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recientes llevadas a cabo por el economista Ambrogio Cesa-Bianchi y sus colegas del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) han determinado que «el impacto de largo plazo de un shock [positivo] del PBI chino sobre la economía típica de América Latina se ha incrementado tres veces desde 1990» (Cesa-Bianchi, Pesaran, Rebucci, & Xu, 2012, p. 32). Por consiguiente, para todos, a excepción de México, el rápido repunte del crecimiento en China y la demanda de materias primas de ALC llevaron a esos países a estar operativos mucho antes de la recuperación de los EE. UU. Por estar más estrechamente integrado al mercado de los EE. UU., México estaba ligado a la recuperación económica estadounidense y, por lo tanto, su restablecimiento fue más lento. El panorama general, sin embargo, lucía prometedor. El 9 de noviembre de 2009, Brasil aparecía en la portada de la prestigiosa publicación The Economist bajo el título «Brazil Takes Off» (Brasil despega). Incluso Argentina, la pesadilla de los mercados financieros internacionales tras su turbia suspensión del pago de bonos por valor de US$ 100.000 millones en 2001, fue elogiada por el FMI por lograr una recuperación de la CFG más vigorosa de lo esperado (Buenos Aires Herald, 2011).

      Pero en el mundo de los auges de precios de materias primas, inevitablemente, todo lo que sube tiene que bajar. A excepción del petróleo crudo, los precios de todos los productos empezaron a caer en 2014-2015 (véase la tabla I.1); a inicios de 2016, los precios del petróleo habían entrado en su propia caída libre, hundiéndose hasta un nivel justo por debajo de US$ 30 por barril (Kraus, 2016). En 2019, los precios se habían estabilizado alrededor de US$ 62 por barril. Evocando la caída del precio del petróleo de 1986, la combinación de un excedente de producción y la retracción del ritmo de crecimiento de China, de 9-10 por ciento anual en promedio que habían mantenido durante tres décadas, a aproximadamente 6,5 por ciento, mostraba cuán rápidamente un shock negativo del PBI de China podía enfriar el crecimiento mundial. Para la región de ALC, del mismo modo que el shock positivo del PBI de China había sido una bendición durante el período 2003-2013, este revés significaba una sacudida nefasta. El efecto fue agudo para aquellos países que fueron los más celebrados apenas tres años antes: Brasil y Argentina. En ambos casos, la economía se había contraído, los déficits crecían rápidamente y las tensiones sociales eran palpables (Ribeiro, 2018; McNamara, 2019). Tras cancelar su deuda al FMI en 2006 y declarar una guerra de relaciones públicas contra esa entidad, una humillada Argentina se vio obligada a recurrir nuevamente al Fondo a mediados de 2018. El FMI demostró no guardarle rencor, armando un nuevo paquete de créditos para Argentina de alrededor de US$ 57.000 millones (The Guardian, 2018).

      Según Pekín, la contracción del ritmo de crecimiento de China ha sido parcialmente intencional, dado que los gestores de políticas de este país buscan distanciarse de una excesiva dependencia de exportaciones de manufacturas y grandes proyectos de inversión a nivel doméstico, y orientarse más hacia servicios, tecnología y consumo doméstico. Pero un crecimiento más lento de China también refleja trabas en cuanto a reformas domésticas en todo el sistema, especialmente en los sectores financiero (desmesuradas deudas de empresas estatales y otros préstamos en cartera vencida) y de bienes raíces. La repercusión para la región de ALC en su conjunto ha sido una contracción del ritmo de crecimiento de 1-2 por ciento en promedio desde el año 2014 (Focus Economics, 2019). Más aún: en la medida en que se desvanece la aureola de abundancia, las antiguas brechas en cuanto a reformas se han hecho más notorias en ambas orillas del Pacífico. Tanto China como la región de ALC enfrentan severos retos en los campos de eficacia gubernamental, calidad regulatoria, Estado de derecho y control de la corrupción. Pero es en ALC, mucho más que en China, donde los indicadores de eficiencia, competitividad e inversión productiva se encuentran más agudamente rezagados (Perry & Forero, 2014).

      La presente coyuntura es el factor que impulsa a escribir este libro. La lotería de las materias primas es aparentemente fortuita e impredecible y, una vez que se disipa, rara vez deja un impacto positivo. Antaño, los productores del guano peruano (usado como fertilizante) y los barones del caucho brasileño descubrieron a duros golpes esta realidad. Respecto a oscilaciones de precios en materias primas más cíclicamente volátiles como el petróleo, los actuales aprietos económicos postauge de una Venezuela productora de petróleo equivalen a volver a ver una mala película (Labrador, 2019). Pero, a diferencia de auges anteriores, la presencia de China en la región de ALC se mantiene firme. De hecho, según declaraciones formuladas por el presidente de China, Xi Jinping, en un foro organizado en Pekín en enero de 2015 con 33 países miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el Gobierno chino está comprometido a duplicar a US$ 500.000 millones el comercio entre China y ALC para el año 2025, y a invertir US$ 250.000 millones en América Latina durante la próxima década (Cepal, 2015). Es este compromiso para mantenerse en la región el que ha desencadenado debates respecto a las «verdaderas» intenciones de China en ALC. Al mismo tiempo, académicos y analistas de políticas han expresado abiertamente sus inquietudes sobre las asimetrías en cuanto a comercio e inversión que han llegado a caracterizar las relaciones económicas entre China y ALC.

      Debatiendo el nuevo terreno

      Similarmente, una nueva ola de investigaciones advierte que los vínculos comerciales más fuertes con China pueden llevar a una convergencia de posturas en política exterior entre países de la región de ALC y China que representen un retroceso para los primeros. Por ejemplo, aunque se basan en datos muy escasos, Gustavo Flores Macías y Sarah Kreps reportan que dentro la Asamblea General de la ONU se ha producido una difusión de las preferencias menos favorables de votación de China respecto a temas específicos de derechos humanos en países que son sus más importantes socios comerciales en ALC (Flores-Macías & Kreps, 2013). Al mismo tiempo, otro estudio cuantitativo realizado por Georg Stuver encontró que «la comparación de patrones de convergencia en cuanto a políticas entre China y países en Sudamérica […] a nivel de relaciones bilaterales y multilaterales no reveló ningún panorama consistente» (2014, p. 148). En cuanto a la difusión de las intenciones políticas más ocultas de china hacia sus socios en ALC, aparentemente las opiniones al respecto llevan a un empate, y por ahora quizás es mejor dejar así las cosas.

      Mi respuesta a las otras tres preguntas planteadas arriba es la siguiente. Pese a algunos escépticos que gozan de alta credibilidad, la relación entre China y ALC constituye actualmente un elemento persistente del panorama de la economía política en ALC; ello, antes que amenazar, complementa la hegemonía estadounidense en el hemisferio occidental; y la teoría de la dependencia, con su enfoque en la estructura del capitalismo internacional, tiende a pasar por alto las consecuencias divergentes a nivel doméstico que vienen surgiendo en estos países como resultado de su involucramiento más estrecho con China (Frieden, 1991, p. 235). Por lo tanto, la teoría de dependencia sigue siendo una descripción lúcida de los rasgos del subdesarrollo y evita que incurramos en errores, señalando como problemáticas las considerables asimetrías entre China y sus socios en ALC; sin embargo, este enfoque sistémico no puede dar cuenta del desempeño diferenciado de las EE dentro de la economía política internacional (EPI).

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