (Escohotado, 1997, p. 24). Esta característica es común en las sociedades que han permanecido aisladas durante mucho tiempo, en el cual desarrollan una visión que las coloca en el centro del mundo y miran las relaciones internacionales a través de ese prisma. En China, la falta de conocimiento sobre el mundo externo era generalizada y el enfoque sino-céntrico era concordante con el confucianismo prevaleciente. Esto promovió un sentimiento de superioridad y un rechazo a los contactos con el resto del mundo. La debilidad de la marina china, una consecuencia de su aislacionismo, permitió a un pequeño contingente británico ganar las Guerras del Opio (Walker III, 1991).

      Cuando Escohotado (1997) evaluó las interpretaciones

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