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la naturaleza sugiere una forma diferente de entender la naturaleza con una visión no extractiva que permita su conservación (Becerra y Ramos, 2002; Elías, 2009). Tal vez desde este principio se fundamenta el turismo de naturaleza, el cual se desarrolla en un espacio que idealmente debería mantener la esencia natural y prístina que lo caracteriza.

      En este sentido, el espacio es un elemento indispensable para la comprensión geográfica del funcionamiento del turismo de naturaleza, ya que es el soporte fundamental de las actividades turístico-recreativas (Rivera, 2018; Vargas del Río, 2015). Según Rivera (2018), el espacio donde se desarrolla el turismo de naturaleza es aquel donde “confluyen unas relaciones sociales con propiedades variables en el tiempo, definidas por la naturaleza de las interacciones entre los recursos territoriales, los agentes humanos y sociales y las unidades espaciales a las que se dota de un sentido común”. Esto genera una relación entre espacio y sociedad dada por la práctica de actividades turísticas en la naturaleza y que configuran la territorialización del turismo de naturaleza.

      Según Donaire (2002, citado en Ballesteros, 2014), la naturaleza es un espacio para diferentes prácticas y tipos de visitantes. El autor destaca (a) la naturaleza como escenario, donde el turista no necesita adentrarse en ella, sino que se conforma con contemplarla a distancia; (b) la naturaleza como escuela, en la que hay una interacción para el aprendizaje y la comprensión del entorno natural; (c) la naturaleza como aventura, entendida como un reto para el turista; (d) la naturaleza como residencia, donde se establece un espacio para permanecer largos periodos de tiempo; y (e) la naturaleza domesticada (sin naturaleza), es decir, aquella que es transformada para su uso, como en el caso de los campos de golf (Donaire, 2002, citado en Ballesteros, 2014, p. 34).

      Por esta razón, cualquier definición de turismo de naturaleza parte del uso de la naturaleza y de las acciones para su transformación, conservación y sostenibilidad, donde se considera que la materia principal la componen el patrimonio natural y el cultural, los cuales son resultado de la conservación (Fasio et al., 2012; Martínez, 2017). Para mantener esas condiciones ambientales ideales, ha sido necesaria la figura de protección ambiental que permita su conservación. Por este motivo, las áreas protegidas como parques naturales son los espacios que idealmente se utilizan para el desarrollo de esta práctica turística, cuyos objetivos de conservación de la biodiversidad son compatibles con el desarrollo de una actividad que debe estar enmarcada dentro de los parámetros de la sostenibilidad (Ballesteros, 2014; Vargas del Río, 2015).

      Por otra parte, otro punto alrededor del turismo de naturaleza es la generación de incentivos económicos directos e indirectos para la conservación biológica (Zalles, 2018, p. 178). Esta es una de las afirmaciones más recurrentes, y en ella se identifican algunos de los beneficios que trae esta modalidad turística. Según Zalles (2018), la definición del uso de la tierra para el desarrollo turístico de naturaleza ha permitido que se proteja la cobertura vegetal de zonas con vocación turística, como en el caso de Mindo (Ecuador), donde la mejora del atractivo turístico mediante restauración forestal es un importante factor de agencia económica en cuanto al uso del suelo (Zalles, 2018).

      A escala de paisaje, el turismo basado en naturaleza puede favorecer la conservación biológica en la medida que logra una realización de incentivos locales suficiente como para favorecer la reducción de presión extractiva sobre recursos vivos y el establecimiento de patrones de uso del suelo conducentes al mantenimiento del hábitat silvestre. En Mindo, el flujo económico asociado ha generado cambios en la estructura productiva de la parroquia, evidenciándose un desplazamiento laboral desde la ganadería y la pequeña agricultura hacia los servicios turísticos, aminorando presión sobre la cobertura forestal. (Zalles, 2018, p. 194).

      En el caso de la investigación de Zalles (2018), el aumento de la cobertura vegetal es considerado como una estrategia para mejorar los atractivos y las actividades turísticas, como la observación de aves. Sin embargo, el autor reconoce que otras actividades relacionadas con el turismo de aventura no fomentan necesariamente la reforestación en Mindo, ya que este tipo de actividades no dependen de manera directa del entorno natural, como sí ocurre con actividades como la observación de aves y el turismo científico.

      Así mismo, Zalles (2018) insiste, como un reto para la sostenibilidad, en la definición del uso del suelo para conservación y restauración en Mindo, la cual depende principalmente de la voluntad política por parte del gobierno territorial para poder fomentar el desarrollo turístico, de modo que este sea viable desde el punto de vista económico y se presente como una estrategia productiva para las comunidades locales.

      Por otro lado, están las actividades de ocio que se realizan en la naturaleza, que en muchos casos se definen por ser educativas y activas físicamente, lo que hace que estén dirigidas a un segmento específico del mercado. Estas actividades están enmarcadas dentro de modalidades como el ecoturismo, el turismo activo o de aventura y el turismo rural o agroturismo (Ballesteros, 2014; Elías, 2009; Ramírez, 2014). De esta manera, se puede afirmar que el turismo de naturaleza actúa como un concepto sombrilla en el cual se incluyen las anteriores modalidades de turismo especializado, que se caracterizan por las actividades que se llevan a cabo al aire libre.

      Adicional al componente del contacto con la naturaleza está la estrecha relación con la cultura local, por medio de la cual se pretende generar un vínculo que va más allá de la utilización de unos servicios. Un ejemplo es el turismo rural o agroturismo, que puede definirse como “una tipología propia de turismo en áreas rurales que rescatan la cultural local y conservan los ecosistemas naturales presentes en muchas áreas dispuestas para recibir a turistas que buscan nuevas opciones de descanso y recreación” (Ramírez, 2014, p. 224).

      Por lo tanto, el turismo de naturaleza es factor de integración cultural in situ, donde se establecen el conocimiento cultural y la convivencia con la cotidianidad local y del visitante. Desde este punto de vista, en el turismo étnico, los visitantes son atraídos por zonas remotas, donde se fija el propósito de regresar a la naturaleza y apreciar o hacerse sensible a las relaciones entre la gente y la tierra (Goeldner y Ritchie, 2011, p. 312).

      A partir de esa búsqueda de los valores culturales locales por parte de los turistas, se generan claras oportunidades y beneficios para las comunidades locales. Para Ramírez (2006, p. 102), los beneficios pueden ser nuevas perspectivas de trabajo, complemento de actividades económicas, demanda de productos naturales con fuerte valor agregado, mejoramiento en la capacidad de emprendimiento.

      Además, Zalles (2018) identifica la gobernanza y la participación comunitaria en la toma de decisiones sobre el manejo y uso del suelo como instrumentos participativos ideales, que permiten que las comunidades locales sean partícipes en la construcción de su territorio. Estas comunidades, al reconocer los beneficios económicos y de mejoramiento de su calidad de vida, pueden contribuir a ser parte de las estrategias de conservación y reforestación.

      De esta manera, el turismo de naturaleza está relacionado con el concepto de desarrollo sostenible, el cual “alberga los principios de sostenibilidad para el desarrollo y gestión de las zonas de destino turístico, la autenticidad sociocultural de las comunidades anfitrionas y la participación de todos los agentes” (Martínez, 2017, p. 2).

      También el turismo de naturaleza se ha definido como turismo alternativo por ser una opción diferente de las modalidades de turismo convencionales, como el llamado turismo de “sol y playa” o el de masas, cuyo principal objetivo es la rentabilidad económica, de modo que se dejan de lado otros tipos de beneficios incorporados en las dimensiones ambiental, económica y social de la sostenibilidad (Martínez, 2017). Así mismo, el turismo de naturaleza se ha identificado como estrategia de otras alternativas de desarrollo (Florit y Dreher, 2009).

      Definitivamente, en relación con las diferentes teorías y perspectivas del desarrollo, el desarrollo sostenible o sustentable es la propuesta más utilizada para definir los beneficios del crecimiento económico, social y ambiental del turismo de naturaleza (Florit y Dreher, 2009; Pérez et al., 2014). La definición de desarrollo turístico sostenible más empleada por diferentes autores es la propuesta por la Organización Mundial del Turismo (OMT):

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