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representación de las metas, que se generan cuando la actividad creativa comienza, se mantiene en el lóbulo parietal, el área premotora y la corteza prefrontal dorsolateral.

      Por otra parte, la motivación por alcanzar dicha meta, que no es más que la anticipación de una recompensa condicionada, se correlaciona con la actividad del striatum ventral.

      Uno de los primeros autores que se preocuparon por ubicar anatómicamente el proceso de creatividad fue Silvano Arieti.

      Luego de diferentes estudios, propuso que la creatividad se asocia con el incremento en el funcionamiento de la corteza témporo-occípito-parietal, con un incremento en la interacción con la corteza prefrontal.

      Colin Martindale, por su parte, dio cuenta de las diferencias encefalográficas en individuos con un alto índice de creatividad que presentaron una actividad mayor en las áreas parieto-temporales derechas, así como mayores índices de actividad alfa y una sobre-actividad fisiológica.

      Otra investigación reciente realizada con personas que poseen un alto índice de creatividad evaluado por la prueba de Torrance de pensamiento creativo (que mide el flujo sanguíneo cerebral con tomografía computarizada por emisión de fotones), puso de manifiesto que las áreas del cerebro que presentan mayor incremento metabólico se diferenciaban según el tipo de tarea, verbal o gráfica.

      En el test de pensamiento creativo de Torrance se suministra a los participantes una serie de figuras simples (columna de la izquierda) y se les solicita que hagan un dibujo con esas mismas figuras (fila de arriba). Luego se les pide que las combinen de alguna forma (fila del medio) y, finalmente, que las completen para crear un dibujo mayor y más complejo (fila de abajo).

      La actividad creativa para la parte verbal demostró activación de áreas tales como giro frontal medio izquierdo, giro recto derecho (incluido en el desempeño de tareas cognitivas complejas y en el procesamiento de emociones).

      Estas estructuras mantienen una estrecha relación con la corteza del cíngulo anterior y con otras áreas del sistema límbico, lóbulo parietal inferior derecho, asociadas con el procesamiento multimodal y el giro parahipocámpico derecho, que no sólo se ha asociado con la memoria, sino también con el procesamiento de la novedad.

      La conclusión de esta investigación hace hincapié en que el índice de creatividad se asocia con un mayor flujo sanguíneo de las áreas involucradas en el procesamiento multimodal, el procesamiento de emociones y en funciones cognitivas complejas.

      Por tal razón, el proceso de creatividad se realiza en una amplia zona del cerebro y, a su vez, sustenta la importancia de las emociones y de las experiencias anteriores en el proceso creativo.

      En este mismo sentido, es posible demostrar que el pensamiento creativo ocurre en formaciones cerebrales bilaterales, es decir, compromete ambos hemisferios.

      La región más significativa es la corteza prefrontal, específicamente el área lateral, que se beneficia de una gran conectividad neuronal con el resto de las áreas corticales y subcorticales.

      La riqueza en la interconectividad de esta área con el resto del cerebro la erige en una pieza clave para el proceso creativo.

      El cerebro humano no se limita a percibir realidades:las crea.

      El mundo que nos rodea es imaginario: lo que vestimos, lo que comemos, la casa en la que vivimos, el deporte que practicamos, los dispositivos electrónicos a los que nos hacemos adictos… Todo eso es creación del cerebro.

      Existimos porque imaginamos.

      Lo que nos rodea no se construye dentro de nuestro cerebro tal como está.

      No existen dudas de que esté allí, pero eso que percibimos es una suerte de holograma, que nosotros completamos con aquello que nuestro cerebro tiene como registro de nuestras experiencias y aprendizajes.

      Al igual que los artistas que trabajan sobre un espacio público, nosotros “intervenimos” esa realidad, a partir de nuestra memoria, nuestros pensamientos, nuestros registros internos de experiencia y aprendizaje.

      Por lo tanto, cuanto más rico y diverso sea todo ese capital mental, mejor vamos a apreciar esa realidad, más enriquecida va a estar ante nuestros ojos.

      Supongamos que estamos frente a una escultura de piedra que muestra un hombre montado a un caballo. Si no contamos con ninguna información, tal vez nos limitemos a evaluar si es bella o no o si está correctamente esculpida.

      En cambio, si sabemos quién fue su autor, es probable que nos aventuremos un poco más allá y que busquemos su “firma”, esos detalles que hacen únicas a sus piezas.

      Si también tenemos datos sobre quién es el protagonista de la obra de arte, el universo se abre aún más: podemos analizar de qué batalla se trata y hasta imaginar qué está sintiendo en ese momento en que está a punto de convertirse en un héroe inmortalizado en piedra.

      A mayor cantidad de registros de experiencia y aprendizaje, mayor capacidad de percepción creativa y original de la realidad circundante.

      Es que así hacemos crecer nuestro entramado neuronal. Si logramos que haya poca distancia entre una red y otra, la conexión que deriva en un acto creativo es más sencilla. Se incrementa el potencial de construcción creativa, de desarrollo innovador.

      La creatividad no es otra cosa que el surgimiento de cada conexión neuronal nueva, diferente, que antes no existía, lo que da luz, precisamente, a un pensamiento original, novedoso, disruptivo.

      Todos los seres humanos tenemos la capacidad de imaginar y crear. La percepción social de que existen personas “creativas”, como si se tratara de un grupo iluminado o de una tribu diferenciada, es parte del pasado.

      La creatividad es un potencial inherente a los seres humanos. Cuando somos niños, todos somos creativos: podemos imaginar sin restricciones. El cerebro de un chico no tiene establecidas las barreras culturales relacionadas con la imposibilidad de que determinadas cosas ocurran.

      Por eso puede concebir, por ejemplo, que Papá Noel recorra todo el mundo llevando regalos casa por casa, con un listado exhaustivo de niños y cómo se portó cada uno de ellos, en apenas una noche.

      Debemos educarnos, entonces, en sostener ese elemento niño, en permitirnos volar más allá de lo que la razón nos indica como sensato.

      Ser creativo no es crear algo en un momento determinado: es estar de manera continua en un estado de capacidad creativa.

      Abrimos este libro con una frase de Steve Jobs. El fundador de Apple, que se caracterizó por revolucionar el mundo de la computación personal primero, el de la música luego y el de las comunicaciones móviles después, nos dice que la creatividad es algo tan sencillo como la capacidad de conectar cosas.

      Y si bien no es mucho más complejo que eso, sí es necesario tener en cuenta que para poder “conectar cosas” necesitamos que esas “cosas” existan.

      Debemos desarrollar una vida rica, alejada de la rutina, desafiante, interesante, motivada por estímulos y pasiones, para que ese potencial de conexión exista.

      Luego, de la misma manera que necesitamos ejercitarnos para aprender a leer, a nadar o a utilizar una herramienta, debemos aplicar al menos cuatro ingredientes básicos para fomentar nuestra capacidad creativa:

      1. El elemento. Aquello que nos motiva a iniciar el proceso creativo. Encontrar el propio elemento es fundamental: es lo que nos permite ser más productivos y más entusiastas, es donde se encuentra la facilidad para tomar la siguiente decisión. Hay que concentrar los esfuerzos en hallar ese elemento. Quienes viven su vida haciendo algo que está alejado de su elemento no logran alcanzar la alegría ni desarrollar la creatividad.

      2. El motor. La pasión por resolver el problema planteado.

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