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de dos significados: en relación a un estado y a un proceso. La identificación como un estado se refiere a la asociación del individuo con un grupo social (una organización, una profesión, etc.). El segundo (como proceso) es el paso de alinear la propia identidad con la de un grupo social. Los autores resaltan que la identidad puede cambiar en este proceso ya que es cíclica y no determina cuándo un individuo se llega a identificar con una entidad en particular.

      La construcción de la IO es un proceso crítico del proceso de identificación organizacional en el sentido en que los individuos construyen esa identidad y evalúan la resonancia y concordancia entre la propia conceptualización y sus propias identidades. Junto con ello, y dentro de este proceso, obtienen la posibilidad de poder definirse a sí mismos dentro de la organización (Alvesson y Robertson, 2006; Dutton, Dukerich y Harquail, 1994; Holmer-Nadesan, 1996). Un empleado se identifica con una organización cuando experimenta una concordancia entre su construcción de IO y su propia autoconstrucción (Dutton et al., 1994), estableciéndose diferentes tipos de identificación a partir de este proceso (Kreiner y Ashforth, 2004). La identificación con la organización aparece cuando las creencias de un individuo sobre lo que es la organización se autorreferencian o se autodefinen consigo mismo (Pratt, 1998).

      Para Sluss y Ashforth (2007), la identidad relacional responde a la pregunta: ¿cuál es la naturaleza de nuestra relación?, y la identificación relacional: ¿cuánto tengo internalizada esa identidad como parte de mí mismo? Usando estos términos, los autores ofrecen un modelo conceptual para integrar el proceso de construcción en el cual confluye lo personal, las relaciones inter-personales y los niveles colectivos basados en los roles.

      A nivel individual, Linstead y Thomas (2002) caracterizan el proceso de formación de la identidad como la gestión de la tensión entre las demandas presentadas frente a las preguntas que continuamente se plantean: ¿qué es lo que quiere la organización de mí? y ¿qué es lo que quiero ser a futuro? La primera pregunta tiene que ver con la propia identidad como actor social dentro del espacio organizacional, mientras que la segunda tiene que ver con la construcción social de una identidad personal. Sin embargo, ambas estan inextricablemente entrelazadas, a la vez que expresan las dos perspectivas dominantes en el estudio de la IO: la construcción social y los puntos de vistas de los actores sociales (Gioia et al., 2010).

      Las identidades personales son negociadas, creadas, amenazadas, reforzadas, reproducidas y revisadas, a través del proceso de construcción como tal, siendo encarnadas en dicha interacción (Alvesson, Ashcraft y Thomas, 2008). Y con respecto a la forma y al fondo, las identidades personales necesariamente recurren a discursos sociales disponibles o a narrativas sobre quién uno puede ser y cómo se debe actuar, por lo que algunos individuos pueden tener un apoyo institucional más fuerte y acceso a ciertos recursos materiales más que otros (Thomas y Davies, 2005).

      De esta manera, la identidad individual se compone de los aspectos del self que surgen de las características personales, así como de las categorías sociales con las que el individuo afirma estar vinculado (Tajfel y Turner, 1986). Sin embargo, hay que precisar que los individuos no son meros receptores pasivos de identidades que provienen de entidades sociales. Estos son capaces de reconocer las implicaciones y exigencias de las organizaciones, grupos y otras entidades (Kreiner et al., 2006b).

      Así, la identidad personal está compuesta por múltiples aspectos que varian en accesibilidad y relevancia a través de diversas situaciones, entre los cuales algunos son más importantes y estables mientras que otros están sujetos a la interpretación y cambios permanentes (Kreiner et al., 2006b).

      Lo discutido lleva a preguntarse por la posibilidad que tiene la IO de considerarse como un fenómeno que pueda ser deconstruido en un conjunto de componentes generalizables como la orientación moral, las preferencias de riesgo o las clasificaciones de estado (Brickson, 2000). Aunque Albert y Whetten (1985) propusieron que las “dimensiones seleccionadas para definir el carácter distintivo de una organización puedan ser muy eclécticas” (p. 268), a muchos académicos les gustaría ser capaces de comparar la identidad de una organización con las identidades de las otras. Las primeras investigaciones versaron sobre la posibilidad de encontrar una identidad única en cada organización o si hay un conjunto de dimensiones de IO que se puedan generalizar en todas las organizaciones. Si hay dimensiones generalizables, entonces se debe tener en cuenta los atributos de centralidad, distinción y duración, revisadas anteriormente.

      La idea de que cada organización tiene una identidad única es el enfoque en donde esta se evalúa con dimensiones sugeridas por los miembros de la entidad a sí mismos (por ejemplo, con la técnica de rejilla, Gustafson y Reger (1998)). Por lo tanto, la identidad de una organización no es necesariamente o directamente comparable con la identidad de otra organización. El enfoque de los que buscan generalizar las dimensiones de la identidad de la organización es una perspectiva ética, en la que los investigadores identifican los atributos que les interesan y evalúan la solidez de estos atributos en una organización con respecto a otras.

      Las posiciones teóricas, ontológicas y epistemológicas a través de las cuales uno se acerca a una construcción son fundamentales para toda investigación y, en el tema de la IO, no va a ser la excepción. Sin esta claridad, pueden surgir confusiones en los niveles de análisis. Por ejemplo, cuando los investigadores definen la identidad de la organización como una construcción social, pero luego tratan de medir los atributos globales y sus dimensiones (mezclando aspectos positivistas y subjetivistas) las conclusiones pueden ser confusas y perder su carácter de validez.

      Una cuestión fundamental será cómo en el trabajo de campo mantener múltiples perspectivas sobre la identidad de la organización y, al mismo tiempo, acumular conocimientos para aclarar el ámbito de la identidad de la organización objeto de estudio. Sería un error concluir que un solo enfoque es el correcto en tanto que existen varias rutas para su estudio, cada uno con su propia base de supuestos y de destino. La IO se trata una construcción en torno al cual existen profundos desacuerdos y diferencias que no pueden ser reconciliadas, y sin embargo hay una gran promesa para su construcción.

      Según Corley et al. (2006), la discusión anterior permite avanzar hacia una concepción socio-cultural de la identidad. En primer lugar, destacan la concepción de la identidad como un proceso inacabado y abierto, que los sujetos están obligados a realizar para enfrentar los cambios del mundo moderno; constituye una interfaz entre lo individual y lo social; lo que somos es en buena medida la forma como actuamos y aquello que decimos en los distintos ámbitos del mundo social.

      En segundo lugar, la identidad es algo inserto en el mundo cotidiano y se le puede tomar como punto de partida en lo que dicen los sujetos de sí mismos, o bien como la forma en que participan de las prácticas cotidianas. Se trata de concebirla como una herramienta que es utilizada de acuerdo con las actividades en que participa el sujeto e, incluso, que se improvisa según los contextos y los recursos (económicos, sociales, simbólicos) disponibles; es vivida y encarnada por las personas de acuerdo con su participación en las prácticas sociales. La identidad tiene, entonces, un carácter relacional en tanto permite decir quién es uno y situarse en relación con las otras personas en un contexto social; supone un otro frente al cual se construye y tiene un carácter cambiante, adaptable a los contextos o ámbitos de experiencia en que actúan los sujetos.

      En tercer lugar, la construcción de la identidad es un trabajo que se realiza en las prácticas situadas al participar de cierta manera en las actividades y, simultáneamente, en el pensamiento como un habla interna y como generación de un sí mismo capaz de orquestar distintas voces; es un proceso de autoformación al participar y entrar en contacto con las prácticas y significados culturales. En la medida en que se conocen más ámbitos de la experiencia se generan nuevas capacidades de ser y pensar que se entroncan y permiten apropiarse de los mundos culturales. Las personas y actividades que se efectúan en lugares específicos proporcionan recursos identitarios

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