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construir instrumentos sofisticados.

      Las facultades superiores que poseemos los seres humanos son las que nos han permitido combinar los elementos de la naturaleza para edificar nuestras casas, nuestras ciudades, nuestros puentes y llegar a la Luna.

      Estos ejemplos revelan, a su vez, que no estamos ante un fenómeno individual o hereditario, ya que la vida social es decisiva en la evolución de la inteligencia creativa.

      La creatividad se define como la capacidad de un individuo para generar nuevas e inusuales ideas, desviándose de esquemas estereotipados del pensamiento.

      La actividad creativa es un proceso mental heterogéneo que incluye diferentes propiedades del pensamiento y su integración a la experiencia de vida del individuo:

       Facilidad para generar ideas.

       Capacidad para la asociación semántica.

       Originalidad de las ideas.

       Imaginación.

       Fantasía.

       Procesamiento semántico.

      En las sociedades humanas, muy pocas creaciones son radicales.

      La mayoría consiste en una nueva combinación de elementos existentes. A veces, la base de conocimiento previo es imprescindible para crear. No hubiera sido posible enviar una sonda a Marte sin recurrir a la matemática y a la física.

      CONCLUSIÓN

      La creatividad es un proceso dinámico que puede desarrollarse y promoverse. Asimismo, diferentes aspectos socioculturales o educativos pueden atrofiarla. Los estímulos externos y el aprovechamiento de experiencias anteriores, sumados a un adecuado funcionamiento interhemisférico, permitirían y facilitarían la actividad creativa.

      La actividad creativa es tan compleja como el sistema que la produce.

      El cerebro no es una computadora de fines generales, sino más bien un dispositivo sumamente especializado que ofrece una gran cantidad de respuestas automáticas que se utilizan de una manera adaptativa, como resultado del aprendizaje adquirido.

      A modo de conclusión, dos afirmaciones sobre la creatividad:

       No toda idea no convencional es necesariamente una idea innovadora.

       Un auténtico trabajo creativo, antes que nada, debe ser útil, relevante en algún aspecto y efectivo.

      El cerebro es naturalmente creativo, tal como lo demuestra el llamado “efecto niño”: hasta las 10 ó 12 años, las personas no tenemos límites.

      Un chico puede pedir a su padre como regalo de cumpleaños una estrella, porque no concibe restricciones que recién se incorporan en la vida adulta.

      Del mismo modo, el palo de una escoba puede ser, en diferentes momentos, un caballo, una espada o un compañero de juegos.

      Y no hace falta más que una caja para que pueda habitar un palacio majestuoso. Los niños son usinas generadoras de energía innovadora.

      Con el paso de los años, ingresamos en una suerte de “proceso de pérdida de la creatividad”: elegimos modelos de vida y prácticas cotidianas que incorporan esos límites mentales que en principio no existían.

      Esto ocurre no sólo con el avance de la edad, sino también con las elecciones de vida que vamos tomando. La cultura juega un papel gradual, pero inexorable, de censura y represión.

      La escuela pone un elevado énfasis en enseñar a los chicos a resolver problemas correctamente y, al mismo tiempo, soslaya la creatividad.

      Este sistema sesgado y arbitrario nos domina los primeros veinte años de nuestra vida: crecemos condicionados por exámenes, admisiones para la universidad y ámbitos laborales que casi siempre demandan y recompensan el pensamiento lógico, el lenguaje, y la inteligencia práctica.

      La propensión al pensamiento analítico se premia desde la más temprana infancia en detrimento del pensamiento creativo, que queda relegado a un segundo plano.

      A medida que transcurre el tiempo y maduramos, se vuelve más difícil superar estas barreras impuestas por la cultura si no trabajamos para lograrlo.

      Cuando no desafiamos al cerebro, cuando lo hacemos circular por la autopista del confort, éste se acomoda en aquello que hace y empieza a perder tonicidad.

      Nos volvemos amantes de las rutinas, de reutilizar nuestras experiencias y hasta nuestra vida.

      Tenemos una rutina laboral. Pero cuando termina el horario, nos dirigimos todos las semanas a la misma hora a realizar alguna actividad social o deportiva. Es decir, estructuramos también una rutina del ocio.

      Luego, ya en casa, continuamos con la rutina hogareña: desde el lugar en que nos sentamos en la mesa para comer hasta el programa televisivo que elegimos mirar.

      Todo eso hace que nuestro cerebro actúe en función de las rutinas que tiene programadas por sus ganglios basales.

      Existe un punto de inflexión concreto: los 40 años. A partir de ese momento, la naturaleza deja de desarrollar el cerebro y la responsabilidad de que continúe haciéndolo queda enteramente en nuestras manos.

      Si no comenzamos a hacer algo para mantenerlo activo, para desafiarlo, entonces irá perdiendo neuronas y, consecuentemente, diversas capacidades. Entre ellas, la de ser creativo.

      ¡Justo a los 40 años! Un momento de la vida que se caracteriza por la estabilidad, una época en que las personas están relativamente regularizadas tanto en el plano laboral como en el personal.

      A esa altura de la vida, ya sabemos cómo resolver nuestro trabajo: es probable que llevemos 20 años haciéndolo.

      Cualquier cambio nos produce vértigo porque pone en riesgo otras certezas: ¿Dejar este puesto y resignar lo que me pagan que, a su vez, me permite sostener mi estándar de vida?

      Desde el punto de vista familiar y afectivo, los movimientos, las actividades y los vínculos también están organizados: cada integrante en el hogar cumple funciones que no varían, los amigos son “los de siempre”.

      La rutina familiar conserva una cadencia precisa en horarios y particularidades.

      La jornada parece repetirse una y otra vez hasta el infinito. El efecto sorpresa brilla por su ausencia.

      Todo esto tiene una repercusión en el cerebro: las relaciones neuronales asociadas con esas actividades repetitivas se vuelven más sólidas, mientras que todas aquellas que no usamos por no desafiar la rutina comienzan a perderse.

      En el cerebro, lo que se usa se fortalece y lo que no, desaparece.

      Se produce un movimiento hacia la robotización: afianzamos las tareas que el cerebro está acostumbrado a realizar, de modo que cada vez las piensa menos y las resuelve de manera casi automática.

      Si se analiza desde el punto de vista físico la relación entre cerebro y creatividad, se notará una fuerte tarea de sincronización durante los procesos creativos.

      Anatómicamente, los mecanismos cerebrales relacionados con la creatividad demuestran la intervención de una gran cantidad de estructuras en su desarrollo, en especial en regiones corticales altamente evolucionadas en el ser humano.

      Estructuras más primitivas, como las que componen el sistema límbico, también participan en su funcionamiento.

      En el acto creativo, el aprendizaje se da por medio de la información de la recompensa, que se utiliza para elegir entre las opciones previamente conocidas y las nuevas que aparecen, para ejecutar y dirigir el comportamiento hacia una meta.

      Este proceso está mediado por neurotransmisores como la dopamina, que se generan en particular en el área tegmental ventral, y por la corteza temporal intermedia, que interviene en la detección y predicción de recompensas.

      Por su

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