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por el poeta o, más probablemente, por algunos de sus primeros lectores (quizás amigos y buenos consejeros), puesto que, a modo de autocensura, algunos ejemplares de la edición de 1596 suavizaban el texto en lo referido a la participación eclesiástica en la rebelión. Significativas variantes introducidas por el poeta en el proceso de impresión de la obra son:

Kk4r – XV, 81, 6-7 Metiendose el bonete y lacuculla / a confirmar suslocos desatinosY entrando algunos canos ala bulla / autorizauan estosdesatinos
Mm2r – XVI, 60, 2sacerdotes de la Toga
Mm2r – XVI, 61Y sus prelados mismos dauan orden / (auiendose entendido conuenia) / que el que tuuiesse cargo, o prelacia, / quedasse solo subdito en su orden; / y aun por el mal exemplo, y gran desorden, / que en otros mas castigo merecia, / por ser los que atizauan a la guerra, / eran echados luego de la tierra.Que quando ya vna vez pierde la rienda, / en el demas razon, el appetito, / querello detener, es infinito, / y mas si tiene ya metida prenda: /mas el Marques en esto puso enmienda / haziendolos echar luego de Quito, / para que no siruiessen sus razones, / al encendido fuego, de tizones.22

      Modificaciones insuficientes, en todo caso, no solo para aplacar la indignación de los difamados vecinos de Quito y Lima, sino también para evitar que el proceso contra Pedro de Oña se convirtiera en un ajuste de cuentas entre el virrey García Hurtado de Mendoza (iii marqués de Cañete) y el arzobispo Toribio de Mogrovejo. Huérfano de padre, el poeta nacido en Chile había gozado de especial favor por parte del virrey. Becado por el marqués para estudiar en el colegio de San Felipe y San Marcos en Lima, la composición del Arauco domado culminaba una larga relación de protección y mecenazgo. El expediente da cuenta del esmero puesto por el marqués en la composición y publicación del poema: el virrey había proporcionado las fuentes (orales y escritas) que guiaron la narración de pasajes como la rebelión de las alcabalas, había tramitado con urgencia las licencias necesarias para la impresión del libro y llevado sesenta ejemplares del poema al abandonar el virreinato. La partida de don García coincidiendo con la publicación del Arauco domado trajo consecuencias quizás inesperadas para el joven poeta.23 Contra él se lanzarían no solo los criollos antes rebelados sino también las máximas autoridades eclesiásticas del virreinato, por medio de la participación de Pedro Muñiz en el proceso.

      En consecuencia, la censura a posteriori del Arauco domado da cuenta tanto de las interdicciones impuestas a la circulación de ciertas obras en América como del relieve que en ellas alcanzaron las disputas entre los poderes civiles y eclesiásticos locales y los representantes de la corona, principalmente el virrey como alter ego del monarca en América. Es posible afirmar, por tanto, que en casos como el proceso contra Pedro de Oña se jugaba no solo la intervención de la corona y de la Iglesia en el control de lo impreso en América, sino el consabido choque entre las reclamaciones de las élites coloniales y los intereses de la administración metropolitana que, como bien observó Pilar Latasa, “no dejó de ver con recelo el afianzamiento social y económico de dicho grupo”.24

      Retrato de Pedro de Oña incluido en la edición de Arauco domado (Lima, 1596).

      Los estudios que conforman este volumen abordan distintas aristas jurídicas, políticas, teológico-morales y poéticas que surgen de la lectura cruzada del expediente con otros textos y documentos de la época, con el poema mismo y con otros poemas antiguos y modernos emulados por Oña.

      El capítulo de Raúl Marrero-Fente explica detalladamente cada uno de los pasos del proceso contra Pedro de Oña tal como aparecen anotados en el expediente aquí editado. El autor aclara, por ejemplo, las razones detrás de los recursos jurídicos empleados por los demandantes, el carácter de los delitos de que acusan a Oña (un “delito público grave”, la “ignominia, daño y afrenta” a la ciudad de Quito, y un delito de implicaciones religiosas, la calumnia, fruto de la “mentira perniciosa”), y las condiciones que permitieron la presentación de demandas tanto a la jurisdicción real como a la canónica.

      Marrero-Fente puntualiza, sobre todo, las características de la figura delictiva que los regidores de Quito aplican al poema de Oña, la de “libelo infamatorio”. En cuanto escrito cuya finalidad era causar infamia notable, se consideraba el libelo difamatorio un crimen grave que debía ser penado con rigor, y un pecado mortal de “caso reservado”. Esto último incide en la preeminencia que ejercerá la jurisdicción eclesiástica en este caso, con la intervención de Pedro Muñiz, provisor y vicario general de Lima.

      De especial importancia son las consecuencias sociales que la infamia tenía tanto para los quiteños como para el poeta. Como explica Marrero-Fente a partir de varias fuentes jurídicas, la deshonra causada por la infamia afectaba para siempre a los acusados de “desleales”, dado que la reputación se resentía de modo irreparable con la circulación de rumores. A su vez, de ser hallado culpable, el poeta se convertía en calumniador, es decir, infame de por vida en la figura jurídica del infamado de derecho.

      Muy interesante, asimismo, es la conclusión que extrae Marrero-Fente de un pasaje final del expediente que señala que los oidores de la Audiencia se “hallaron” con el virrey en octubre de 1596 (f. 45r). Para el autor esto implica que, a pesar de la intervención privilegiada del tribunal eclesiástico, prevaleció la justicia secular por medio de un “allanamiento” logrado por el virrey Velasco en favor de Oña. Marrero-Fente estima que gracias a la intervención del virrey se habrían eliminado todas las sanciones contra el poeta.

      A continuación, el capítulo de Pedro Guibovich Pérez ahonda en un actor clave en todo el proceso: Pedro Muñiz de Medina. El capítulo explica las complejas razones que llevaron a Muñiz (y no a la Inquisición) a actuar en contra del Arauco domado. Entre otros aspectos, Guibovich refiere a las relaciones que Muñiz mantenía con el poder virreinal al alero de una carrera eclesiástica que le había permitido una importante promoción social. Luego de ser nombrado arcediano del cabildo eclesiástico de Cuzco (1581) e integrar un círculo de influencia en torno al virrey conde de Villardompardo (1585), este último lo hizo rector de la Universidad de San Marcos junto a Esteban Marañón (nombramiento no exento de polémica) y recomendó su nombre al rey para ocupar una prebenda en la catedral de Lima (1587). El favor del virrey se hizo notar en el nombramiento de Muñiz como deán del cabildo catedralicio. En ese contexto Muñiz ejerció, además, como provisor y vicario general con motivo de las largas ausencias del arzobispo Toribio de Mogrovejo.

      Otro antecedente determinante para la participación de Muñiz en el proceso contra Oña remonta a los conflictos entre el arzobispo Mogrovejo y el virrey García Hurtado de Mendoza, asunto en el cual también profundiza Guibovich. Las duras críticas del virrey al gobierno y al comportamiento del arzobispo tuvieron como consecuencia indirecta la censura de Pedro de Oña, una vez concluido el gobierno del marqués. Quizá por ello Muñiz haya intervenido en el proceso aun sin tener propiamente competencia para actuar como censor. Guibovich advierte que, conforme a las disposiciones de Trento y a la Pragmática de 1558, Muñiz no podía actuar contra Arauco domado pues no era una obra de carácter religioso y su licencia de impresión era potestad más bien de los representantes de la corona. El campo de acción del vicario se limitaba a la confiscación de libros reprobados o sospechosos en bibliotecas y tiendas de libros. Para actuar contraviniendo la ley, Muñiz tenía, sin embargo, razones poderosas, según observa Guibovich: defender a su antiguo protector, el virrey conde de Villardompardo y menoscabar la reputación de García Hurtado de Mendoza.

      Este caso muestra, por tanto, que la legislación vinculada al control y vigilancia de lo impreso no solo tuvo una aplicación muy relativa, sino que se prestó a interpretaciones y ajustes antojadizos en función de los conflictos de poder en los virreinatos americanos. En palabras de Guibovich, la confiscación del Arauco domado de Pedro de Oña pone de manifiesto no solo los recelos hacia la palabra impresa, sino la posibilidad de que una obra como esa fuera una “suerte de chivo expiatorio de conflictos existentes al interior de las elites coloniales”.

      Tales conflictos de poder se materializaron, en buena medida, en una disputa por la representación. En lo que refiere a la rebelión

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