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se parece al de la región del Petén. El poderío de Calakmul parece extenderse en un radio aproximado de 30 kilómetros, de modo que posiblemente establece “alianzas, intercambios y/o exacción de tributos” con lugares como Oxpemul, La Muñeca, Altamira, Naachtún, Uxul y Sasilhá.

      Occidente: la cuenca del Usumacinta

      Hacia el extremo occidental de la jungla central de El Petén, se desarrollan las expresiones clásicas dentro del conjunto de la cuenca del río Usumacinta, con predominio de las ciudades de Palenque, Yaxchilán, Bonampak, Toniná, Chinkultic o Piedras Negras. Soustelle cree que incluso, en algunos aspectos, el auge artístico de estas regiones es superior a Tikal, Uaxactún o Copán. Benavides Castillo recuerda que esta región tiene forma de letra omega y no es casual, por ello, que hombres y mercancías entre la costa del Golfo y la zona del río de la Pasión, así como entre el Petén y los Altos de Chiapas y Guatemala “estuvieron bajo el dominio de Yaxchilán”.

      Por Occidente, en la frontera con el mundo mexica, el valle del Usumacinta y sus afluentes (los ríos Jataté, Lacantún y Lancanhá, la costa del Golfo de México y los Altos de Chiapas), florece otra variante del mundo Clásico conocido hasta ahora. Hacia el final de esta época, la región se convierte en puerta de entrada a las filtraciones extranjeras que se reflejan sobre todo en Ceibal.

      De estas ciudades, Palenque tiene una consideración más destacada por la monumentalidad de sus edificios y la extensión de la zona. Domina de entrada, por estar situada en una plataforma natural, la planicie costera del golfo, pero a diferencia de Tikal, sus edificios no alcanzan las alturas o el volumen de aquella ciudad central. En cambio, los mayas de Palenque ofrecen una “sabia armonía”, dice Soustelle, que reina entre los santuarios y sus terrazas, entre el palacio y su torre, entre el Templo de las Inscripciones –donde Alberto Ruz descubre en 1949, la tumba del rey Pacal, dentro de un sarcófago de piedra hecho de una sola pieza con un peso aproximado de 13 toneladas– y su pirámide, “produce una impresión de serenidad y elegancia”. A esto se añade la “finura incomparable de sus bajorrelieves y la gracia aristocrática de los tableros modelados en estuco”.

      La arquitectura de Palenque no es distinta a la del Petén, pero los santuarios son más vastos y abiertos, las cresterías menos pesadas –descansan sobre la mitad del techo y no sobre el muro posterior–, las paredes del palacio tienen aberturas tan anchas que se reducen a pilares y algunas salas tienen ventanas en forma de t. Aquí las estelas se sustituyen con tableros de bajorrelieves en el interior de los templos, o con dinteles esculpidos. Con sus adjetivos, dignos del mejor elogio, Soustelle no repara cuando dice que los bajorrelieves del Templo del Sol y Templo de la Cruz, la losa esculpida del sarcófago del Templo de las Inscripciones, el Tablero de los Esclavos, por citar unos ejemplos, “se pueden contar entre las obras maestras del arte autóctono americano e incluso del arte mundial”.

      Como remate natural del entorno de Palenque, en Chiapas, un pequeño río atraviesa toda la ciudad por un acueducto bajo una bóveda de piedras saledizas “que hace honor a los ingenieros mayas”.

      Yaxchilán por su parte, es una “ciudad religiosa y guerrera”. Los jefes o sacerdotes se muestran en las inscripciones en “actitudes belicosas”. De menor calidad a los edificios de Palenque, Yaxchilán en cambio tiene sus edificios próximos al río Usumacinta, o escalonados en las colinas cercanas. Sus bajorrelieves tienen una gran calidad. Doce dinteles labrados adornan cuatro templos, dos de los cuales, advierte Soustelle, han ido a dar al Museo Británico. La fecha de su construcción data de la primera mitad del siglo VIII, y treinta años más tarde, se esculpen cuatro magníficas estelas. Entre sus cuadros rituales, esta escena, la de un fiel que podría ser tal vez una mujer, se arrodilla ante un dios que emerge de las fauces abiertas de una serpiente. Dos sacerdotes, además, sostienen en sus manos una cabeza de jaguar y un ayudante blande una bandera de plumas preciosas. La fe profunda que anima a esos hombres y a esas mujeres de una antigüedad lejana “parece emanar de los dinteles de la magia del escultor”.

      Otros dinteles tienen por tema la historia dinástica de la ciudad y es, por lo general, elogiosa, llena de escenas victoriosas ante algún acontecimiento guerrero. La proliferación de las inscripciones sobre Pájaro-Jaguar, es posible que recuerde el poder durante el siglo VIII de la Dinastía Jaguar y tal vez originaria de Yucatán. El poder de esta dinastía sienta las bases alrededor del año 630, con Pájaro-Jaguar II, el segundo rector de Yaxchilán. La expansión de su predominio se fortalece con las conquistas de Escudo Jaguar, entre el año 682 al 741, puntualiza Benavides Castillo. Estas escenas guerreras indican lo “belicoso” de aquella ciudad en donde, por cierto, las figuras humanas no siempre se representan, como es clásico, de perfil, sino “a veces también de frente”.

      Toniná se sitúa en el valle de Ocosingo, zona de transición entre las tierras bajas del Usumacinta y la altiplanicie de Chiapas. Es una gran ciudad durante el Clásico, entre los años 593 y 909; uno de sus edificios se construye sobre una montaña calcárea de siete plataformas y a juzgar por el testimonio de las representaciones de prisioneros en los muros de estuco y piedra, parece una potencia militar. Se conservan varios edificios entre las que sobresalen el juego de pelota y el Altar de los Sacrificios, el Palacio del Inframundo y el Palacio de la Greca y la Guerra. Su escultura tiene un gran realismo y, según los últimos descubrimientos a finales del siglo XX (años noventa), se reproduce incluso el concepto de la muerte en plena acción, participando de un rito de decapitación.

      Más abierta la región, por su extenso valle, Toniná no se compara en cambio, con el intrincado medio ambiente en el que se encuentra Bonampak, la selva lacandona. Este centro ceremonial describe a través de sus murales, uno de los grandes hallazgos modernos (1946), la vida social, política y religiosa de los mayas.

      Bonampak es un pequeño centro cercano y dependiente de Yaxchilán, en el valle del río Lacanhá. Al igual que su “metrópoli”, en Bonampak resaltan los aspectos de una vida de fuerte carácter belicoso, muy militarista. El arte mural que ofrece es “más popular y menos hierático” que el de los bajorrelieves de las ciudades ya citadas. Tampoco es un arte teocrático o aristocrático. “No retrocede ni ante la brutalidad ni ante la crueldad de las escenas guerreras”, dice Soustelle, pero también se complace en presentar aspectos de la vida cotidiana, el vestido, el adorno, en donde las mujeres y los niños ocupan allí un lugar importante. El pincel es más dúctil y más libre que el cincel y “un prisionero casi desvanecido en los peldaños de una terraza se representa en perspectiva con una maestría excepcional”.

      Escenas fascinantes, pintadas en medio de una selva que ofrece poco para su conservación pero que, gracias a una capa calcárea translúcida que se forma en su superficie en el transcurso de los siglos, ofrece “una especie de enciclopedia ilustrada” de la vida de los mayas a finales del siglo VIII.

      Es en las pinturas guerreras donde Bonampak llega a una de sus más altas consideraciones, a pesar de que también en la piedra hay grandes ejemplos de esta circunstancia. Sin embargo, los murales y las escenas de guerra, hablan con habilidad consumada, de aspectos sanguinarios de la vida y la época tardía del Clásico. Lucha de un “furioso” cuerpo a cuerpo entre guerreros de Bonampak, reconocibles por sus tocados de una “complejidad y una fantasía inaudita”, y sus adversarios, también mayas, “aparecen a medio vestir (tal vez sorprendidos por una inopinada incursión)”, en un cuadro de verdeante jungla.

      Los analistas sobre el mundo maya reflexionan en Bonampak sobre el lejano carácter pacifista que se le da en un principio. Las investigaciones ofrecen una nueva imagen de los mayas, más proclives en la parte final del Periodo Clásico a considerarlos más bien, como hombres dispuestos para la guerra. Ahí esta el mural que ofrece estas imágenes coloridas del juicio después de la batalla: el gran jefe de Bonampak, con lanza de gala, vestido con piel de jaguar, domina el cuadro sobre una plataforma. Detrás de él, mujeres de blanco con abanicos. En la parte superior aparece el glifo emblema de Yaxchilán. Dignatarios y guerreros rodean a los cautivos e imploran al jefe. Un moribundo yace sobre las escaleras y sobre un peldaño se ve una cabeza cortada. Al margen de la composición artística de la escena, el mural da información: los mayas aparecen en esta fase terminal del Clásico, como hombres dispuestos para la guerra y el militarismo, contraste que no se observa tanto en Palenque como en Piedras Negras, cuya

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