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un espacio de protesta único en los años previos a 1983.

      Policarpo celebra y lamenta, a la vez, que el vía crucis de las CCP sea la actividad pública más multitudinaria en la ciudad de Santiago: “Por desgracia y en virtud de la represión, no hay otra fecha de celebración de pueblo, ni siquiera el 1 de Mayo, que logre sacar a la calle a 3.000 o más personas de los sectores populares en una manifestación unitaria”79. El entusiasmo que le generan las actividades de la “Iglesia Popular” no logra eclipsar la decepción de ver a un pueblo reprimido y desorganizado. Policarpo mira con aprobación los primeros esbozos de reorganización popular que emergen desde las CCP. De hecho, las considera una herramienta clave para restituir el tejido social, “deshecho por el autoritarismo de la bota militar”80. Sin embargo, considera que el verdadero cambio en Chile no se producirá hasta que no se reconstruya el movimiento obrero organizado. En ese sentido, las CCP no están llamadas a reemplazar la labor política y organizativa del pueblo, sino más bien a acompañarla y hacerla despertar. Para Policarpo, el papel protagónico lo tienen los trabajadores, y solo con la reconquista de la unidad sindical es que se podrá efectivamente derrotar a la Dictadura y construir la democracia81.

      Según el historiador David Fernández, compartían esta visión diversos sectores de Iglesia, entre ellos quienes trabajaban en la Vicaría de la Pastoral Obrera, encabezada por Alfonso Baeza y los miembros de la Coordinadora de Comunidades de Base, que influidos también por el marxismo ortodoxo, veían en el obrero al sujeto de transformación social por excelencia82. Esta visión va creciendo paulatinamente, para centrarse no solamente en el obrero, sino de manera más amplia en el mundo popular, que se organiza ya no en la fábrica o el sindicato sino primordialmente en la población. En los primeros años de la Dictadura, no fueron los trabajadores organizados los que respondieron a las urgencias creadas por la cesantía y el hambre en las poblaciones. Fueron organizaciones de supervivencia, lideradas en su gran mayoría por mujeres y apoyadas por la Iglesia Católica, las que se hicieron cargo de la precaria situación del mundo popular83.

      Sin abandonar su compromiso con el protagonismo de los trabajadores organizados, Policarpo da cuenta de este cambio de énfasis cuando destaca el protagonismo de las mujeres chilenas en el vía crucis:

      Policarpo vio allí también al Cristo de hoy en la mujer chilena obrera, pobladora, la que arrastra la pesada cruz con su sueldo disminuido, su marido cesante, de su hijo detenido-desaparecido, de sus niños con hambre, de su fuero maternal suprimido… ¡Y se pudieron la cruz! Nos impactaron a los hombres, ¡como siempre!, con su fortaleza increíble, su decisión inquebrantable, su entereza a toda prueba, su irradiación de esperanza. ¡Benditas mujeres obreras, pobladoras, de campamentos; ellas son también Marías de Nazaret junto al Hijo crucificado!84.

      A su vez, Policarpo destaca el protagonismo de las CCP a nivel poblacional, sobre todo cuando se trata de reaccionar frente a una emergencia, como después de la inundación de varios sectores de la población Lo Hermida, luego del desborde del canal San Carlos en el invierno de 198285. Las tres CCP del sector reaccionaron de inmediato, abriendo sus capillas para los damnificados, prestando frazadas y organizando ollas comunes. El autoritarismo del régimen se había encargado de “demoler la rica organización poblacional que surgió en tiempos de Frei y de la UP” y solo las CCP parecían estar organizadas para responder a la emergencia86. Sin embargo, las comunidades no buscaban ser exclusivas en su labor solidaria, entendiéndose rápidamente con otros pobladores y directivos de juntas vecinales, reconstruyéndose así una red de organización a nivel local. Estas redes, articuladas inicialmente en torno a la sobrevivencia económica y a situaciones de emergencia, serían la base para intercambios sociales y políticos más amplios, que con el tiempo se orientarían más allá de la sobrevivencia popular. Según Manuel Bastías, los fines de muchas organizaciones populares se ampliaron para incluir no solamente el retorno a la democracia como objetivo político, sino la construcción de justicia económica y una infraestructura política necesaria para la democratización permanente de la sociedad87. Democratización en la que, para los redactores de Policarpo, las CCP tienen un rol indispensable pero no exclusivo ni protagónico, pues ellas están llamadas a ser solo una parte de un tejido de organización popular más amplio y diverso que debe ser restituido88.

      Por último, es importante mencionar que los artículos de Policarpo dejan entrever los inicios de una creciente desconfianza de la jerarquía eclesial hacia las Comunidades Cristianas Populares. En el documento “Caminar Juntos en la Iglesia” de julio de 1982, los obispos manifiestan su preocupación por aquellos que hablan de construir una Iglesia Popular89. Según Policarpo, los obispos critican la existencia de sectores de Iglesia que oponen la jerarquía a las bases de la Iglesia, que llevan adelante su vida eclesial sin vínculo con los pastores, y que absolutizan la dimensión política de la vida. Para Policarpo, estas acusaciones son falsas, y solo generan sospecha y desconfianza “sobre todo un sector popular de la Iglesia que, por muchos conceptos merece todo el aliento” y es cuestionar “la labor misionera de esforzados agentes pastorales” y dar armas a “quienes persiguen a la Iglesia por estar con el pueblo”90.

      Según Policarpo, la preocupación de los obispos no surge de la realidad de la Iglesia Popular en Chile, sino de conceptos levantados por el papa Juan Pablo II en relación con la Iglesia Católica en Nicaragua91. La carta del papa, publicitada en Chile por El Mercurio, afirma que la principal responsabilidad del obispo es velar por la unidad de la Iglesia, y tilda de absurdo y peligroso el experimento de “Iglesia Popular” por diversas razones, entre ellas por su supuesta independencia de los obispos, su utilización excesivamente sociológica y política de la palabra “pueblo”, y la infiltración de ideologías que avalan la lucha de clases y la utilización de la violencia con fines políticos, resquebrajando la unidad entre los fieles92. La división existente en Nicaragua, entre las comunidades de base y la jerarquía eclesiástica, estaba conectada con las posiciones políticas divergentes que asumieron ambos grupos frente a la dictadura de Somoza y la Revolución sandinista. La gran mayoría de las comunidades de base en este país, y un gran grupo de sacerdotes, religiosas y agentes pastorales apoyaban activamente la Revolución sandinista, mientras el episcopado mantenía una posición más conservadora y crítica, alimentada por el temor a una infiltración ideológica marxista en la Iglesia y la sociedad nicaragüenses93.

      Si bien Policarpo reconoce que existe división al interior de la Iglesia Católica chilena, y que existen posiciones políticas divergentes al interior de ella, niega frecuentemente que dicha división sea una entre pueblo y jerarquía. Por ende, la preocupación de algunos obispos es una preocupación teórica, sobre algo que no se da en Chile94. De hecho, cada vez que la revista relata los eventos de las Comunidades Cristianas Populares en Chile, esta se preocupa de mencionar la presencia de miembros de la jerarquía eclesiástica y la importancia del apoyo de obispos, además de vicarios y otros sacerdotes de la diócesis de Santiago. Por ejemplo, Policarpo destaca que en el Vía Crucis Popular de 1981 participaron tres obispos (monseñor Enrique Alvear, Jorge Hourton y Camilo Vial) además de tres vicarios episcopales (Alfonso Baeza, Damián Acuña y Cristián Precht) y un gran número de sacerdotes, diáconos y religiosas. Para Policarpo, esta presencia es un signo de que “la jerarquía de la Iglesia sale a la calle con el pueblo de los más pobres, expresando así que el clamor de estos no es el de otra iglesia distinta, separada o disidente, sino que es el clamor de la Iglesia única de Jesucristo, que ha tomado en serio, franca y públicamente, su opción por la causa de los pobres”95. La Iglesia Popular no es una Iglesia paralela, sino la misma Iglesia Católica, apoyada por sus pastores, que se hace presente en medio del pueblo chileno.

      Policarpo y la jerarquía

      Inicialmente Policarpo se muestra favorable al papado de Juan Pablo II, en especial por su encíclica Laborem Exercens, centrada en el trabajo humano96. Para Policarpo, la encíclica es “un verdadero terremoto” para el catolicismo tradicional chileno que había establecido una alianza estrecha con el liberalismo económico, apoyando en conjunto la política económica de la Dictadura97. Según la revista, la encíclica condenaba al capitalismo liberal por su materialismo, que situaba los intereses del capital por sobre los del trabajador, tratando al hombre como un instrumento y no como un fin en sí mismo. Las palabras del papa ayudaron a Policarpo a criticar la política económica de la Dictadura militar, que beneficiaba

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