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medicina en la más próxima al médico, y la música al músico, porque están más unidas a ellos que las demás; de todas las tierras es más próxima aquella en donde está el hombre mismo, porque está más unida a él. Y así el vulgar propio está más próximo en cuanto está más unido, pues que sólo él está en la memoria antes que ningún otro; y que no está solamente unido per se, sino por accidente, en cuanto está unido con las personas más próximas, tal como los parientes y conciudadanos, y con la propia gente. Y éste es el vulgar propio, el cual no sólo está próximo, sino sobremanera próximo a todos. Por lo cual, si la proximidad es simiente de amistad, como se ha dicho arriba, está manifiesto que ha sido una de las causas del amor que yo tengo por mi habla, que está más próxima a mí que las demás. La susodicha causa, es decir, la de estar más unido aquello que está antes que nada en la memoria, originó la costumbre de la gente, que hace que sólo hereden los primogénitos, como más cercanos, y como más cercanos más amados.

      Además, la bondad me hizo amigo de ella, y así debe saberse que toda bondad propia de alguna cosa es de desear en ella; tal como en la virilidad al estar bien barbado y en la feminidad estar bien limpia la barba en toda la cara; tal como en el podenco el buen olfato y en el galgo la ligereza. Y cuanto más propia es más digna de ser amada; por lo cual, dado que toda virtud es en el hombre digna de ser amada, lo es más la más humana; y tal es la justicia, la cual está solamente en la parte racional o intelectual, es decir, en la voluntad.

      Es ésta tan digna de ser amada que, como dice el filósofo en el quinto de la Etica, sus enemigos la aman, como lo son ladrones y robadores; y por eso vemos que su contraria, es decir, la injusticia, es manifiestamente odiada: tales la traición, la ingratitud, la falsedad, el hurto, la rapiña, el engaño y sus similares. Los cuales son pecados tan inhumanos, que, para excusarse de su infamia, permítesele al hombre, por antigua usanza, que hable de sí mismo, como se ha dicho más arriba, y pueda decir que es fiel y lea. De esta virtud hablaré más adelante plenamente en el decimocuarto tratado; y dejando esto, vuelvo a mi propósito. Está, pues, probada la bondad de la cosa que más se encomia y ama en ella, y es de ver tal cual es. Y nosotros vemos que en toda cosa de lenguaje lo más amado y encomiado es el manifestar bien el concepto; con que está es su primera bondad. Y dado que la hay en nuestro vulgar, como se ha manifestado más arriba en otro capítulo, manifiesto está que ha sido una de las causas del amor que le tengo; pues que, como se ha dicho, la bondad es causa generadora de amor.

      XIII

      Dicho cómo en el habla propia están las dos cosas por las cuales me hice su amigo, es decir, proximidad a mí y bondad propia, diré cómo por beneficio y concordia de deseo y por benevolencia de antigua costumbre, la amistad se ha confirmado y hecho grande.

      Digo primero que yo he recibido de ella grandísimos beneficios. Y por eso debe saberse que entre todos los beneficios es mayor aquel que es más precioso a quien lo recibe; y no hay cosa ninguna tan preciosa como aquella por la cual todas las demás se quieren; y todas las demás cosas se quieren por la perfección del que quiere. Por lo cual, dado que el hombre tiene dos perfecciones, una primera y una segunda -la primera le hace ser, la segunda le hace ser bueno-, si el habla propia hame sido causa de una y otra, he recibido de ella grandísimo beneficio. Y en cuanto a que lo haya sido de mi ser, si por mí no existiese, puede demostrarse brevemente.

      ¿No hay en toda cosa varias causas eficientes, aunque unas lo sean más que las otras, y de aquí que el fuego y el martillo sean causas eficientes del cuchillo, aunque principalmente lo sea el herrero? Este vulgar mío fue copartícipe con mis genitores, que en él hablaban, así como el fuego es el que prepara el hierro al herrero, que hace el cuchillo; por lo cual manifiesto está que ha concurrido a mi generación, y ha sido así causa en cierto modo de mi existencia. Además, este vulgar mío fue mi introductor en el camino de la ciencia, que es la última perfección en cuanto con él entré en el latín y con él me fue enseñado; el cual latín me fue luego camino para andar más adelante; y así está claro y por mí reconocido, que ha sido para mí un grandísimo bienhechor.

      También ha sido mi compañero de deseo, y esto lo puedo demostrar así. Toda cosa desea naturalmente su conservación; de aquí que si el vulgar pudiese por sí desear, la desearía, y desearla sería el conseguir más estabilidad; y más estabilidad no podría tener sino ligándose con número y rimas. Y tal ha sido mi deseo, lo cual es tan manifiesto, que no ha menester testimonio. Por lo cual un mismo deseo ha sido el suyo y el mío; y por esta concordia la amistad se ha confirmado y acrecido.

      También hemos tenido la benevolencia de la costumbre; que desde el principio de mi vida he tenido con él benevolencia y conversación, y lo he usado deliberando, interpretando y disputando. Por lo cual, si la amistad se acrece por la costumbre, como sensiblemente se demuestra, está manifiesto que en mí se ha acrecido sobremanera, ya que con el vulgar he empleado todo mi tiempo. Y así se ve que a tal amistad han concurrido todas las causas engendradoras y acrecedoras de amistad; de donde se infiere que no solamente amor, sino amor perfectísimo, es lo que yo debo tener y tengo.

      Así, volviendo los ojos atrás y recogiendo las razones antedichas, puedese ver cómo el pan con que se deben comer los infrascritos manjares de las canciones está suficientemente purgado de máculas y del ser de avena; por lo cual, tiempo es ya de tratar de suministrar los manjares. Será el pan orzado, del cual se saciarán miles, y a mí me sobrarán las espuertas llenas. Será luz nueva, nuevo sol que surgirá donde el usual se ponga, y dará luz a aquellos que están en tinieblas y oscuridad, porque el sol usual no les alumbra.

      ****

      TRATADO SEGUNDO

      Canción primera

      Los que entendiendo movéis el tercer cielo, oíd el lenguaje de mi corazón,

      que yo no se expresar, tan nuevo me parece.

      El cielo que creó vuestra valía,

      vos las que sois gentiles criaturas,

      me trajo a aqueste estado en que me encuentro: de aquí, pues, que el hablar de la vida que llevo, parezca dirigirse dignamente a vos;

      por ello os ruego que me lo entendáis.

      Os diré la novedad del corazón, de cómo llora en él el alma triste

      y cómo habla un espíritu contra ella,

      que los rayos le traen de vuestra estrella. Solía ser vida del corazón doliente

      un suave pensamiento que se iba

      muchas veces a los pies de Vuestro Señor.

      Donde una dama, veía estar en gloria, de quien hablábame tan dulcemente, que mi alma decía: «Yo allí ir quiero».

      Ahora aparece quien a huir le obliga y se adueña de mí con fuerza tal,

      que el temblor de mi corazón se muestra fuera. Éste me hace mirar a una dama,

      y dice: «Quien ver quiere la salud, haga por ver los ojos de esta dama»,

      si es que no teme angustias de suspiros.

      Halla un contrario tal que lo destruye

      el pensamiento humilde que hablarme suele de un ángela en el cielo coronada.

      El alma llora, tanto aún le duele,

      y dice: «¡Triste de mí, y cuán me huye el compasivo que me ha consolado!» De mis ojos dice esta afanosa.

      ¡Mal hora fue en la que los vio tal dama! ¿Por qué no me creían a mí de ella? Decía yo: «Sin duda en los sus ojos debe estar el que mata a mis iguales,

      y no me valió darme entera cuenta

      que no mirasen tal, pues que fui muerta».

      «No fuiste muerta, pero estás perdida, alma nuestra que tanto te lamentas», dice un gentil espíritu de amor;

      porque esa hermosa dama que tú sientes, tu propia vida ha trastrocado tanto,

      que tienes miedo de ella, tan cobarde te has vuelto. Mírala cuán piadosa y cuán humilde,

      cuán

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