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caballos. Una vez rota su formación, los infantes los diezmaron con sus espadas, escapando pocos del cautiverio. Como era habitual, Espinosa ordenó dar un escarmiento aperreando a unos, ahorcando a otros, cortando narices y manos. El franciscano Francisco de San Román fue testigo de los hechos, a partir del cual los conoció el padre Las Casas. En tierras de Comogre había quedado Benito Hurtado —Fernández de Oviedo lo calificó como «maltratador de indios y vicioso […] pues todo su intento era lujuriar y tomar a los indios sus mujeres e indias» (citado en Mena, 2011: 284)— con ochenta hombres en la localidad de Santa Cruz, una fundación del capitán Ayora. Estimulados por los consabidos excesos padecidos por los autóctonos, los caciques de Comogre y Pocorosa unieron sus fuerzas, devastaron el asentamiento hispano y «no dejaron con vida a hombre chico ni grande de todos aquellos del asiento». El licenciado Gaspar de Espinosa tomó cartas en el asunto tiempo después y, según su propia declaración, mandó quemar cinco caciques de la zona acusados de asolar el asentamiento de Santa Cruz (Mena, 2011: 200).

      Tras arrasar Comogre y Pocorosa, la hueste de Espinosa se dirigió a Natá (en 1517), donde se hicieron fuertes construyendo un palenque de madera «que para contra indios era como Salsas para contra franceses», puntualiza el padre Las Casas. Se refería el dominico, claro está, a la fortificación mejorada a finales del siglo XV que protegía la entrada al Rosellón. Allá permanecieron cuatro meses abasteciéndose a costa de los indios. Más adelante, atacarían al cacique Escoria (o Escolia), al que derrotaron, y entraron en tierras del cacique Pariza (o Paris), buscando el oro perdido por Gonzalo de Badajoz. Espinosa envió a Diego Albítez con noventa hombres por delante, quienes frenaron tras mucho esfuerzo los envites del cacique Pariza y sus cuatro mil hombres. Pero una vez llegado Gaspar de Espinosa, cuando vieron los caballos y se soltaron los perros, todos los indios huyeron. Poco después arribó el capitán Valenzuela al mando de ciento treinta hombres como refuerzo. Gaspar de Espinosa pasó al territorio del cacique Quema, donde halló ochenta mil castellanos de los sustraídos por Gonzalo de Badajoz. En abril de 1517 regresó Espinosa a Acla con el dinero y dos mil esclavos. Bethany Aram ha encontrado nueva documentación de archivo que esclarece la expedición de Espinosa: si bien se puede criticar en algunos puntos lo aseverado por el padre Las Casas, lo cierto es que el propio Gaspar de Espinosa admitió que se habían producido algunas matanzas, si bien aseguraba que se debieron «al temor de los cristianos, al verse ampliamente superados en número» (Aram, 2008: 131). Carmen Mena, si bien reconoce que «todos los relatos de la época coinciden en señalar el régimen de terror impuesto por los capitanes de Pedrarias y sus métodos brutales a lo largo y ancho del territorio», se caracteriza no solo por no explicitarlos en demasía, sino que resalta algunas contradicciones de una de las principales fuentes, la crónica de Fernández de Oviedo, quien habitó en el territorio en cuestión, no lo olvidemos. Aunque tenía simpatías y antipatías, Gonzalo Fernández de Oviedo nunca dudó en señalar los excesos de los suyos. Cinco siglos más tarde parece que aún cuesta un tanto reconocerlos —o se procura, como se ha señalado, no cargar las tintas en demasía sobre los mismos— (Mena, 2011: 206, 282-289).

      En agosto de 1517, una vez mejorada la posición de Acla, Vasco Núñez de Balboa partió con doscientos hispanos, trescientos esclavos africanos y numerosos indios del cacicazgo de Careta hacia el Mar del Sur. Núñez de Balboa tomó la terrible decisión de cortar madera en Acla para construir cuatro bergantines con los que explorar el golfo de San Miguel y el archipiélago de las Perlas en el Pacífico, como si en aquella costa no hubiese, posiblemente, madera de calidad. Además, también se hubo de transportar todos los aparejos y herramientas necesarios para construir y hacer navegables algunos barcos, aunque fuesen de pequeño tamaño. Tras un largo y temible camino de doce leguas, entre quinientos y dos mil indios sucumbieron a la hercúlea tarea. Además, no sirvió de nada, dado que los tablones aserrados en Acla se habían podrido. Núñez de Balboa fue reponiendo por el camino los indios muertos por el tremendo esfuerzo tras atacar a los caciques de la zona. Solo en octubre de 1518 se pudieron botar dos bergantines con los que Núñez de Balboa y cien hombres recorrieron las aguas del Pacífico, tomando algunos indios esclavos en tierras del cacique Chochama, mientras el resto de la expedición construía otros dos bergantines de mayor tamaño. Tras permanecer en la zona esperando noticias del relevo como gobernador de Pedrarias Dávila, finalmente Vasco Núñez de Balboa sería apresado y mandado ejecutar por aquel acusado de traición en enero de 1519 (Las Casas, 1981, III: 70-87; Mena, 1992: 92-113).

      Según el testimonio del alavés Pascual de Andagoya (1495-1548), quien llegó al Darién en el séquito de Pedrarias Dávila en 1514, durante tres años, es decir, hasta 1517,

      los españoles que iban hacia aquella parte a la tierra [Mar del Sur], y traían grandes cabalgadas de gente presos en cadenas […] Y como proveían por capitanes, por el favor de los que gobernaban, deudos e amigos suyos, aunque hubiesen hecho muchos males ninguno era castigado; y desta manera cupo este daño a la tierra hasta más de cien leguas del Darién […] En todas estas jornadas nunca procuraron de hacer ajustes de paz, ni de poblar: solamente era traer indios y oro al Darién, y acabarse allí (Andagoya, 1986: 86-87).

      Una vez fundada la ciudad de Panamá en 1519, tres años más tarde el propio Andagoya recibió permiso para explorar hacia el este la provincia de Virú a partir de la provincia sometida de Chochama. Pascual de Andagoya consiguió derrotar a las gentes de Virú, que peleaban con paveses que les cubrían toda su anatomía, porque buscaron el cuerpo a cuerpo con la hueste hispana armada con espadas de acero y rodelas. Un accidente frustró la conquista de Andagoya, que, por consejo de Pedrarias Dávila, cedió sus derechos a Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque. El resto es historia (Andagoya, 1986: 97-99).

      Asimismo, recién fundada la nueva posición de Panamá, en el Pacífico, Pedrarias Dávila envió a uno de sus más firmes colaboradores, Gaspar de Espinosa, con dos bajeles a tierras de Poniente. Espinosa alcanzó la provincia de Burica, en la costa de Nicaragua (hoy en día Panamá), y más tarde la de Huista por tierra, enviando comida a Panamá, donde hacía mucha falta, mientras los bajeles descubrían aquellas costas. Seguidamente avanzaron por tierras de Tobreytrota y Natá, entrando en Veragua. En todo aquel camino se significó el capitán Francisco Pizarro, quien, a decir del padre Las Casas, «con el terror de las crueldades que hacía, los [indios] que no pudieron defenderse o esconderse o huirse, viniéronse a subjetar y ponerse en sus manos». Fue una buena escuela. Para moverse por aquellas tierras, cuya costa atlántica descubriese el almirante Colón en su cuarto viaje, Bartolomé de las Casas nos recuerda que por cada soldado hispano se necesitaban diez indios, mujeres y hombres, para su servicio y el transporte de cargas insoportables. El cacique Urraca, de Veragua, fue el único que les pudo hacer frente gracias a «la aspereza de la tierra, que no se podían bien aprovechar de los caballos, y donde esto hay en aquellas Indias, mucho menos pueden los españoles contra los indios y no hobieran tan presto asolándolos» (Las Casas, 1981, III: 392-393).

      Tras comprobar la fertilidad y el mucho oro de aquellas tierras, Gaspar de Espinosa dejó atrás a Francisco Compañón con cincuenta hombres y dos caballos por orden de Pedrarias Dávila, mientras ambos trataban en Panamá sobre la colonización del territorio de Natá, comarcano de Veragua. El cacique Urraca trató de tomar desprevenido a Compañón, quien se defendió, pero no sin demandar ayuda urgente. El gobernador Pedrarias Dávila envió por mar a Hernán Ponce con cuarenta hombres en apoyo de Compañón, mientras él mismo avanzaba por tierra con ciento sesenta hombres, dos caballos y algunos tiros de artillería. Tras alcanzar la posición de Compañón, dejó allá treinta hombres de Hernán Ponce mientras con el resto de sus tropas se lanzó a buscar la batalla con Urraca. Este se hizo fuerte en tierra del cacique Exquegua, una posición poco favorable para el uso de los caballos, dice el padre Las Casas, pero ya hemos visto cómo, según su testimonio, solo llevaban dos, pues sin duda por entonces había quedado bien claro que aquel no era un país para jugar con la caballería. Según Las Casas, tras luchar durante cuatro días, la clave del triunfo estuvo en el uso que se hizo de las armas de fuego, y en el hecho que las armas de los indios causaban heridas, pero no muertes entre los hispanos. Con todo, Urraca pudo escapar, siendo acosado por las tropas de Pedrarias Dávila. Tras enviar tras él al capitán Diego de Albítez con cuarenta hombres, Urraca los derrotó, quedando casi todos heridos. Poco después, el mismo Albítez lo envistió con sesenta hombres, resultando de la misma manera heridos casi todos, pero

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