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es la de plasmar las maneras en que las políticas económicas estratégicas de China en el exterior se han cristalizado en el interior de América Latina, región que desde inicios del nuevo milenio ha servido como uno de los diversos escenarios regionales donde se desenvuelve esta estrategia internacionalizada de desarrollo. Esta estrategia es viable debido a que China ha acumulado el mayor nivel de reservas en moneda extranjera en todo el mundo: y es la primera economía emergente en lograr tal hazaña.

      ¿Qué ocurre con el componente de América Latina en esta ecuación? Una vez disipada la polvareda de la bonanza de precios por las materias primas, en términos del ingreso de IED proveniente de China, surgieron como ganadores Brasil, el Perú y, en un distante tercer lugar, Argentina. México ostentaba los más fuertes vínculos comerciales con China, aunque el grueso de estos se encontraba del lado de las importaciones, seguido por Brasil, Chile y el Perú, en ese orden; más aún, desde 2001 estos tres países han mantenido una balanza comercial más equilibrada con China. Al presente, China ha desplazado a los EE. UU. como el socio comercial más importante de Brasil, Chile, Perú y Uruguay. El otro ingreso importante de capital proveniente de China consiste en préstamos otorgados por dos bancos de desarrollo. Desde el año 2017, los préstamos más grandes fueron a parar a Venezuela (US$ 67.200 millones), Brasil (US$ 28.900 millones), Ecuador (US$ 18.400 millones) y Argentina (US$ 16.900 millones). Todas estas cifras destacaban algunas interrogantes iniciales. ¿Por qué, por ejemplo, Ecuador y Venezuela obtenían préstamos tan cuantiosos de bancos de desarrollo chinos pero aparecían en posiciones bastante inferiores en cuanto a IED de la RPCh? ¿Cómo podía una economía pequeña y abierta como la del Perú atraer casi el doble de la IED procedente de China que la recibida por Argentina hasta el año 2017? Por último, ¿por qué México, donde los bienes manufacturados de alto valor agregado representan casi el 80 por ciento de las exportaciones, ha quedado virtualmente paralizado ante la competencia china y ha recurrido más bien a un contraproducente proteccionismo?

      Abordé estas interrogantes con un triple enfoque. En primer lugar, busqué lecciones y temas que pudieran consolidar y actualizar teorías y modelos de larga data sobre desarrollo. En segundo lugar, construí una base de datos macroeconómicos comparativos que medían todas las variables, desde crecimiento per cápita hasta formación de capital y desempeño institucional de largo plazo. En tercer lugar, compilé tres narrativas analíticas de desarrollo similares al enfoque metodológico asumido en la colección de trabajos editados por Dani Rodrik, titulada In Search of Prosperity (En busca de la prosperidad). Es demasiado pronto para plantear atribuciones de causalidad en el contexto de la relación entre China y la región ALC. Sin embargo, la bibliografía sobre economía del desarrollo ofrece sustanciosas maneras de entender la situación, que ayudan a enmarcar los escenarios que surgen en los respectivos países.

      Empiezo con tres economías pequeñas y abiertas –Chile, Costa Rica y el Perú–, las cuales mostraron mejor desempeño por un amplio margen respecto a Argentina, Brasil y México durante el auge de China y a partir de ese momento. Esas tres naciones más pequeñas habían logrado considerables avances en cuanto a reformas macroeconómicas e institucionales antes de que se produjese el auge y, por consiguiente, estaban en una buena posición para aceptar el ofrecimiento de China de negociar individualmente un tratado de libre comercio (TLC) bilateral. La proliferación de TLC entre países desarrollados y en vías de desarrollo en la década de 1990 desencadenó una ola de análisis primordialmente neoliberales que publicitaban sus beneficios sobre la base de modelos de equilibrio general calculable y ventajas comparativas. Tal como lo muestra mi análisis, ingresar a un TLC Sur-Sur con China abrió nuevas opciones para estos países, al mismo tiempo que cuestionó estrechos parámetros neoliberales. Los TLC suscritos por China con Chile y con el Perú permitían numerosas excepciones en el sector de manufactura en cada país, y los tres TLC ofrecían acceso inmediato hasta al 90 por ciento del mercado chino. Estos tres acuerdos bilaterales comprendían los sectores de servicios e inversión, lo cual constituía un avance significativo para China.

      A continuación, vuelco mi atención hacia Argentina y Brasil, países que aparentemente lo tienen todo en términos de una rica dotación de factores y sólidas complementariedades comerciales con China. Estos son los países que están más estrechamente integrados a la estrategia de desarrollo internacionalizado de China, y que están aparentemente industrializados en grado tal que han evitado un episodio cabal de la «maldición de los recursos». El auge, sin embargo, encontró a ambos países en la secuela inmediata de la crisis económica y la desilusión con la reforma. Recurrí a trabajos recientes sobre la maldición de los recursos que amplían su definición para incluir el panorama institucional. Desde este ángulo, durante el auge de precios en China, ambos países sufrieron una maldición de recursos de carácter institucional, por así decirlo, caracterizada por la erosión del Estado y de instituciones económicas, la adopción de políticas públicas gravemente descaminadas, y el estancamiento de reformas esenciales. Preguntas amplias para analizar una maldición de recursos de carácter institucional incluyen indagar cómo opera una coyuntura crítica como el auge de China para fortalecer (o debilitar) instituciones domésticas; para reducir (o elevar) el umbral para alcanzar reformas significativas; y para abrir (u obstruir) el camino a nuevos liderazgos, cambio organizacional, e innovación en políticas. Tanto Brasil como Argentina aparecen en la columna negativa del balance. Por ejemplo, en Brasil el auge fue el telón de fondo para uno de los mayores escándalos de corrupción en el mundo –una defraudación de miles de millones de dólares perpetrada contra la empresa petrolera Petrobras, de propiedad mayoritariamente estatal–, mientras que en Argentina permitió la interferencia y la apropiación de recursos por parte del Ejecutivo en un puñado de entidades públicas y privadas, incluyendo las reservas del Banco Central de Argentina.

      México es mi tercera narrativa de país. Con el acceso de este país al TLCAN en 1994, los gestores de políticas descartaron la icónica escalera al desarrollo a la cual hace referencia Ha-Joon Chang (Kicking Away the Ladder: Development Strategy in Historical Perspective [Pateando la escalera: estrategia de desarrollo en una perspectiva histórica]), prescindiendo de políticas industriales e intervenciones del Estado. Irónicamente, el logro de asegurar este trascendental acuerdo distrajo a los Gobiernos mexicanos subsiguientes de llevar a cabo las considerables tareas pendientes en cuanto a reformas que se requerían para que el país prosperara en la economía global, con TLCAN o sin él. El tratado comercial por sí mismo, y los enfoques neoliberales de políticas macro- y microeconómicas que lo enmarcaban, simplemente no desencadenaron el tipo de transformación prometida por los gestores de políticas del partido gobernante. En lugar de ello, produjeron corrupción rampante, regulaciones onerosas, escasez de créditos y un descomunal déficit de infraestructura. Tal como México ha aprendido a golpes, un TLC es un escenario posible para el desarrollo, pero no un destino final. Los resultados dependen en gran medida del trabajo arduo de actores públicos y privados en el ámbito doméstico. Con la renegociación por parte de Washington del TLCAN (con el nuevo nombre de Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá, T-MEC), convertido en un manifiesto mercantilista que favorece al mercado estadounidense, y mientras China continúa desplazando las exportaciones mexicanas en el exterior, los gestores de políticas en México literalmente tienen que empezar de nuevo. Ello significa volver a escalar posiciones con un mejor liderazgo por parte del Estado, articulando una formidable estrategia comercial y de competencia alineada con China (y no con los EE. UU.) y, por último, concretar algunos acuerdos mutuamente favorables de inversión con la RPCh aparte del sector petrolero.

      Al menos una de las personas a quienes se encargó la revisión de este manuscrito cuestionó mi decisión de excluir los casos de Venezuela y Ecuador como una cuarta narrativa. Mi justificación para tal decisión es la siguiente: dado que ninguno de estos países ricos en petróleo ha realizado un intento convincente por diversificar su base económica, y que ambos han rechazado el tipo de reformas institucionales y macroeconómicas que podían haber ayudado a aprovechar más productivamente el auge de China, no hay mucho más que una convencional maldición de los recursos sobre la cual basar la narrativa. Ninguno de los dos casos contribuye al desarrollo teórico ni al conjunto más amplio de bibliografía sobre este tema producida por académicos pioneros como Terry Karl y Michael Ross. En momentos en que este manuscrito es enviado a imprenta, una Venezuela postauge sigue atrapada en la hiperinflación, la reincidencia en el autoritarismo y una trágica

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