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La suerte de la República podía haber estado pendiente de un hilo durante el verano de 1936, pero el destino de Madrid estaba sentenciado unas semanas apenas iniciada la Operación X. Esto fue en parte por la difícil logística de suministro, pero también por el rechazo de Moscú a exponerse más en la causa republicana. En una guerra que vio cerca de un millón de personas tomar las armas en ambos lados, el contingente soviético fue comparativamente insignificante: todo el personal enviado desde Moscú fueron sólo 2082 hombres y mujeres.71 Además, que Stalin aconsejara a sus hombres en España «quedarse fuera del alcance del fuego de artillería»72 está confirmado con otras estadísticas: a finales de 1936, el Comisario de Defensa soviético, Kliment Voroshilov, envió una nota a Stalin informándole de que se ofrecería un pago único de 25.000 rublos a cada una de las familias de los veinticinco pilotos y conductores de tanque soviéticos que habían muerto en la guerra hasta ese momento.73

      Desde luego, la influencia militar soviética en la guerra llegó pronto a su mejor momento, pero la ventaja, una vez perdida, nunca se recuperó. El periodo de veintiún meses entre junio de 1937 y el final de la guerra, el 1 de abril de 1939, estuvo marcado por un continuo descenso en la implicación soviética con la República. Todos los indicadores importantes de la implicación soviética con la causa republicana estaban en declive: los suministros de armas se redujeron dramáticamente, las misiones diplomáticas se degradaron y retiraron, y los aviadores y las tripulaciones de los tanques se sustituyeron por republicanos. También se moderó la ofensiva propagandística inicial y, de hecho, en algunos ámbitos se eliminó. En el frente doméstico, el régimen soviético comenzó a desvincular a la población de los asuntos españoles. La guerra desapareció de las páginas centrales de los periódicos soviéticos estatales y en los discursos públicos los líderes soviéticos cada vez mencionaban menos la causa de la República. En los cines rusos, los noticieros dedicados a la segunda guerra chino-japonesa comenzaron a sobrepasar a la cobertura del conflicto en España. Durante los últimos veinte meses de la guerra, mientras que el Kremlin podía no haber abandonado totalmente sus esperanzas en una victoria republicana, el líder soviético no era tan optimista.

      Desde luego, la promesa de la misión de Marcelino Pascua a Moscú en octubre de 1936, ese aparente descanso de la tristeza y el pesimismo, era una ilusión. Tres meses después, el cálculo de la noche de fin de año de 1936 de Voroshilov de veinticinco soldados soviéticos muertos suponía un crudo recordatorio de los límites de la contribución de Stalin al esfuerzo de guerra republicano. En una larga lucha de desgaste, separado de su aliado por 3.500 kilómetros, Moscú podría ganar algunas batallas en España, pero nunca la guerra civil española.

       Traducción de Marta García Carrión

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