Скачать книгу

así lo practicó Jesús: tocando y dejándose tocar, queriendo y dejándose querer, aprendiendo y dejándose cuestionar por los excluidos y excluidas, como le sucedió en el encuentro con la mujer cananea que, con su reclamo, le ayudó a ampliar sus concepciones sobre la salvación (Mt 15,21-29). El cuerpo a cuerpo de Jesús con las personas y colectivos excluidos, la práctica de unas relaciones generadoras de liberación, les harán pasar de la experiencia de la exclusión a la experiencia de la integración, del griterío a la palabra, de la autolesión a la autoestima. Pero también por esta manera de tocar y ser tocado por los cuerpos más discriminados de Israel, Jesús transgredirá los límites de lo religiosamente correcto, cuestionará el statu quo y a sus representantes y el cuerpo mismo de Jesús pasará a ser percibido como amenazante y por tanto condenado como tal por los poderes establecidos: «Maldito el que cuelga del madero» (Gál 3,12-14; cf Lev 18,5).

      En los relatos de los milagros las manos de Jesús desempeñan un papel fundamental. Las expresiones más habituales que se utilizan en los textos para referirse a la acción sanadora de Jesús a través de ellas son «tocar», «agarrar con fuerza», «poner sobre», etc. Sus manos son fuente de conocimiento y reconocimiento. Jesús toca y al tocar empodera. En sus relaciones con la gente más empobrecida y excluida les confirma como imagen y semejanza del Creador, como vemos en numerosos textos: la curación de la suegra de Pedro y la multitud que le busca para ser sanada (Mc 1,31-41; 5,41), el encuentro con la hija de Jairo y la mujer hemorroísa (Mc 5,21-43), la sanación de las personas enfermas que le buscan (Mc 7,31-37), en el encuentro con el ciego de Betsaida (Mc 8,22-25). Todas las personas tocadas por Jesús reflejan hambre de piel. Están ávidas de un contacto humanizante y vivificante que les es negado. Vive incluso una experiencia paradójica de culpabilización. No olvidemos que en casi todos los sistemas de dominación culpar a la víctima es un mecanismo que se utiliza muy eficazmente.

      En este sentido es necesario subrayar que en una sociedad en la que estaba prohibido aproximarse a la impureza, la relación de Jesús con las mujeres constituye una auténtica subversión (Mc 5,21-43). El contacto y el tacto de Jesús con los «cuerpos malditos» los introduce en la pedagogía del amor, les devuelve la dignidad arrebatada y presencializa el Reino: «Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los pobres reciben una Buena Noticia» (Mt 11,5). Pero no todos entienden ni se abren a este lenguaje. El relato de la mujer que ungió a Jesús con perfume resulta enormemente significativo. En este texto Lucas nos presenta a Jesús comiendo en la casa de Simón, un fariseo, cuando en la escena irrumpe de repente una mujer pecadora que, al hacerlo, transgrede las normas de lo política y religiosamente correcto, echándose a los pies de Jesús y acariciándole y derramando sobre él un perfume (Lc 7,36-50). La escena resulta bastante provocadora. Sin embargo Jesús no solo no se escandaliza del gesto de reconocimiento y ternura de esta mujer, sino que se deja acariciar por sus cabellos y sus lágrimas, e incluso, según recoge Juan, Jesús la pone como ejemplo de la acogida e incondicionalidad de la fe, pues al ungirle lo está reconociendo como Hijo de Dios y Mesías. Este modo de proceder de Jesús desde su sensibilidad escandaliza a unos y, sin embargo, es precisamente lo que hace que otros reconozcan que alguien que se relaciona de esa manera con los pobres y pecadores no puede ser otro que el Hijo de Dios, su misericordia y su ternura en acción.

      El tacto de Jesús, su modo de tocar la vida, de relacionarse con las personas y de dejarse tocar por ellas revela la compasión y la ternura de un Dios también femenino anunciado por los profetas:

      Con vosotros he cargado desde que nacisteis, os he llevado desde que salisteis de mis entrañas. Yo os sostendré y os libraré (Is 46,3-5).

      Yo enseñé a andar a Efraín, yo le llevé en brazos y él sin darse cuenta que era yo quien le cuidaba. Con cuerdas de amor lo atraía, con cuerdas de cariño. Fui para ellos como quien alza una criatura a las mejillas, me inclinaba y les daba de comer. Me da un vuelco el corazón se me conmueven las entrañas (Os 11,3-8).

      Jesús, en sus relaciones y praxis liberadora y sanadora, es la misericordia de Dios hecha cuerpo, carne (Lc 10,33; 15,20). Para Jesús el amor a Dios y el amor al prójimo son una misma cosa, como narra la parábola del samaritano (Lc 10,25-37). La compasión hecha cuerpo en Jesús, hecha tacto y relación le va a resultar insoportable a los poderes dominantes del sistema religioso y político. Su misericordia en acción y relación va a desconcertar a quienes, como el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, creen que Dios es más juez que padre y madre compasivo (Lc 15,1132). Porque tanto en la época de Jesús, como en otras épocas, la compasión es una relación no permitida a la hora de estructurar la legalidad. Sin embargo, la compasión practicada al modo de Jesús es una forma radical de crítica, que anuncia que todo dolor ha de ser tomado en serio, que ninguna injusticia ni sufrimiento ha de ser concebido como algo normal ni natural, sino que la injusticia y el sufrimiento que lo provocan es siempre una situación inaceptable para la humanidad. Los imperios nunca se construyen ni se sustentan sobre la base de la compasión. Las normas legales jamás se adaptan a las personas, sino que son las personas las que se adaptan a las normas, de lo contrario las normas se irían al garete y con ellas todo el sistema de poder. Por eso la compasión tiene también una dimensión política, de lo contrario no es más que un sucedáneo que los sistemas religiosos y políticos asimilan y convierten en instrumento para su mantenimiento. Por eso, desde el principio de su ministerio, la vida de Jesús se va a ver seriamente amenazada, «vigilada», precisamente por la transgresión que suponen sus prácticas compasivas, que son signos de que otro mundo es posible y por tanto se puede desmantelar el vigente. Por eso no es extraño, como nos narra Marcos en la curación en sábado del hombre de la mano paralizada, que desde ese momento los fariseos deliberaran con los herodianos sobre cómo acabar con Jesús (Mc 3,1-6).

      Gustar como Jesús: la comensalidad abierta y sus consecuencias. El Jesús que se hace barra de pan

      ¿Cuál fue el gusto de Jesús, su alimento? Juan nos dice que el alimento de Jesús fue hacer la voluntad del Padre (Jn 4,3234). Una voluntad con la que fue entrando en afinidad más allá de los costes que esto le llevará (Mc 14,32-42). Gustar la voluntad del Padre le llevó a Jesús a pasar el trago de Getsemaní. Jesús gustó la experiencia de vivir seducido por Dios y su proyecto de tal manera que la vivió hasta el extremo (Jn 13,1-2). Pero la Eucaristía no fue un acto fortuito en la vida de Jesús, sino que fue gestándose a lo largo de toda su vida: a través de sus palabras, sus gestos, sus encuentros, sus actitudes. Fue gestándose en su deseo de dar vida, una vida que es entregada gratuita y libremente: «Doy la vida para recobrarla después. Nadie me la quita, la doy voluntariamente» (Jn 10,10; Jn 6,35). Fue gestándose en su implicación ante el hambre de la gente: Jesús se ofrece como pan de vida. Descubre las potencialidades de las personas, «lo que tienen» y no solo sus carencias (Jn 6,5-11). Fue gestándose en la interpretación de tantas dimensiones de la vida del Reino: la voluntad del Padre, su Palabra, su llamada, sus promesas en clave de alimento, banquete, saciedad (Mt 7,9-11; Lc 12,37; 16,19-20). El reino de Dios se parece a un banquete en el que los invitados se excusan y el banquete se llena de gente que anda por los caminos y que pasan a ocupar los primeros puestos (Mt 22,4-14). Fue gestándose en sus gestos y prácticas de inclusión: convocar, hacer mesa común con los más excluidos y excluidas (Lc 2,15; 15,2).

      La comensalidad abierta de Jesús y su significado

      La Eucaristía arranca del gusto de Jesús por comer con un tipo de gente, de su comensalidad abierta. En todas las sociedades las comidas constituyen la forma primaria de iniciar y mantener relaciones humanas y van unidas también a la acción de gracias y al ofrecimiento. En el estudio de una cultura, cuando los antropólogos descubren dónde, cuándo y con quién es ingerida la comida, prácticamente ya pueden deducir cuáles son las relaciones existentes entre los miembros de esa sociedad. Así sucedía también en la cultura judía contemporánea de Jesús. Por eso la mesa común entre judíos y paganos era condenada. Se consideraba impura puesto que los segundos no cumplían los rituales establecidos, al igual que los pobres, que no podían hacerlo por carecer de medios para ello. En la sociedad de Jesús la comensalidad dominante era una comensalidad cerrada. Sin embargo la comensalidad de Jesús va a ser una comensalidad abierta. Jesús no solo come con sus

Скачать книгу