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da comienzo la narración en la que me propongo dejar un testimonio más, entre los muchos ya aparecidos, de la hecatombe en la que nos vimos envueltos todos los españoles con el estallido de la cruel guerra civil.

      Viejo caserón enclavado en pleno centro de Madrid, en la que aún hoy se denomina calle de la Farmacia, entre Fuencarral y Hortaleza. Entre, como máximo, un centenar de varones en el curso, éramos unas siete mujeres, muy bien acogidas tanto por el profesorado como por los compañeros.

      En las aulas, al comienzo de la clase, se pasaba lista nombrando a los alumnos uno por uno, y tenían que hacer acto de presencia. El faltar sin causa justificada se consideraba muy importante, incluso para la calificación en los exámenes. El profesor requería a un alumno para que pasara a la tarima y expusiera el tema que había explicado el día anterior. Esto ocurría de una forma inesperada, y había que ir preparado por si eras el elegido. Si éste fracasaba, se le calificaba con una mala nota (un cero) y solía llamar a cualquier otro de los que estaban cercanos en la lista, lo que resultaba muy emocionante para los interesados. La mayoría adoptamos el sistema de los «apuntes», que consistía en prestar la máxima atención al profesor en su disertación e ir tomando nota de la misma. Era una eficaz ayuda para salir del paso de la forma más airosa cuando eras el agraciado. Para cada una de las asignaturas se nos había recomendado un adecuado libro de texto; en muchos casos su autor era el mismo catedrático. Don Marcelo Rivas era nuestro querido profesor en Botánica. Cuando la época y el clima eran propicios, organizaba excursiones a montes y campos cercanos; dirigidos por él y por sus auxiliares, se escogían especies para el montaje de nuestro herbario, que había que tener muy bien clasificadas para el examen de fin de curso.

      En esa primera etapa de mi estancia en Madrid surgió para mí el amor en la figura de un compañero cuyo fatal destino hizo que perdiera la vida apenas estuvo graduado. Ocurrió en carretera, en accidente de coche. Ya no estaba yo a su lado, pero un familiar que si lo estuvo me narró cómo en su delirio de muerte gritaba mi nombre.

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