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"¿Qué me decías? ¡No te presté atención!". ¿Cuántas veces nos encontramos ante esta expresión? En charlas con amigos, en clases universitarias e incluso en oficinas en las que deberían, precisamente, «atendernos».
Una buena atención y un elevado nivel de concentración no solo nos permite ser amables con quien está tratando de transmitirnos algo.
También es una clave para lograr una apropiada evolución de nuestro cerebro, una manera de dirigir su desarrollo.
Conducir u orientar la evolución de nuestro cerebro es esencial y, para lograrlo, debemos gobernar la atención, aquello a lo que le «prestamos» atención. El objetivo, por lo pronto, es aprender a percibir lo máximo: estimular de manera óptima nuestros cinco sentidos para que nos ayuden a mirar (y no solo ver), a oír (y no sólo escuchar), a oler, a degustar, a sentir con el tacto.
Al mismo tiempo, debemos reconocer los estímulos internos, ese otro nivel de percepción que surge en nuestro interior, de nuestro conocimiento, de nuestras sensaciones, de nuestros prejuicios, de nuestra imaginación.
Decidir por nosotros mismos a qué atender, en qué enfocarnos, hacia dónde concentrar nuestro interés es esencial para poder obtener beneficios de una cualidad de nuestro cerebro: la neuroplasticidad.
"En efecto, el cerebro es plástico: crece, mejora, evoluciona, cambia, aún cuando estamos en edad adulta.
Y está demostrado que un adecuado foco atencional nos ayuda a conducir ese crecimiento, es decir, en transformarnos exactamente en la persona que queremos ser.
Durante los últimos años, los avances en el estudio de las neurociencias y los análisis interdisciplinarios del cerebro permitieron una comprensión mucho más precisa de los mecanismos que propician la atención y la concentración.
Por eso, aquellos que busquen desarrollar sus capacidades cerebrales encuentran en estos nuevos descubrimientos una excelente noticia: con el entrenamiento adecuado, todos estamos en condiciones de liderar la evolución de nuestro cerebro.

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La inteligencia es un tema que ocupa gran parte de nuestras vidas. Cometemos el error de pensar que se «es» inteligente o no. Pero no reparamos en una idea que ha probado la neurociencia: la inteligencia no es estática. Ser inteligente no es algo predefinido. Todos podemos ser inteligentes, dado que como función activa de la mente, la inteligencia puede desarrollarse y potenciarse. Dicho de otra manera: si llegáramos a conocer los distintos aspectos que conforman la inteligencia podríamos elegir cuáles estimular para potenciar nuestras habilidades. Basta para eso contar con mayor entramado de neuronas en el cerebro, algo que todas las personas desarrollan a lo largo de su vida. El cerebro es plástico y en ningún momento de nuestra existencia pierde esa habilidad. Llegó la hora, entonces, de orientar nuestras acciones para estimular aquello que queremos trabajar y que eso nos permita lograr mejores resultados. Este libro apunta, precisamente, a aportar una serie de conocimientos y prácticas para que cada persona pueda explotar al máximo su inteligencia.

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Imaginación, originalidad, diversidad, capacidad inventiva.
Estos son sólo algunos de los términos que se acuñan como sinónimos de creatividad: uno de los atributos más deseados, tanto por empresas como por individuos, para definir nuevas propuestas, encontrar soluciones innovadoras a un problema o idear conceptos disruptivos.
Históricamente, se creía que se trataba de una cualidad limitada a un selecto grupo de seres humanos, los «creativos».
Si bien es cierto que las personas consideradas «creativas» tienen capacidades más desarrolladas, la generación de ideas nace normalmente de una amplia base de conocimientos que empapa los circuitos cerebrales y que puede ser estimulada, entrenada, mejorada. Somos seres creativos por naturaleza. Los avances en el estudio de las neurociencias y la revalorización de esta disciplina aplicada han abierto el juego y proponen saberes que permiten establecer los espacios propicios para que cada persona encuentre de dónde abrevar para que su creatividad resulte más frondosa, frecuente e innovadora. Estos conceptos comienzan a desarrollarse hacia finales de la década del '90.
Primero, hubo una suerte de deslumbramiento inicial con las neurociencias, que se presentaban como la puerta de ingreso para develar todo lo que el cerebro tiene para articular con nuestro quehacer. La disciplina empezó a atravesar al ser humano en sus más diversos ejes.
Qué más tentador, entonces, que recurrir a estos nuevos conocimientos disponibles para convertirnos en seres más creativos.

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Ese impulso único que nos da la sensación de que podemos lograr cualquier objetivo que nos propongamos, que somos capaces de un esfuerzo adicional, que nada es imposible…
La motivación inicia, guía y que mantiene nuestros comportamientos hasta que podemos llegar a la meta. Un empujón invisible que termina en la satisfacción del deber cumplido.
Es uno de los fenómenos más notorios en las personas exitosas, cuya fuerza las impulsa a vencer los obstáculos que se les van presentando hasta alcanzar sus objetivos una y otra vez.
Por lo tanto, podemos decir que existe una relación entre «motivación» y «éxito».
Una persona desmotivada, que deja todo para mañana (como consecuencia del fenómeno conocido como «procrastinación»), que muestra desgano ante cada nuevo desafío, difícilmente pueda convertirse en un héroe o en un triunfador.
Sin embargo, muchas veces nos falta ese plus de fuerza. De repente, ante un fracaso, el mundo se nos viene abajo. Nos cuesta levantar cabeza y armar un nuevo proyecto. Y, fundamentalmente, nos da mucho miedo intentarlo.
¿Es posible estar motivados una y otra vez, a pesar de los tropezones y aprovechando al máximo los logros obtenidos?
Los conocimientos que aportan las neurociencias nos traen una excelente noticia: cada uno puede ser el escultor de su propia motivación.
Es decir, todos podemos construir nuestro esquema de motivación, encauzar nuestro plan de acción para poder lograr aquello que nos proponemos.

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¿Cuántas veces nos arrepentimos por algo que dijimos o hicimos? ¿Cuántas veces vamos por la vida con mala cara sin siquiera saber qué es lo que nos tiene tan atribulados? ¿Podemos evitar que esto nos ocurra? La respuesta es sí. Y la explicación viene dada por las neurociencias. Durante siglos, la creencia generalizada fue que las emociones residían en el corazón. Los poetas y dramaturgos alimentaron esta noción y llenaron sus textos de protagonistas con el corazón roto de tristeza, de Cupidos que disparaban sus flechas hacia los corazones para establecer vínculos de amor y de doncellas cuyos corazones estallaban de alegría ante la mera proximidad del príncipe azul amado. El manejo de las emociones, por lo tanto, es fundamental para tener una vida más plena y lograr un mejor rendimiento en el trabajo, en los estudios y en las relaciones con los demás. Evitar las reacciones en caliente, sentir empatía por nuestro entorno, resignificar las experiencias vividas… Todo eso hoy, sabemos, es posible. A lo largo de este libro se ofrecen decenas de ejercicios y recomendaciones, desde técnicas milenarias como la meditación hasta prácticas de última generación producto de la investigación en neurociencias, para que todos podamos autoliderar nuestras emociones, resignificar nuestras experiencias y, en definitiva, ser más felices.