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La invasión de América. Antonio Espino
Читать онлайн.Название La invasión de América
Год выпуска 0
isbn 9788418741395
Автор произведения Antonio Espino
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
En el imaginario de la nación española quedó establecida una verdad axiomática, cuasi sagrada, pues fue y es uno de sus máximos fundamentos: la invasión y conquista de América fue un hecho de una extraordinaria trascendencia para toda la humanidad, del que somos los únicos y brillantes responsables, ergo ese hecho tan fundamental para el devenir de la civilización occidental no podía ser mancillado por ninguna valoración negativa. La historia oficial, ese es el drama y no otro, de la invasión y conquista de América nunca se puso en la piel del vencido. Es que no hubo vencidos, así de sencillo. La historiografía americanista, en especial durante la época franquista, creó un discurso en el que la conquista de las Indias fue muy sui generis, ya que la guerra fue irrelevante y casi no se produjeron víctimas; fue un imperialismo sin explotación, algo realmente asombroso en el devenir de la humanidad si hubiera sido cierto; fue un colonialismo amable y heterodoxo puesto que, en lugar de sustraer, enriquecía: proporcionó una lengua, una religión, una cultura… Facilitó, en definitiva, la civilización de todo un continente y sus gentes. No se arrasó nada importante, pues poco había de importante que se perdiera.
Es muy extraordinario que en pleno siglo XXI el pensamiento y la actitud con respecto a estos temas de buena parte de la sociedad no haya evolucionado apenas un ápice desde las posiciones colonialistas defendidas por el cronista regio Juan Ginés de Sepúlveda en el famoso debate de Valladolid de 1550-1551. Es más, a veces considero que es un pensamiento más retrógrado que el del propio Sepúlveda, un intelectual orgánico, al fin y al cabo, un justificador de la presencia hispana en las Indias, pero cuyo deseo era que los conquistadores fuesen gentes no solo valerosas, sino además justas, moderadas y humanas (Fernández Santamaría, 1988: 223 y ss.). En definitiva, nunca se quiso contemplar el fenómeno de la conquista como lo que fue: la explotación de un continente y sus gentes por unos invasores extranjeros, cuyos ancestros también fueron invadidos por otros antes, como si dicha circunstancia fuese un eximente.
Insisto en que la visión sobre lo acontecido en América a nivel social o popular no solo no ha evolucionado en positivo, sino que más bien lo ha hecho en negativo. Los viejos argumentos franquistas con respecto a América triunfan por doquier puesto que, en el fondo, no dejan de ser parte fundamental del argumentario nacionalista español. Y este parece sentirse agredido en los últimos años.
Me temo que durante demasiado tiempo se ha considerado que mostrarse crítico con las hazañas hispanas en América era sinónimo de ser un «mal español», cuando debería ser todo lo contrario. Hay que demostrar valentía intelectual para analizar, comprender y aceptar los excesos del imperialismo patrio, que no fue ni mejor ni peor que el desarrollado por otras potencias internacionales a lo largo de los últimos siglos, y dejar meridianamente claro que una cosa es la propaganda antihispánica de los siglos XVI al XVIII, conocida como «Leyenda Negra», y otra muy distinta un cierto sentimiento de inferioridad con respecto a otras potencias que hubiera podido derivar de la misma por parte de la nación española. Me da la sensación de que, por una cuestión de patriotismo mal entendido, siempre se ha negado cualquier exceso cometido en América o, todo lo más, se ha insinuado que si se produjeron algunas desgracias ocurrieron como una típica «acción de guerra» que, además, en el caso que nos ocupa duró muy poco tiempo. Como si las guerras, o la violencia, no tuvieran responsables. Además, siempre se recurre a la comparación con los muchos males que causaron otros. Y lo cierto es que así fue. Como señalan J. Osterhammel y J. C. Jansen (2019: 64-65):
Los crímenes de los conquistadores españoles en el Nuevo Mundo, que han permanecido grabados durante siglos en la conciencia histórica como «leyenda negra» a cargo de la propaganda antiespañola, no bastaban para ocultar que la forma estructuralmente más violenta de la expansión europea era la colonización por asentamiento del tipo «neoinglés».
O sea, la colonización de la Norteamérica británica. Por lo tanto, ¿a qué viene esa obsesión por negar la evidencia? ¿Por qué esa excentricidad de considerar el imperialismo propio como diferente al de los demás?
En realidad, me pregunto si no podríamos aplicar al caso del colonialismo hispano en las Indias el concepto desarrollado por Christian Gerlach acerca de las «sociedades extremadamente violentas», si bien desde presupuestos contemporaneístas: en dichas sociedades, y no digamos ya en los primeros momentos, de «conquista y primera colonización», asevera Gerlach que:
Ciertos grupos de población se convierten en víctimas de violencia física en masa en la que, por numerosas razones, participan diversos grupos sociales y órganos del estado. En otras palabras, existen cuatro rasgos característicos: distintos grupos de víctimas, amplia participación, numerosos factores causales y gran cantidad de violencia física. Por encima de todo, este concepto trata de explicar la participación popular y por qué existen diversas víctimas.
Para el autor alemán, «las formas modernas de violencia de masas que algunos han descrito como genocidios aumentaron en frecuencia y magnitud durante los gobiernos coloniales, especialmente desde el siglo XIX» (Gerlach, 2010: 146, 150). También lo consideraba así Sven Lindqvist en su extraordinario Exterminad a todos los salvajes (2004).
Diversas cuestiones son recurrentes cuando se trata de analizar la invasión y conquista de América con un espíritu acrítico, o desde un presentismo preocupante cuando ejerce de historiador o historiadora alguien que no lo es por formación. Cuando, por delante de la necesaria búsqueda de información, análisis documental, interpretación de los contenidos y la no menos necesaria reflexión crítica antes de proceder a explicitar unos resultados negro sobre blanco, lo que se antepone es la ideología. No negaré que todo el mundo tenga la suya, y a todos nos influye, pero lo que no es de recibo es que dé pie a una subjetividad intelectual apabullante y que se disfrace, además, de buena historiografía. El uso, y el abuso, acerca de cuestiones como la existencia de leyes que defendían a los aborígenes, de las cuales carecieron otros imperialismos; el hecho de no ser las americanas técnicamente colonias, en el sentido jurídico, y dicha circunstancia las eximía de toda explotación colonial; el tan llevado y traído mestizaje y la extensión de la lengua castellana, además de no poderse evaluar lo sucedido, en especial los aspectos escabrosos y violentos de la Conquista, desde una mentalidad actual, a quinientos años de lo sucedido, son algunas de dichas cuestiones, que más tarde valoraré.
La ausencia de formación crítica en amplias capas de la sociedad facilita la tarea a terribles propagandistas de su verdad, que suele contener las consideraciones más aberrantes sobre el devenir de la presencia hispana en las Indias. Una de las figuras más destacadas en los últimos años en cuanto al revival de la causa imperial hispanocatólica es la señora María Elvira Roca Barea. Autora de, en realidad, un panfleto exitoso que se ha querido presentar como un riguroso ensayo histórico, la doctora Roca Barea, una filóloga de formación, docente en el ámbito de la enseñanza secundaria, ha sido acusada por José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, de haber pergeñado su texto no desde el deseable rigor histórico y académico, sino desde un burdo «populismo intelectual reaccionario»1. No puedo estar más de acuerdo. Y no haría falta decir mucho