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en el diario El Mercurio funciona como una reseña que hubiéramos esperado de la prensa de los años sesenta, cuando triunfaba como solista, porque da cuenta de su calidad sin decir sólo esta palabra, sino explayándose en una argumentada descripción:

      Ese oficio se advierte en la expresión sentida con que canta los boleros, en la propiedad con la que se pasea por la métrica de “Se te olvida” o “Sabor a mí”, adelantando y atrasando el fraseo en el compás sin perder el pulso, y hasta en detalles como el modo innato en que gradúa el volumen de la voz al alejar el micrófono en alguna nota aguda. Se entiende bien con su pianista: basta un guiño al cabo de cada canción y Sonia la Única se lanza sin pausa sobre la siguiente, con un ritmo que los Ramones envidiarían por incesante.

      Palmenia Pizarro

      Y después de Santiago,

      me voy a ir a México

      y allá voy a ser famosa.

      Y cuando esté en México,

      voy a cantar con Miguel Aceves Mejía.

      Palmenia Pizarro

      Hacia comienzos de los años setenta sumaba 29 álbumes y más de quinientos sencillos, reconocimientos y premios, público amplio, oportunidades en el extranjero y finalmente un desaire en el mundo del espectáculo chileno. Hay veces en que hay que mirar afuera. Fue así como Palmenia Pizarro se estableció por más de veinticinco años en México.

      Nacida en San Felipe, comenzó su carrera en radios, llegando a tener contratos en dos al mismo tiempo (Minería y Portales). Cantaba principalmente boleros y valses peruanos, que componían especialmente para ella o que estuvieran inéditos. Así se puede leer en El Musiquero: “Palmenia se siente orgullosa de haber recibido felicitaciones por su interpretación del cancionero del país hermano del cónsul peruano en Iquique. El entusiasmo del cónsul llega hasta enviarle grabaciones peruanas para que Palmenia aumente su repertorio”.

      La gracia era que al interpretarlas con tanto sentimiento hacía que las canciones le fueran casi propias. Uno de sus éxitos mayores, “Cariño malo”, fue compuesto por el peruano Augusto Polo Campos, quien lo terminó en el avión a Chile antes de encontrarse con Palmenia. Le recomendó cambiarle algunos versos por considerarlos demasiado desgarradores, pero la cantante se negó y logró cantarla como si fuera de ella, con mucho ímpetu, cada vez que la actuaba. “Su éxito ya consolidado se vería reflejado en la década de los 60, pues durante siete años consecutivos la artista recibió el premio ‘La Medalla de Oro’ de Discomanía que otorgaba el programa radial que conducía Raúl Matas”.

      Tentó su suerte en Argentina, Perú, Ecuador, Puerto Rico, pero el país azteca la recibió con mariachis en el aeropuerto y un contrato televisivo digno de estrellato a comienzos de 1973. El programa era nada menos que Siempre en domingo, conducido por Raúl Velasco, que se había estrenado en 1969. A los pocos días, Palmenia ya era reconocida en las calles por sus nuevos seguidores gracias a su sencillo recién reeditado, “Ajeno”, que volvió a grabar a cuatro días de llegar al país.

      Palmenia llenó tres veces el popular Teatro Blanquita, que le recordaba al Caupolicán de Santiago. “Fue su gran recibimiento popular”, según la biografía Qué lindo canta Palmenia. Trataba de actuar allí cada vez que podía para mantener el lazo con sus seguidores acérrimos y que tenían menos recursos. Fue en uno de esos espectáculos donde colapsó en el escenario al estar sin noticias de su familia luego del golpe de Estado. Recuerda: “Estaba cantando una balada de Marco Aurelio, que dice: ‘Quiera Dios que te ilumine y al final guíe tu paso’. Es una canción de mucha fuerza y es muy triste, y alcanzo a cantar esa frase y caigo”. En un escenario, por decir opuesto, se presentó en el Conservatorio Nacional de Música, dando un concierto llamado Latinoamérica en la voz de una mujer: Palmenia Pizarro, donde conquistó a los seguidores de música selecta. Su éxito era entonces transversal.

      En el Mundial de Futbol de México de 1986, Palmenia fue una de las artistas contratadas para actuar junto a otros cantantes románticos. La actividad era diaria y con gran aforo. La transmisión en vivo de Televisa la registró en el mejor momento.

      Lo más impresionante es que se transmitió aquella parte del coro en el taquirari donde el público me responde “¡Amiga!”; y que lo digan 100 o 500 personas, fantástico, pero un millón… ¡Extraordinario! Fue como sentir que México entero me trataba de amiga.

      En el despuntar de los años noventa fue invitada al programa de televisión La movida, que conducía Verónica Castro. En esa oportunidad interpretó una recopilación de temas latinoamericanos, en distintos trajes, y además pudo contar cosas sobre su vida. “Logramos una audiencia fabulosa y desde numerosos países me llegaron cientos de felicitaciones”, comenta Palmenia. También era asidua al matinal Hoy mismo, conducido por Guillermo Ochoa, otra emisión de Televisa.

      No hay mejor relato del regreso de Palmenia Pizarro a Chile como el escrito por Pedro Lemebel ilustrando la revaloración de su legado:

      Vino la mexicomanía y los programas estelares de Raúl Velasco y Verónica Castro ganaron sintonía en el rating nacional. Y ahí recién volvimos a encontrar a nuestra Palmenia, triunfando como reina envuelta de brillos y plumas amarillo limón. Ahí recién recuperamos su imagen, como si no hubiese pasado el tiempo, igual de joven, igual de hermosa con su cascada de pelo azabache y el repiqueteo trizado de su garganta. Y ahí, recién nos dimos cuenta del gran vacío sentimental que en todos esos negros años nos había dejado su ausencia. Y ahora, por supuesto que, avalada por la fama internacional, los empresarios chilenos se atrevieron a contratarla como figura invitada de la tele democrática. Y Palmenia, generosamente humilde, le dedicó a todo Chile el “Cariño malo” de su exiliada humillación.

      Pero ese éxito no fue el que la hizo volver definitivamente sino una enfermedad cardíaca y una prohibición médica de volver a viajar. Palmenia Pizarro ya había actuado en Chile en diversas visitas al país, se llevó todas las Gaviotas en el Festival de Viña el 2001 e hizo un gran Caupolicán para celebrar sus 35 años de trayectoria. Su carrera discográfica sigue vigente. Entre otros, editó un disco triple de sus grandes éxitos, otro de homenaje a Augusto Polo Campos en 2018, honrando su propia trayectoria y sus inicios. Pero si de inicios se trata, valga la redundancia, el mejor tributo es el que recibió de San Felipe al nombrar su festival local con el nombre de Palmenia Pizarro.

      Las tres estrellas tuvieron su ruta distintiva de Chile a México. Monna Bell pasó de los salones al cine. Decir que fue descubierta por el director Inglez queda casi como un despropósito con todo lo que logró después, musicalizando innumerables bandas sonoras y momentos de la vida de los mexicanos. El tratamiento que le dio la prensa era afín a la época dorada del cine en que el glamur de una estrella sobrepasaba la construcción de una artista en su trabajo. Sonia la Única partió con su hermana Myriam y juntas se hicieron conocidas internacionalmente como “las chilenas”. Pero soltando la mano de su compañera, se embarcó como solista con una seguridad implacable; y llegar a tener un programa de televisión para ella sola en un país extranjero no lo cuenta cualquiera. Estas dos cantantes pueden haber pavimentado la llegada de Palmenia Pizarro a México, pero sus méritos y camino se sostenían por sí solos con convicción y decisiones correctas. De la radio a teatros llenos de miles de personas pasó a tener un contrato televisivo con el programa del momento para toda Latinoamérica y un sinfín de otros logros. Las tres hicieron bolero en una época en que el twist y el rock and roll era lo que se llevaba. Es mejor, a veces, ir a contracorriente.

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