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comprender mejor las complejidades actuales usando aquello en que cada uno es bueno. Años de investigación de un académico como Juan Pablo Luna, que son años de trabajo de campo y de construcción teórica, constituyen un material invaluable que los medios no pueden replicar por sí solos. Solo necesitamos hacer que esos datos e ideas sean comprensibles y le hagan sentido a la sociedad; que lleguen a los ciudadanos en el momento justo, con el tono adecuado. Esa tarea no es fácil y ahí tenemos mucho que hacer los periodistas.

      Este libro es un gran ejemplo de un esfuerzo que puede ayudar a la prensa a volver a ser un espejo preciso de toda la sociedad y no uno en que la élite ve lo que le conviene ver.

      Juan Andrés Guzmán

      Bristol, septiembre de 2021

      PRÓLOGO

      Más allá de la orilla

      Este libro reúne un conjunto de columnas publicadas por el autor, entre 2016 y 2021, en ese proyecto tan importante para la conversación social e incluso académica que resultó siendo Ciper Académico. Aquí, científicos y científicas de diversas disciplinas encontramos lugar para presentar nuestros resultados y reflexiones a un público más amplio, sin el apremio tan acuciante de espacio que suele ser la norma en muchos medios, cierto, pero también con una muy alta exigencia de comunicabilidad así como de claridad acerca del aporte de estos resultados para la sociedad con la que dialogábamos. No solo se trataba de tener una buena investigación entre manos, sino de un sentido de relevancia y pertinencia para el momento social, un argumento bien sostenido, y una escritura fluida y amable. Una tarea ya hasta aquí muy difícil. Pero las cosas se pusieron aún más exigentes cuando, a partir del estallido social de octubre de 2019, esa conversación social se amplificó, se densificó, se tornó en fuertemente pasional y fue modificada con una velocidad sorprendente. Como en las orillas de las bravas playas de corrientes convulsas de nuestro Pacífico, las olas de acontecimientos han arrastrado en direcciones muy distintas e inesperadas nuestra conversación, nuestros sentimientos y nuestros estados de ánimo sociales.

      Lograr participar en la conversación social con aportes significativos y aprehensibles, mantenerse sin ser arrastrado por esas corrientes y sin perder de vista el horizonte, ha sido, sin duda, una exigencia alta para quienes tenemos como oficio la investigación de la vida social o política. A mi juicio, Juan Pablo Luna es uno de los académicos que con mayor éxito y virtuosismo ha sorteado todas estas exigencias. Ha alcanzado a llegar mucho más allá de los límites de la academia, con una escritura ágil pero no ligera, con argumentaciones sólidas y densas pero nunca engorrosas, con una capacidad de transmitir ideas y emociones (desde el enojo hasta el entusiasmo, pasando por la desazón) sin que jamás las segundas asfixien a las primeras. Y más importante: a pesar de las corrientes encontradas y el oleaje desordenado, sus textos revelan su enorme esfuerzo por mantener la calma, a distancia del miedo y de la idealización al mismo tiempo, y con la vista puesta mucho más allá de la orilla. No solo lo ha hecho en cada una de sus contribuciones, sino que lo ha conseguido con el conjunto de ellas. Sus columnas dibujan una imagen del país compleja, sin condescendencia y con gran compromiso transformador. Este texto es, me parece, una prueba de estas afirmaciones.

      A pesar que algunas pocas columnas fueron publicadas en 2016, el corazón del libro está en desentrañar las aristas de la crisis de la cual, según el autor, el estallido social del 2019 sería expresión. Una crisis que no solo se forjó en procesos de largo aliento, sino que se perpetúa y cuyas soluciones deben ser concebidas en la larga duración. Por eso, propone que más que apurarse y reincidir en esa pasión nacional que llama la «solucionática» (aquella por la cual lo único que importa es tener lo más rápido posible una solución), es indispensable entender. Tenemos que comprender frente a lo que estamos, pero hacerlo en serio, o sea, integrando toda la gama de los grises. Entender la complejidad de los factores que le subtienden; el contradictorio carácter que ellos tienen; y, por ende, ponderar de manera dedicada, con calma y sin tapujos, las salidas posibles y sus bemoles. Todos sus textos testimonian de esta intención. Es su voluntad de ofrecer interpretaciones, esclarecimientos, boyas en tiempos de temporal, tomándose muy en serio a sus interlocutores dialógicos. Si algo no hay en este trabajo es facilismo. Si hay algo que atraviesa estas páginas es una lucha frontal contra los lugares comunes.

      Luna entiende bien que estamos ante una oportunidad única y lo celebra. La conmoción producida por los eventos desencadenados desde finales del 2019, ha abierto la posibilidad de transformación de una sociedad cuyos arreglos han dejado de ser no solo operativos sino, y sobre cualquier cosa, legítimos. Pero reconoce, al mismo tiempo, que será una oportunidad perdida si es que no identificamos con claridad la coyuntura en que nos encontramos. Por eso, el primer factor que considera como afluente de la crisis y factor potencial de fracaso en la renovación es la existencia de unas élites económicas, sociales, políticas e intelectuales incapaces de escuchar y ver a la sociedad y sus cambios. Un argumento esencial es que las élites han perdido la orientación en buena parte porque persisten en mantener un conjunto de presupuestos falsos, o al menos inadecuados, para entender los desafíos que deben enfrentar. Asumiendo con todo rigor este hecho, el autor dedicará buena parte de sus columnas a poner entre signos de interrogación estos presupuestos y mostrar su inadecuación a partir de un conjunto muy sólido de datos y resultados de investigación. De manera especialmente destacable, sus argumentos siempre apelan a elementos comparativos con otros países de la región, o más allá de ella, los que permiten tanto desmontar la idea de excepcionalidad nacional como iluminar las singularidades del caso chileno. Una mirada comparativa que, además, funciona como referencia para las posibles soluciones.

      ¿Pero cuáles serían esos desafíos que deberían ser enfrentados? Aquí aparecen los tres otros factores a los que el autor les da una preeminente función heurística y proyectiva respecto de lo que atravesamos.

      El segundo factor, propone Luna, es el político. Pero en este amplio campo, presta especial atención al destino de la democracia en cuanto ligado al de uno de sus actores: los partidos políticos. De manera aguda, y a veces implacable, el autor hace una crítica fundada de estos actores y correlativamente revela los profundos dilemas ante los que nos encontramos. La democracia representativa muestra señales de desgaste. La democracia representativa necesita de los partidos políticos. Pero estos, que pierden peso de manera acelerada, terminan, ellos mismos, por ser factor de corrosión de la democracia representativa. Esto ocurre por la falta de comprensión de estos actores respecto de la sociedad en la que se encuentran, plantea Luna, pero también se podría derivar de lo que es discutido por el autor, por la falta de comprensión de lo que los cambios sociales han hecho de ellos. Acontece por la desincronización de las premisas de las que parten y la realidad que les contiene: así se explican los yerros en sus estrategias de alianza, en sus cálculos electorales, en sus pretensiones de representación, en su comprensión de sí (sus capacidades de organización, el montante de disciplina militante, etc.), por su confusión profunda entre poder electoral y poder político, como lo propone el excelente texto «Ruido. ¿Por qué los partidos no escuchan al Chile actual?», que podría muy bien llamarse «¿Por qué los partidos políticos no pueden verse a sí mismos?».

      Un tercer afluente de la crisis, se propone en este texto, es el modelo de desarrollo. Su transformación es considerada como una condición indispensable para remontar el ciclo de polarización y estallido social. El agudo debilitamiento de la legitimidad política se anuda a un desgaste del modelo de desarrollo que pone los fundamentos estructurales no solo materiales y demográficos, sino simbólicos de la crisis que atravesamos. Con justeza el autor va a subrayar un aspecto esencial de esta tarea: recomponer «una “economía moral” que logre anclar un nuevo modelo de desarrollo» (p. 99). Un modelo de desarrollo que sin olvidar el crecimiento pueda tener como meta distribuir la riqueza producida según criterios de equidad y de sustentabilidad, el cual no será viable sin esta recomposición de las orientaciones morales a partir de las que se ordenan sus decisiones y procedimientos. Un recordatorio especialmente relevante en un país que ha sido fuertemente lesionado en su confianza y su credibilidad por el abuso en las experiencias con el mercado y como componente de la percepción de los actores empresariales.

      El último factor es un Estado que ha hecho prueba de sus limitaciones,

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