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del que Rivelles carecía. Ni mantillas, ni relicarios. Ni castiza, ni popular.

      El diario ABC, dirigiéndose a las espectadoras, se encargó de resumir buena parte de los valores de la protagonista del filme:

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      Fotogramas de la película Eugenia de Montijo.

      En la película, Eugenia pone en evidencia su voluntad férrea de conquistar el amor de Luis Napoleón. Aunque a menudo queda la impresión de que aquello que persigue es principalmente el matrimonio como acceso a un estatus social y político. Es significativo que ese romance esté desprovisto de pasión. La gran diferencia de edad entre la pareja (cuarenta y cinco años entre los personajes reales y más de treinta y cinco entre Rivelles y Asquerino) restaba verosimilitud al romance, que tampoco la película se preocupa por enfatizar. Su propósito político pesa demasiado para que la historia romántica despegue alegremente y funcione como en otros melodramas históricos. Anticipa, eso sí, algunas de sus contradicciones. En el ideal de género franquista la esfera pública, y por ende la propaganda política, se sitúa en el ámbito de lo masculino. Sin embargo, es sobre Eugenia de Montijo, y no sobre el futuro emperador, donde se centra la acción y adquiere un protagonismo político sustancial, aunque solo fuera como subalterno al varón.

      Es cierto que nos encontramos ante una repetición de la fábula del príncipe azul, cuya moraleja no es otra que la consecución de la felicidad a través del matrimonio, si bien en esta ocasión la voluntad de ascenso social queda un tanto desdibujada por el origen pudiente y aristocrático de la protagonista. Sin embargo, las espectadoras también podían tomar de la película la imagen de empoderamiento femenino que transmite su protagonista.

      En las revistas cinematográficas, la figura de Amparo Rivelles destaca por su aspecto cuidado y a menudo deslumbrante, y un estilo que se apreciaría como notablemente urbano y actual, tal como se observa tanto en los cuidados retratos de estudio como en las más informales fotos de prensa o en los numerosos actos promocionales a los que acude en estos años. Las revistas la retratan ataviada con distintos abrigos de pieles, elegantes trajes de noche o chics conjuntos de tarde.

      Pero no solo es un icono de moda, también lo es de consumo. Confiesa sin pudor en una entrevista que compra sin mesura ropa y calzado:

      Dedico todo mi dinero a la ropa. Me gasto un dineral en vestidos, a los que siempre he tenido una gran afición. Otra de mis debilidades son los zapatos. ¡Tengo tantos!

      –¿Cuantos?

      No parece tratarse de un comentario banal ni de una boutade de las que a veces sueltan las celebridades en las entrevistas, sino de un arranque de sinceridad, de una declaración que en buena medida define cuál era su estilo de vida. Ese ritmo de consumo vertiginoso es incorporado de manera consciente como uno de los rasgos de su personalidad.

      «La española ha triunfado», reconoce al final de Eugenia de Montijo una de sus rivales. Y esa misma imagen de empoderamiento se transfiere a una Amparito Rivelles que cada vez se revelaba más dueña de su propia vida.

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