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como el ser de la Metafísica de Aristóteles,
, «se dice de múltiples maneras»9. No tiene una sola raíz, ni una sola forma de expresión.

      El disenso, al estar siempre dirigido en contra de algo o de alguien, y configurándose, pues, como una forma de desacuerdo o de reclamada oposición, es político incluso cuando se produce en entornos heterogéneos no necesariamente políticos. Por otra parte, más que como un concepto o una realidad teórica claramente definida, el acto de disentir puede ser entendido justamente como una intensidad que surge de la conciencia del sujeto, una fuerza ligada más al ámbito de las pasiones que al de los conceptos, un sentimiento que nace primero como algo personal para luego convertirse en un movimiento social y organizarse en formas y figuras heterogéneas. Si queremos estudiarlo realmente desde el punto de vista de la política, es preciso examinarlo en las categorías concretas que han aparecido históricamente, en las capas donde ha venido sedimentándose, en las formas que la política operativa, criticada, derrocada y practicada ha ido asumiendo a lo largo de la epopeya histórica occidental.

      En este sentido, el disenso se configura, por así decirlo, como un espacio hospitalario donde algunos de los principales conceptos de la política se encuentran y entrelazan, se enfrentan y alternan, hallando en él su propia matriz pero sin agotar nunca totalmente su significado y su importancia.

      En este aspecto reside uno de los rasgos paradójicos ligados al concepto de disenso. Este último no se agota en las figuras concretas que asume, pero tampoco se puede entender sin analizarlas como objetivaciones históricas concretas del sentir diferente.

      Si, sobre todo después del cambio trascendental que supuso la Revolución francesa, el poder se piensa y se practica como «poder constituyente», como fuerza capaz de poner en marcha un nuevo orden institucional en cuyo espacio organizar y reglamentar las relaciones humanas, entonces el poder destituyente que el disenso pretende hacer valer es, por su naturaleza, de signo opuesto. En primer lugar, no aspira a crear ex novo o a fortalecer un orden social, sino a derrocar y debilitar el poder existente y el orden hegemónico, tanto real como simbólico.

      El gesto típico de disentir como figura del sentir diferente coincide con ese «decir-que-no» que revela la falta de adhesión del sujeto al orden real y simbólico y, por ende, su potencial cuestionamiento. Es, por su esencia, la interrupción individual de un amplio y hegemónico consenso, la puesta en discusión de un sistema real, ideal y de valores que se impone como dominante, exclusivo o, en cualquier caso, mayoritario.

      El rechazo es el primer momento de la dialéctica del disentir, cuyo desarrollo posterior, en positivo, consiste en reconocer lo negado, lo obstaculizado, lo reprimido, lo desatendido y lo ignorado, propuestos como correctivos o como alternativa a la realidad existente.

      A diferencia del consenso, que puede ser pasivo y estructurarse como aceptación inerte, llamado más propiamente asentimiento, el disenso solo se da como activo y afirmativo. Esto es lo que más falta en nuestro tiempo del consenso de masas y de la homologación generalizada, donde todos piensan y sienten del mismo modo. Pues bien, como destacaremos en nuestra argumentación, una buena consideración histórico-filosófica de las figuras del disenso debe tener en cuenta la exploración crítica de la uniformidad global de las conciencias que se está llevando a cabo actualmente, en el horizonte del nuevo pensamiento único y del falso pluralismo democrático de la civilización occidental.

      Este último multiplica y fragmenta el mensaje a fin de ocultar su naturaleza íntimamente totalitaria y negadora, desde un principio, de todo derecho a disentir y pensar diferente.

      2

      EN EL PRINCIPIO FUE EL DISENSO

      «Os lo pedimos expresamente, ¡no encontréis natural lo que ocurre siempre! Que nada se llame ‘natural’ en esta época de confusión sangrienta, de desorden ordenado, de planificado capricho y de humanidad deshumanizada, para que nada pueda considerarse inmutable».

      B. Brecht, La excepción

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