Скачать книгу

tenía ganas de sangre: una rama surcó el aire girando sobre su propio eje y, con un silbido, se clavó en una de las piernas del corredor, haciendo que el sujeto en cuestión aullara de dolor antes de lanzarse de bruces y dejarse la piel contra la hojarasca.

      Había terminado con dos sin mayor dificultad, pero aún le quedaba una víctima con la espada en alto, mirándola acongojado, atrapado en su telaraña mental. La mujer le pasó una mano por el cuello a su montura, que no parecía muy alterada bajo el influjo calmante de Alissa, e hizo que el hombre volador se acercase flotando suavemente. Alargó la mano y le tocó el rostro, sintiendo el pegajoso sudor contra los dedos antes de entrar en su cabeza. Buscando. Buscándolo a él. No era algo que hiciera a menudo, pues la gente solía percatarse cuando un mentalista se colaba en su cabeza y los dogmas del gremio eran muy estrictos a ese respecto. Pero en el caso de aquel asaltador de caminos no tuvo muchos reparos.

      No encontró nada acerca de Galian, pero sí escuchó algo interesante acerca de la Unión Condal de Ire, del Decavirato. Algo ocurría con las relaciones entre los diez duques. Había tensiones entre las provincias. En aquella cabeza se hablaba de los herejes de Gnije y de grupos rebeldes que se empeñaban en que volviera la monarquía, de la unificación del continente bajo un mando único. Allí florecían, como zarzales, anhelos de cambio fraguados en tertulias de taberna. La inestabilidad política era algo común en toda Ilargia, sobre todo en la región Akaria, pero lo que veía en aquella cabeza le producía cierto desasosiego. Había algo más, una sombra que no conseguía discernir bien. Un hueco. Muy pocas clases de magia podían dejar un agujero como aquel.

      Le dedicó una sonrisa antes de estrujarle la mano contra la empuñadura de su propia arma y romperle todos y cada uno de los huesos de la extremidad. El individuo, sumido en un parón mental, no pudo ni emitir el grito que se estrelló contra los límites de su garganta. Solo cuando el suelo recibió su beso fue capaz aquel sujeto de abrir la boca. Enroscado, lanzó un alarido vesánico que hizo que una bandada de lavanderas huyera hacia el este. Aquel intento de robo había hecho que Alissa, que ya cabalgaba en la misma dirección que las aves, sintiera como el calor volvía a su rostro.

      Cuando llegó a Sklaciatos el búho ya estaba aguardándola, posado en el tejado de una de aquellas casas levantadas con ladrillos de adobe, que tanto se usaban en la provincia de Sopere. A pesar de que aquel pueblo todavía pertenecía a la región más húmeda, a Thas, la comarca que abarcaba gran parte del Bosque de los Suspiros, la sequedad de la Ilargia oriental, lejos de los vientos húmedos del Eón, ya se hacía más patente y los habitantes se atrevían a emplear aquellos materiales más sensibles al agua. Pero la madera de las vigas y de las puertas seguía siendo de haya, o de cedro, en las propiedades de los más pudientes.

      La mujer le dedicó una rápida mirada de curiosidad al animal que la había llevado hasta Torlwan, pero este pareció ignorarla deliberadamente una vez más. Isola siguió la única senda que atravesaba el pueblo y pronto se encontraron en una suerte de plaza circundada de casas, donde un grupo de Siervos de laTierra predicaba sobre la pureza de los cuerpos que abandonaban la carne, la ostentación, y abrazaban el manto de la humildad. Había seis de ellos, cuatro ancianos y dos jóvenes adeptos, todos con el cuerpo recubierto por aquellos intrincados tatuajes, aquellas marcas que se conocían como runas de purificación o de exorcismo.

      El sol estaba poniéndose y Alissa tenía que buscar una fonda, así que se acercó al grupo que había congregado alrededor del Raíz. Un grupo de niños y niñas que se había percatado de la presencia de la forastera se acercó a su caballo por ambos flancos. La mujer sintió una tristeza infinita superar los muros de la maldición viendo como aquellas manitas se alzaban para conseguir alguna limosna de la recién llegada. No era el hecho en sí el que provocaba en ella aquella reacción, sino aquellos rostros sonrientes, llenos de vida. Tuvo que apretar los dientes antes de descabalgar para evitar que el dolor rociase su rostro. Se pasó una manga de la camisa por la cara, justo donde tenía aquellos soles bordados con hilo negro, antes de repartir unos cuantos arctos entre los muchachos, que enseguida la dejaron proseguir su camino.

      —… y así mantendréis la pureza de vuestra sangre. Limpia, inmaculada. Y cuando riegue la tierra de la que ha nacido, el Hiaru Ahua la aceptará sin dudar. ¡Volveréis al seno de la madre tierra, donde disfrutaréis del gozoso abrazo de vuestra hermana! Y seréis dichosos ante las puertas abiertas del templo de la noche eterna, pues en vosotros está su ser y a su ánima habéis de volver.

      Alissa, a pesar de haber sido criada bajo las enseñanzas de Everión, había presenciado en demasiadas ocasiones aquellas fervorosas muestras de fe, por lo que no hizo mucho caso y se acercó a una mujer de mediana edad que tenía un cántaro apoyado en el suelo, entre las piernas. Esta le habló en una mezcla del cálido y embaucador acento traileño con las formas afectadas de los ireos y le señaló una de las construcciones que rodeaban la pequeña plaza.

      El posadero del Hálito Blanco le ofreció alcoba, cuadra para Isola, cena y desayuno por ocho arctos de vellón, un precio bastante ajustado teniendo en cuenta que aquel poblado se encontraba en medio de una de las dos rutas de comercio por tierra más importantes de Ilargia. Cada uno de los caminos reales bordeaba una ribera del desierto: la Ruta de los Suspiros por el oeste, la que había recorrido Alissa en dirección sur, y la Ruta del Azogue por el este, cercada por el Horizonte de Fuego y el mar de laTranquilidad.

      Decidió comer primero, ya se quitaría más tarde el polvo del camino. También debía contactar conTrescúpulas para informar, pues ya había pasado más de una semana desde su última conversación con sus compañeros del gremio y necesitaba relatarles lo ocurrido. Devoró con fruición una sopa de pollo con puerro, mojando un sabroso pan de maíz, y lo bajó con una jarra de cerveza de cebada tostada mezclada con miel. Una vez saciado su apetito, pidió un vaso de ron a la posadera y dejó que sus ojos vagaran por los presentes mientras se lo bebía a sorbos. Había algunos comerciantes li-men-ti discutiendo en dos mesas, un par de lugareños hablando cerca de la puerta, una joven dama kuokere de bellas facciones acompañada por un guerrero jicheon cuyos ojos se enlazaron a los de la bruja cuando esta lo escrutó, y un mercenario li-men-ti, probablemente un miembro de los Rebeldes deValtian, aunque jamás lo reconocería. Hacía ya cuarenta y nueve años desde la caída del viejo rey a manos de los duques y aquel hombre no tenía más de treinta años, por lo que pertenecía a aquella organización por un motivo diferente a la lealtad.

      También había detrás de la barra, sentada sobre un arcón, balanceándose sobre un gran libro que se abría sobre sus piernas, una niña de unos cinco o seis años de pelo rizado. La joven acariciaba las páginas con sus deditos, como si sostuviera un pequeño animal y no un ajado volumen, mientras sus ojillos se deslizaban aquí y allá y su cabeza se movía ligeramente, asintiendo, como si de un erudito se tratase.

      Alissa terminó lo que quedaba en el vaso de un trago y se puso en pie deprisa.

      De camino a su estancia, portando un candil que le habían proporcionado, estiró el éter y no encontró nada raro. Ni siquiera fue capaz de dar con su alado amigo, aunque era bastante frecuente que desapareciera durante la noche. Tras atrancar la puerta, dejó la luz sobre la mesa y se fue directa a la jofaina para servirse un poco de agua en uno de los cuencos de barro. De su propia bolsa de viaje extrajo un pequeño frasco con aceite de romero y vertió un generoso chorro en el agua del recipiente antes de aspirar con fuerza. Cuando el líquido tocó la piel de su rostro fue consciente del corte que tenía en la mejilla. No era muy profundo y solo se lo había aclarado con un poco de agua después de volver con Isola, antes de olvidarse de él. Ahora tuvo que frotarlo con fuerza para deshacer la costra que se había formado encima. El contacto con el agua le produjo gran placer y cuando terminó con sus abluciones suspiró satisfecha. Más relajada, notaba como la tensión del día, acumulada en sus músculos, la hacía sentirse pesada, pero no podía irse a dormir aún.

      Mientras hurgaba entre sus pertenencias, su mirada se detuvo un momento en la oscilación de la llama, que le recordó a la niña del posadero: adelante y atrás, meciendo el voluminoso tomo. A punto estuvo de extinguir la llama, pero se lo pensó mejor: encerró aquella burbuja, sacó de su bolsa un pequeño fragmento de tela impregnado en sangre de silarillo y lo prendió con la vela antes de apagarla y arrojar el conjuro al suelo. El avisador gemelo ardería enTrescúpulas con la

Скачать книгу