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(Mt 19,21). Francisco de Asís vivió esa pobreza e intentó transmitirla diciendo: «La pobreza es un tesoro oculto para cuya compra es preciso vender todo lo demás y despreciar todo lo que no se puede vender. Todos los bienes de la tierra no son nada comparados con el valor de la pobreza». San Juan Crisóstomo también valora la riqueza de la pobreza: «Qué locura colocar vuestras riquezas donde no habéis de vivir, y no colocarlas en donde habéis de ir para siempre. Colocad vuestros tesoros en vuestra Patria, que es el cielo». Y san Agustín añade: «Abandonad los bienes de la tierra y recibiréis los del cielo; porque la pobreza compra el reino de los cielos».

      El que la pobreza sea un tesoro es porque las verdaderas riquezas no se componen de los bienes de este mundo, que hemos de dejar un día, sino que consisten en valores eternos que nos han de acompañar después de la muerte: la gracia, el ejercicio de la caridad, la amistad de Dios...

      Pero, ¿qué ocurre si uno se toma en serio la pobreza y la causa de los pobres? Enseguida somos tachados de imprudentes y revolucionarios y, muy pronto, tendremos conflictos, problemas y enfrentamientos. A los que van hasta el fondo en el asunto de los pobres se les llama desequilibrados. Y es que, por lo visto, el equilibrio está en hacer lo mínimo, sin que nadie toque nuestra comodidad y bienestar; el equilibrio está en quedarse con los brazos cruzados ante la muerte inevitable de miles y miles de personas que mueren cada día de hambre y desnutrición, de falta de higiene, de droga, de Sida, etc., mientras que otros enferman de exceso de alimentación y de los abusos que lleva consigo el consumismo y el despilfarro.

      En el fondo de todo esto hay una llamada a la conversión, que si se produce puede llenar de esperanza a muchos pobres. El papa Francisco dice que la Iglesia sabe involucrarse para lavar los pies a los más pobres, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo: «...la Iglesia sabe “involucrarse”. Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a sus discípulos: “Seréis felices si hacéis esto” (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo»[13].

      Una Iglesia que está a favor de los pobres y lucha para liberarlos de su pobreza es una Iglesia que levanta la esperanza. Cuando los pobres no tienen a nadie, cuando buscan el pan de cada día, miran al cielo, en espera de que Dios mande una mano solidaria o haga un milagro. Dios es su única esperanza. De aquí surge una pregunta incisiva: ¿hasta dónde tu vida está implicada con los más pobres? Jesús, el Señor, espera tu respuesta.

      2. El amor de Dios es amor preferencial por los pobres

      El Dios trinitario es un Dios que derrama su amor infinito sobre todos, pero preferentemente sobre los pobres. Es tanto el amor del Padre que nos envía a su Hijo, el Pobre de Nazaret, que nace en un pesebre, no tiene donde reclinar la cabeza y muere desnudo en una cruz. Y es tanto su amor que cuando el Hijo es elevado a los cielos nos envía su Espíritu, que espera a la puerta del corazón humano a ser acogido para habitar en él. El Espíritu Santo derrama su amor en los pobres de espíritu, necesitados de Dios y de los hermanos. Como un pobre, espera a la puerta para enriquecernos con su pobreza. Por eso el Espíritu será llamado «Padre de los pobres». Este es el misterio de amor donde Dios se hace presente en el pobre.

      La Iglesia siempre ha querido expresar este amor de Dios hacia los más pobres a través de la defensa de los derechos humanos, de buscar la paz y la solidaridad de entre todos los pueblos, y esto es un canto de esperanza para toda la tierra, como nos dice el papa Francisco: «...el pensamiento social de la Iglesia es ante todo positivo y propositivo, orienta una acción transformadora y en ese sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo»[14].

      3. Dios escucha el clamor de los pobres

      El Dios de Israel vio la opresión de su Pueblo, oyó sus gritos y bajó a liberarlo (cf Éx 3). Los profetas declararon aberrante la religión que antepone el culto ritualista a la justicia con los pobres: «El ayuno que yo quiero es este –oráculo del Señor–: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con los hambrientos, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte tu corazón a tu propia carne. Entonces romperá tu luz, sobre la aurora, enseguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor» (Is 58,6-8).

      Los pobres son aquellos que carecen de recursos para subsistir, pero, sobre todo, son los que sufren la carga que supone mantener la riqueza y, en ocasiones, el lujo de otros. Es lo que denuncian los profetas, por eso –en nombre de Dios– se ponen a favor del pobre. Todo bautizado es profeta, participamos del profetismo de Cristo, para anunciar lo que es de Dios y denunciar lo que va en contra del proyecto de Dios.

      Pero es sobre todo Dios quien opta, en primer lugar, por los pobres: «ciertamente nunca faltarán pobres en este país; por esto te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra» (Dt 15,11)[15].

      El hacer de Dios es la liberación de los que sufren. Por lo tanto, se relaciona con Dios y conoce a Dios el que se entrega a la tarea de Dios, que es la liberación de los pobres y de los que sufren la esclavitud. Hay tantos tipos de pobreza y de sufrimiento. Tú puedes dejar que tus manos sean las de Jesús, para estrechárselas a todos aquellos que están necesitados de un poco de solidaridad, de generosidad y de esperanza. Una mirada limpia sabe reconocer el grito de Jesús en los pobres, en los pecadores, en los desvalidos, en los marginados y excluidos. El papa Francisco dice que quiere una Iglesia pobre para los pobres, y añade: «Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también en ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos»[16].

      4. La buena noticia del Padre para los pobres es el Hijo

      El Padre nos ha dicho lo que quiere de nosotros a través de su Hijo. Por la Encarnación, el amor universal de Dios se hace misericordia entrañable, camino samaritano y cercanía sanadora, como dicen las Escrituras:

      – Misericordia entrañable: «Su padre le vio de lejos y se entristeció; salió corriendo, se le echó al cuello y lo cubrió de besos» (Lc 15,20). Cada vez que nos sentimos pobres, pecadores, y experimentamos la misericordia infinita de Dios en el sacramento de la reconciliación nos llenamos de paz y de esperanza.

      – Camino samaritano: «Un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el hombre y, al verlo, le dio lástima; se acercó a él y le vendó las heridas echándoles aceite y vino; luego lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó» (Lc 10,33-34). Jesús es el buen samaritano que sale a nuestro encuentro para curarnos las heridas, cuidarnos y amarnos, a fin de que nosotros hagamos lo mismo con todos los que están tirados en la cuenta de la vida.

      – Cercanía sanadora: «Él la cogió de la mano y la llamó diciendo: “Niña, ponte en pie”. Le volvió el aliento y se levantó al instante; él mandó que le dieran de comer» (Lc 8,54-55; cf 8,44). Sentir la cercanía de Jesús en nuestra vida es siempre una experiencia sanadora. Constantemente él nos está sanando con su presencia y cercanía, basta que le abras el corazón. Hay tanta gente que se encuentra como muerta, con el alma seca, y Jesús a través de ti hace posible el milagro de poner la vida donde no la hay. Basta que tú lo desees y cuentes con él.

      El Señor acoge a los pecadores (Lc 5,20), se sienta a la mesa con los marginados (Lc 5,30), se hospeda en sus casas (Lc 19,1-10), busca lo que estaba perdido (Lc 15,1-7), sana las dolencias de los excluidos (Lc 8,26-39), y preside una nueva fraternidad donde los pobres son los primeros y los preferidos (Lc 13,15-24). Su predicación se torna con frecuencia en denuncia para los instalados y en buena noticia para los desechados.

      En los ambientes progresistas se habla de que tenemos que optar por los pobres. Pero esto es una afirmación superficial. Tenemos que optar por todos como Jesús optó por todos. La diferencia es que Jesús optó por todos desde los pobres. Es por lo que desde la situación

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