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obtuvo información va a la escuela cursando el nivel inicial, primario y secundario. El 93% de las personas adultas tiene algún nivel de instrucción: el 54% ha completado la primaria, 15% la secundaria y un 2% nivel de educación superior completo. El origen en su mayoría es porteño (62%), seguido de otras provincias argentinas (25%) y de países limítrofes (12%). Entre los motivos para ingresar a la situación de calle los principales son problemas familiares (41,5%), y dificultades económicas (34,9%), y solo un 10% de quienes respondieron la pregunta sostiene que es por adicción a drogas; también se encuentran como causas haber estado privados de la libertad y problemas de salud mental. Se señala en el informe que el 80% duerme en la calle y que 235 de las personas un año atrás no vivía en la calle lo cual da cuenta del riesgo de situación de calle para otras personas (Proyecto 7, 2017). El 70% ha sido víctima de una o varias formas de violencia social y/o institucional y en general se reviste un patrón de estigmatización estereotipos justificadores de violencia. Entre las redes de apoyo que les brindan ayuda se encuentran instituciones religiosas, fundaciones, organizaciones de la sociedad civil y grupos de amigos.

      Las estadísticas del Ministerio de Desarrollo Social de Chile daban cuenta de que en 2012 había 12.255 PSC en sus ciudades. Berroeta y Muñoz (2013, p. 4) precisan que el promedio de permanencia es de 5,8 años y que el 84% eran hombres. La Región de Valparaíso es la segunda en importancia en cuanto a PSC, encontrándose en las metrópolis de Valparaíso y Viña del Mar que el mayor contingente lo conforma el grupo etáreo de entre 25 y 59 años (67,9%), mientras que el 67% respondió contar con ingresos derivados de algún trabajo, el 56% pernocta en la vía pública y el 37,9% es PSC debido a problemas familiares. Existe un gran temor por la pérdida de la vida a manos de grupos neonazis, principalmente, asociado al control y disputa del espacio público (Berroeta y Muñoz, 2013, pp. 12 y ss.).

      En el penúltimo capítulo se retomará el estudio de las políticas en varias metrópolis, cuyo rasgo principal es posible anticipar: la primacía de las políticas reactivas sobre cualquier otra alternativa de intervención del Estado y la sociedad. Por ahora, exponemos las contradicciones en torno a las causas de la habitabilidad en la calle en Bogotá.

      Si el encuentro con la calle es cruel para cualquier persona, el que lo depara con la droga no es ni mucho menos envidiable. Los estudios clínicos de Jacques (1999, citado por Rivera, 2007, p. 128) lo llevaron a concluir que a la toxicomanía la precede un “sufrimiento insoportable”, generalmente asociado a algún trauma de tipo sexual, de manera que la persona resuelve la disyuntiva de la amenaza incestuosa o el pecado venial del consumo obsesivo de droga en favor de esta última. La cuestión sexual y el psicoanálisis son inseparables. La imagen paterna o materna es la que generalmente se trastoca para producir ese sufrimiento. Es por ello que no es pertinente disociar las dos primeras razones en importancia de la figura 1 pues, tanto en el plano real como en el simbólico, el conflicto familiar está en la base de la decisión de habitar en la calle.

      Que exista un grupo de habitantes de la calle que manifiesta estar en tal condición “por gusto personal” no es extraño pues, de hecho, son esas personas cuya dignidad ha sido mancillada de manera cruel y reiterada por cuanto ámbito familiar, institucional o solidario han transitado, de manera que la calle es lo único que queda a su alcance. Siguiendo a Lacan, es incoherente afirmar que, del pernoctar a la intemperie, afrontando el hambre y el frío y, además, enfrentando sistemáticamente el miedo, se pueda derivar pulsión alguna de goce.

      Por ello, aquellos humoristas y actores de televisión que se prestan para transfigurarse momentáneamente en habitantes de la calle a fin de ofrecer un puesto de trabajo, inexistente por lo demás, a los habitantes de la calle, se prestan a la difusión de la ignorancia selectiva (cfr. Proctor, 2020) cuando ensalzan la respuesta negativa a tal ofrecimiento y, con ello, terminan victimizándolos pues, “como se podrá observar, están en la calle por gusto, no les atrae el trabajo y en cambio viven drogados”. Respuesta bien diferente es la que podrían esperar de los habitantes de la calle que preguntados primero por la razón que los llevó a esa condición, responden que lo están por “dificultades económicas” y “por falta de trabajo”.

      No hay nada placentero en habitar en la calle; por el contrario, es la desesperanza la que gobierna la condición presente y la visión de futuro de los habitantes de la calle, condición de miles de personas que desacreditan al Estado social de derecho que pregona el Artículo 1º de la Constitución Política de Colombia pues, reconocidas sus causas, es un fenómeno evitable y desde ningún punto de vista insuperable. Los siguientes capítulos se ocupan del análisis de las expresiones más conmovedoras del fenómeno, aquellas que a manera de una “muerte en vida” padecen los habitantes de la calle, y en cuyo método se ha procurado poner en relieve la alteridad como estrategia que permite una comprensión más perspicaz de la estadística.

      CAUSAS DECLARADAS DE LA HABITANZA DE LA CALLE, BOGOTÁ 2017

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      Fuente: Construida con base en estadísticas del VII Censo de Habitantes de la Calle, DANE – Secretaría Distrital de Integración Social.

      Entre los habitantes de la calle se encuentran personas talentosas, hijos de familias disfuncionales, víctimas de modelos educativos represivos y desplazados por los violentos, y no meramente adictos a los alucinógenos entrados en desgracia. Para los primeros, la calle produce la sensación de emancipación de una escuela que transmite la ignorancia de los profesores a los alumnos, de una familia que los juzga a diario como una carga y de grupos estatales y paraestatales que no los toleran; y para los segundos, el encuentro con otros adictos, pero también con los miembros de los circuitos ilegales del tráfico de alucinógenos. La rudeza de la convivencia a la intemperie termina confinando a unos y a otros a tales circuitos.

      El deterioro urbanístico de ciertas zonas centrales de la ciudad ha propiciado la aglomeración de quienes mejor expresan el deterioro social, los habitantes de la calle. Cinco Huecos, El Cartucho y El Bronx son algunos de los más emblemáticos, erigidos en proximidad a las sedes de los gobiernos nacionales y distritales, y objeto de programas de renovación urbana que, con apreciable discontinuidad temporal, erradican a sus residentes agravando el fenómeno por la dispersión a la que son sometidos. “Conocí la desesperanza consumiendo en El Cartucho y después en El Bronx, allí la felicidad está negada” respondió “El Cantante” quien a sus 58 años ha descubierto que padece de epilepsia y que necesita de su medicación a diario. “Nada que ver con lo ajeno” es la manera como uno de sus paisanos de 28 años y cuatro habitando en la calle intenta ganar la confianza de los transeúntes del centro tradicional de Bogotá, a quienes aborda en busca de la limosna con la que pueda reunir los cien mil pesos diarios que dedica al consumo de 15 o más papeletas de “basuco” y a pagar los cinco mil pesos del rincón que ocupa en algún inquilinato. El ciclo mortal de los habitantes de la calle se hace presente a cualquier edad.

      Estos testimonios coadyuvan los argumentos presentados a lo largo del capítulo, con los que se pretende propiciar un análisis con potencial para contribuir a modificar las ineficaces políticas y los fracturados modelos de atención estatales dirigidos a los habitantes de la calle, pero también a cuestionar los sentidos comunes errados que proliferan sobre los determinantes de la habitabilidad en la calle, su cotidianidad y sus desenlaces fatales, propósito utópico debido a que, como plantea Raigosa (Semana, 2017), “la gente cree lo que quiere creer, lo que reafirme sus creencias y lo haga sentir más cómodo con su realidad”.