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me trasladé, pero no pude hablar con él personalmente, sino por teléfono. Todavía no sabemos exactamente quién es, aunque la información que tenemos es correcta. A pesar de que hemos filtrado las voces de algunas personas que reúnen posibilidades, no se le ha reconocido su voz, suponemos, estaría distorsionada a propósito. Por entonces, me manifestó que empezaba a desilusionarse con el sistema soviético. La causa que esgrimió fue lo acaecido en Hungría ese año. De lo acaecido y de lo que me contó solo informé a nuestro superior Scott, por decisión expresa del propio interesado. Hace tres meses recibí la misma clave que utilizamos enViena para tener un encuentro. Lamentablemente, y al igual que en aquella ocasión, el encuentro físico no fue posible, pero envió a un correo, una persona de toda confianza; se presentó como su esposa. Nos vimos en el mismo sitio que ahora estamos pisando y me entregó un documento escrito con sus intenciones futuras. Esa información ahora está en manos del señor Scott, que es quien lleva personalmente este affaire. Sabemos que nuestro susodicho ha pedido ser enviado a la Embajada soviética en Helsinki, cosa que pronto ocurrirá, y si se confirma que Estados Unidos lo adopta, se preparará toda la operación para sacarlo del país. Pero esa será otra historia. ¿Preguntas?

      —¿Conocemos su nombre?

      —Nunca lo ha dicho, aunque sabemos que se hace llamar Ivan Klimov. Como esto no se ha dado a conocer a la CIA, no podemos rastrear los archivos y vamos un poco a ciegas; por otra parte, al indagar por los canales soviéticos, levantaríamos la liebre.Tenemos que esperar a ver qué nos dice nuestra propia investigación. De momento, los tiempos los marca él. Descubrir el hilo que nos puede hacer dar con el verdadero nombre es a través de fotos de su presunta esposa, a quien seguimos esporádicamente con mucha dificultad, por razones obvias. Estamos en ello, pero aún no sabemos con seguridad de quién se trata y cuál es su nombre verdadero.

      —¿Y no podría ser que se hiciera pasar como arrepentido para convertirse con el tiempo en agente doble o topo soviético?

      —Tal vez. Eso ocurre con frecuencia en ambos lados, pero es un riesgo que se asume. A ambas partes les interesa esa forma de conquistar a la persona, es un método que muchos países practican. Aunque luego está la persona interesada, que es quien se inclina hacia un lado u otro.

      —Pero entrañará peligro, ¿no?

      —Peligro y mucho dinero. Buscar un equilibrio es la garantía para que te respeten en ambas partes. Precisamente Klimov nos dio el nombre de una importante espía rusa, una funcionaria que trabaja en la CIA. Lo está comprobando Scott. Pero lo que nos da más seguridad de su sinceridad es que quiere desertar acompañado de su esposa y su hija. Eso para nosotros ya es una garantía.

      —Podría ser. Y bien, ¿qué debo hacer? ¿Me espero a tener más información sobre Klimov, o…?

      —Lo mejor es que se quede. Creo que faltan pocos días para conocer su verdadera identidad, de manera que disfrute de sus vacaciones y espere. Cuando tengamos la información, nos pondremos en comunicación con usted; le dejaremos aviso en recepción. El lugar de encuentro siempre es aquí en la fuente; el día y la hora, se los indicaremos. De cualquier forma, antes de marcharse nos veremos de nuevo. Entretanto, ¡disfrute de Finlandia y de nuestro sisu!

      —¿Cómo dice?

      Jalo se sonrió por la cara de extrañeza que puse.

      —Si hay una palabra que defina mejor a Finlandia es, sin duda, sisu.

      —¿Es algún pescado?

      Recuerdo que soltó una fuerte carcajada.

      —No es una palabra, es un concepto que existe desde hace más de quinientos años. Para nosotros, es una especie de coraje, bravura o perseverancia. Digamos que es un grito a la unidad para superar una circunstancia adversa o sobreponerse a situaciones límite.

      —¿Una aptitud?

      —Sí, algo así. El sisu detalla la manera de ser de nuestra gente, su carácter, es…

      —El espíritu finlandés —recuerdo que le interrumpí.

      —Nunca lo habría definido mejor. Correcto.

      —Bueno, pero cultivar eso me costará tiempo, ¿no? —le dije, sonriendo.

      —No lo crea. Con poco que esté en este país y lo conozca, lo entenderá, y aún mejor, lo asumirá.

      —Pues gracias por el consejo. Saborearé cada momento que esté aquí.

      —¡Eso es, eso es, señor Sullivan! —exclamó, marchándose con toda satisfacción.

      —¡Conforme! —le contesté ya en voz alta.

      Permanecí allí de pie mientras observaba cómo poco a poco aquel hombre se alejaba.Todo lo que me estaba ocurriendo allí, en ese escenario, era más propio de una novela o de una película que de una realidad, pero así era.

      A partir de aquel momento, quizá por haber expulsado la ansiedad o la tensión de conocer lo desconocido, la ciudad de Helsinki me pareció más bella, más bonita, y veía cosas que antes la nieve me ocultaba. Percibía a la gente más alegre, más activa, de modo que decidí disfrutar y recorrer la ciudad. Hasta me prometí verla en temporada estival, sin su manto blanco. Así que aproveché para visitar Tallin, en Estonia, a tan solo 80 kilómetros al sur de la capital; desde luego, se notaba que había sido territorio ocupado por los soviéticos.También visitéTurku, la ciudad más antigua de Finlandia. Me gustó mucho, es una de esas ciudades donde no me importaría vivir. Creo que sentí el sisu.

      El sábado 25 recibí una nota que me dejaron en recepción: «Lunes, 11:30. Jalo». Como era de esperar, acudí puntualmente. Esto es lo que recuerdo de lo que hablamos en aquella cita:

      —¿Está disfrutando de sus vacaciones?

      —Sí, y estoy descubriendo que Finlandia es muy bonita.

      —Me gusta que se encuentre a gusto entre nosotros y le guste esta tierra. Bien, hay novedades.

      —¿Buenas o malas? —le interrumpí.

      —Muy buenas. Antes de que viniera usted, hace un mes, enviamos un correo a Klimov, pidiéndole una prueba para que ustedes pudieran confiar en él. Por supuesto, le hicimos sabedor de que debía desvelarnos información interesante. Hace cuatro días recibimos la respuesta: «Indagar en el club Delicias. Washington, dos de sus mujeres son espías nuestras».

      —Bien, es una buena pista para comenzar.

      —¿Conoce el club?

      —No, pero es evidente que si se hace una buena investigación, seguro que sacaremos información sustancial. Solo así tendremos la oportunidad de saber lo que vale este Ivan Klimov, y si nos dice la verdad.

      —La otra noticia importante es que sabemos, casi con total seguridad, su identidad. Se trata de Anatoliy Mikhaylovich Golitsyn. Ahora está en Moscú, en la misma academia de la KGB, terminando la carrera de abogado. Es un personaje que está asumiendo peso representativo dentro del partido y muy cercano a los círculos del poder. La KGB se está reorganizando y él ya ocupa un papel importante. Está desempeñando trabajos como analista en la sección OTAN. Nosotros no disponemos de recursos para ampliar y cotejar que es nuestro personaje, además de que levantaríamos todas las alarmas. Eso se lo dejamos a Scott. Pero si se confirma, se trataría de un hombre de primera línea, muy importante.

      —¿Puede repetirme el nombre?

      —Anatoliy Mikhaylovich Golitsyn.

      —Creo que debo escribirlo hasta que lo tenga bien memorizado —le contesté.

      —Ya he pensado en ello. Tenga estas postales de la ciudad. En cada una de ellas está escrito en goma arábiga el nombre, lo que lo hace invisible, a no ser que la moje con un colorante para poder leerlo. Pero lo mejor será que repita muchas veces el nombre hasta que lo memorice, buscando alguna regla nemotécnica, ya sabe… Así nunca se le olvidará.

      —Entiendo que con esto mi estancia aquí ha terminado.

      —Creo que sí.

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