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difíciles de defender adecuadamente”.

      Sin embargo para el final del Preclásico Medio (350 a.C.), muchos centros en Chiapas se transforman y los que están en construcción parecen frenarse en Chiapa de Corzo; los cacicazgos a lo largo del río Grijalva se abandonan entre el 400 y 300 a.C. Pero hacia el 200-100 a.C, se fundan pequeños sitios en emplazamientos diferentes “y más fáciles de defender”. Siguiendo a Bryant y Clark, en Los primeros mayas precolombinos, es posible que los grupos mayas que se expanden hacia Chiapas, provenientes de las Tierras Bajas, causen el derrumbe de las capitales zoques a lo largo del Grijalva. Aunada al crecimiento del norte del Petén sobre el desarrollo de grandes ciudades en la cuenca de El Mirador, interpretan la intromisión en Chiapas como evidencia de un sistema de estado expansionista en las Tierras Bajas para el 300 a.C. Para entonces, la parte central del área maya está densamente poblada.

      Algunos autores explican el desarrollo de El Mirador, a partir del punto geográfico que ocupa, en la cuenca central del Petén, con el Norte seco en Yucatán y al Sur la región boscosa de las montañas de Guatemala, al Este Belice y al Oeste, Chiapas, con sus regiones montañosas y agua abundante en la superficie. La cuenca de El Mirador se define como una hondonada poco profunda, en el extremo Norcentral del Petén, que drena hacia el Noroeste como parte del sistema del río Candelaria. El área está rodeada por escabrosas formaciones de tierra caliza y, en general, lo suficientemente atractivo para los primeros mayas “debido a la gran variedad de recursos animales y vegetales de estos hábitat pantanosos y a la mayor disponibilidad de agua en la superficie durante casi todo el año, en un medio ambiente por demás seco”. Así se desarrollan, en torno a El Mirador, Nakbé, Tintal, Wakná y otros puntos durante el Preclásico Medio, ya florecientes en aquella época. Los individuos que aparecen en sus estelas tienen atuendos reales o divinos. Fuera de la cuenca destacan por su arquitectura de gran tamaño, Tikal, Uaxactún, Río Azul y Yaxuná. Los dos individuos retratados a cada lado de la Estela 1 de Nakbé, nos dicen Clark, Hansen y Suárez, “pudieron haber representado a los heroicos gemelos míticos (Hunahpú y Xbalanqué) descritos en el Popol Vuh y retratados frecuentemente durante el Clásico en vasijas policromas mayas”.

      La región y en la mayoría de las Tierras Bajas, la cerámica es más uniforme y desde el punto de vista arquitectónico, espectacular, con edificios colosales sin precedentes, jamás erigidos en el territorio maya. La pirámide Danta se construye sobre dos plataformas superpuestas; su cima se halla a unos 70 metros sobre la primera plataforma. Es una etapa que va del 300 a.C. al 100 d.C. Estas construcciones públicas de gran tamaño jamás son igualadas. Aparece en esta época por primera vez la forma arquitectónica trina. A ambos lados de las escaleras en las fachadas de las pirámides, se construye arte arquitectónico de gran escala, “con imágenes de máscaras de deidades de varios metros de alto”. Junto a ese fenómeno, el uso del estuco es otra de las innovaciones de esta fase “y se convirtió en el principal medio para el arte monumental”.

      Por otro lado, mientras el tamaño y complejidad de la arquitectura pública se incrementan en la cuenca, la altura de los monumentos de piedra se reduce considerablemente. “Quizá las fachadas colosales de estuco que adornaban los principales templos piramidales fueron parcialmente responsables de la disminución del énfasis e importancia de las estelas”. Hansen añade que surge otra idea: la escritura en columnas aisladas de algunos de estos monumentos.

      Hay que tomar en cuenta la influencia que la región tiene en el entorno. Lo maya impregna casi todo lo que toca. Los hombres de las Tierras Bajas en la parte superior del río Grijalva dejan sentir su influencia, hasta el punto de la “fusión” de las poblaciones zoque y maya. Los mayas se asientan en el valle de Comitán y en los Altos de San Cristóbal. En efecto, el influjo en los extremos del Periodo Protoclásico parecen marcar episodios críticos en la periferia sur como sucede en Occidente. La quema de edificios y la destrucción de monumentos en Kaminaljuyú hacia el 200 a.C. “pueden verse como evidencias de guerra”. El Sur evoluciona con ritmo, sin cambios drásticos como ocurre en Occidente y especialmente en Chiapas. En este caso, puede ser que los intentos de conquista no tuvieran éxito o que los conflictos fueran más internos que externos, señalan Clark, Hansen y Suárez. No obstante, creen en una tercera posibilidad: que la conquista fuera externa, “pero que las cuestiones de integración entre los grupos mayas de las Tierras Bajas con los de Tierras Altas hayan tenido diferencias importantes con respecto a los de su integración con los grupos zoques de Chiapas”.

      Entre el año 100 y 200 d.C., se intensifican los cambios. Desaparece la autoridad política en El Mirador y en las capitales de su área de influencia. Calakmul, Nakbé, Tintal y Wakna son centros “secundarios” que siguen el patrón de esta capital central y de éstos, otros más pequeños, que ejemplarizan “la presencia de una jerarquía administrativa de múltiples niveles”. Su influencia arquitectónica se incorpora a su vez fuera de la cuenca, como Tikal, Calakmul o Cerros. Dada la importancia de El Mirador, se le ve más cerca de formar parte de “un estado” que el de un cacicazgo complejo, por muy oscuro que sea esa definición para esa época. Por el dominio político que ejerce o por su hegemonía directa que se extiende más allá de su cuenca, “El Mirador era la capital de un Estado antiguo”. Se acepta aquí la definición normal de Estado como una sociedad estratificada, organizada políticamente y centralizada, con una entidad jerárquica que toma decisiones y cuenta con poderes para el ejercicio legítimo de la fuerza.

      Militarismo

      Los sitios mayas mejor estudiados del Preclásico Medio son la aldea igualitaria de Cuello, en Belice y los asentamientos más complejos –con varios templos de piedra y mayor diferenciación social, puntualizan López Austin y López Luján– de Nakbé y El Mirador en Guatemala, y de Calakmul en Campeche. Y en la península de Yucatán, innumerables caseríos que datan de esa época en Dzibilchaltún, Aké, Maní, Szibilnocac y Edzná.

      A partir del año 400 antes de la era, se inician cambios trascendentes que marcan el principio del Preclásico Tardío. Para López Austin y López Luján, una de las notas distintivas de este periodo que concluye en torno a los 250 años d.C., “es el clima de violencia y de competencia entre los principales centros de poder”. Los enterramientos masivos de víctimas sacrificales así lo atestiguan en sitios como Cuello y Chalchuapa. Algunos autores suponen que “las continuas escaramuzas y los francos enfrentamientos bélicos se encuentran entre las causas del florecimiento y del colapso de capitales preclásicas como El Mirador, así como entre los catalizadores del surgimiento del Estado”.

      “Muerta la cultura olmeca, el área en que floreció nunca recuperó su importancia, y el gran foco cultural se vuelve solo una luz marginal que ya no iluminará el curso dela historia de Mesoamérica”.

      Ignacio Bernal

      Los vecinos

      En el tránsito entre el Periodo Preclásico y el Clásico, el estilo Izapa aparece de forma muy marcada en los altares y las estelas de piedra. Esta irradiación va más allá de Chiapas, a la zona del golfo de México, Oaxaca y el centro de México. Beatriz de la Fuente dice que la mayoría de altares y estelas son monumentos “conmemorativos” en los que se confunde la historia con la mitología, sobre todo en torno al ciclo vital del hombre. Los escultores de Izapa recurren a la perspectiva del tamaño de tal modo que las figuras en primer plano son más grandes que las del fondo. Manejan con soltura su movimiento y dotan a la escena “de notable animación”. Este estilo es como un puente entre la postrera iconografía olmeca y las incipientes imágenes mayas. Sin embargo, mientras sigue la evolución hacia el Clásico en la región maya, los otros vecinos de Mesoamérica, inician su desarrollo cultural hasta la llamada fase Clásica (250 d.C. a 900 d.C.). Con sus variantes y sus propias características (Temprano, Medio, Tardío o Terminal), del norte de México, al sur de Centroamérica, se desarrolla un prolongado espacio cultural de esplendor.

      Algunos dividen el periodo Clásico en dos partes, una dominada por Teotihuacán, hasta el año 650 y la otra por “varios estados menos relacionados entre sí”. Ignacio Bernal no distingue dos civilizaciones, la teotihuacana y la maya, en virtud de su distancia geográfica, ya que ambas áreas “conservan una serie de rasgos derivados de su base común y siguen a todo lo largo de

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