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(quietud o movimiento) en que se encuentra. Por supuesto, esta noción de crisis es la que describe un famoso pasaje de Antonio Gramsci en sus Cuadernos desde la cárcel: «La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados»9.

      En esta columna me interesa volver sobre algunos fenómenos que hicieron mucho ruido en Chile durante el verano pasado y que se han olvidado. Lo efímero de lo que nos indigna cotidianamente constituye una clave importante de la tesis que me interesa plantear aquí: aquello por lo que nos movilizamos por un rato (al menos en espacios que abaratan la indignación y la «movilización» como son las redes sociales), tras alimentar nuestro morbo y ansia de estimulación constante, sale rápidamente de la agenda y se olvida10.

      De la misma forma, es muy probable que pronto dejemos de hablar de lo que hoy nos indigna: la inclusión de los hijos del presidente Piñera en la comitiva oficial a China y la desprolija elección interna del Partido Socialista (PS). Nuestras iras cotidianas son síntomas mórbidos que indican la decadencia de lo viejo y la falta de articulación de lo nuevo.

      Las armas de los débiles

      Un ensayo clásico sirve para introducir el problema de por qué las cosas que nos indignan finalmente no cambian. Es el texto del politólogo Guillermo O’Donnell, titulado ¿Y a mí, qué me importa? Allí O’Donnell compara la sociabilidad en Brasil (retratada por el antropólogo Roberto DaMatta) con la de Argentina. Entre múltiples observaciones O’Donnell destaca algo fundamental: mientras el brasilero de clase alta restituye el orden social y pone al pobre en «su» lugar diciendo «você sabe com que esta falando?» (¿Usted sabe con quién está hablando?), cuando un argentino de clase alta dice lo mismo recibe como respuesta: «Y a mí, ¿qué (mierda) me importa?».

      O’Donnell argumenta que pese a ser diferentes formatos, ambos refuerzan la conciencia de la desigualdad entre estratos sociales. En la versión argentina, explica O’Donnell, «[…] el interpelado no niega ni cancela la jerarquía: la ratifica, aunque de la forma más irritante posible para el «superior» —lo manda a la mierda—». Luego, el autor concluye: «En Río, violencia acatada. En Buenos Aires, violencia reciprocada. ¿Mejor o peor? Simplemente, diferente. Pero con un importante punto en común: en ambos casos, estas sociedades presuponen y re-ponen, cada una a su manera, la conciencia de la desigualdad».

      En ambos formatos, uno «oligárquico» (Brasil) y otro «populista» (Argentina), la desigualdad entre clases perdura y se refuerza.

      Aunque el texto de O’Donnell es de 1984 permite, en mi opinión, echar luces sobre eventos largamente comentados en los medios y en las redes sociales durante el pasado verano chileno.

      Antes de hacerlo, me interesa también recordar un segundo clásico de las ciencias sociales contemporáneas: el libro Las armas de los débiles de James Scott. Publicado en 1985, el texto nos transporta a comunidades de campesinos del sudeste asiático, con el objetivo de entender por qué, aunque se encuentran en una situación de explotación que bordea la esclavitud, no se rebelan.

      Scott argumenta que los «débiles» sí se rebelan, pero de modo inorgánico. Todos los días cometen actos de sabotaje contra los intereses de sus patrones (por ejemplo, rompiendo herramientas o arruinando parte de lo cosechado), generando así perjuicios significativos a quienes los explotan laboralmente. No obstante, estos actos de rebelión cotidiana que Scott denomina las «armas de los débiles» funcionan también como válvulas de escape que impiden la consolidación de un movimiento campesino que eventualmente logre presionar por cambios estructurales.

      Los clásicos de O’Donnell y Scott siguen siendo pertinentes para echar luz sobre procesos sociales contemporáneos. En lo que resta de esta columna me interesa revisitar el incidente que involucró a Matías Pérez Cruz en el lago Ranco11. El análisis también aplica al intercambio que protagonizó Cristián Rosselot en un supermercado de Pirque12.

      En ambos incidentes, un individuo de clase alta intentó restituir «la jerarquía social» al interactuar con individuos de estratos sociales inferiores y terminó incinerado en las redes sociales. A los videos, memes y troleos, siguieron sendas columnas de opinión sobre cómo estos incidentes exponían resabios feudales que el proceso de modernización social en Chile volvía ya inadmisible. Aquí intentaré explorar otros ángulos analíticos.

      Interacción entre diferentes

      Usualmente se argumenta que uno de los problemas fundamentales del Chile contemporáneo es la desigualdad. Yo mismo lo he argumentado en mis columnas. No obstante, los efectos de la desigualdad no son lineales. Los datos con que hoy contamos para América Latina13 muestran que la desigualdad ha caído de modo significativo en la región (al menos a partir de datos provenientes de encuestas de hogares, en las que no es posible estimar el ingreso del top 1% más rico)14. ¿No debiésemos entonces esperar una reducción de los conflictos sociales y políticos? No necesariamente. La reducción de la desigualdad, especialmente en sociedades que siguen siendo altamente desiguales, puede incrementar los conflictos al visibilizar las diferencias y los múltiples obstáculos que interfieren con la movilidad social ascendente.

      El contacto, algo más frecuente entre los diferentes, así como el empoderamiento de quienes, por ejemplo, no llegaban a las costas del lago Ranco (o simplemente no se confrontaban con el «dueño» de la playa), puede generar roces que la alta desigualdad y segregación social evitaban en el pasado.

      La impugnación permanente a la élite y al establishment, y la incomodidad con que estos últimos deben transitar espacios en que deben interactuar con diferentes, es uno de los signos de este tiempo. Pero la interpelación a la élite tiene, como veremos, limitaciones bien tangibles.

      Viralización y las «armas de los débiles»

      La viralización por redes sociales no existía en los tiempos de O’Donnell y Scott. Las redes permiten hoy visibilizar e impugnar socialmente las actitudes de quienes, como Pérez Cruz y Rosselot, intentan seguir abusando de aquellos que poseen menos recursos y estatus social. En este sentido, las redes se han vuelto tribunales de justicia sucedáneos. En estos tribunales, donde todos operamos desde la superioridad moral, ni se respetan el debido proceso ni la presunción de inocencia, ni se calibra demasiado la naturaleza de cada falta. Tampoco se pueden administrar las consecuencias de la «pena» (la «funa» en redes sociales), ni garantizar que el victimario sufrirá un castigo conmensurable a su ofensa. Ni para un lado, ni para el otro.

      Incluso si usted estuvo entre los indignados, entre los que compartió un meme, o entre quienes intentaron cosechar likes y followers con alguna ingeniosa humorada, le apuesto que hace ya tiempo que no se acuerda del «guatón de Gasco» o del «abogado abusador» de Pirque. Seguramente, Pérez Cruz y Rosselot han sufrido en estos meses, en su vida personal y profesional, algunas consecuencias dolorosas de la viralización de sus actos. Pero, tal vez solo un poco más lentamente, ellos también habrán dejado su infortunio atrás.

      Sin embargo, la pregunta socialmente relevante es otra: la viralización de estos incidentes, ¿aporta algo a la reducción del abuso y a la desigualdad, en un contexto social más amplio? ¿Hay algo más que «pan y circo» en todo esto?

      Me temo que, como argumenta O’Donnell para el caso del «y a mí, ¿qué mierda me importa?» argentino, y como lo hace Scott respecto a «las armas de los débiles», el escándalo que creamos en las redes sociales resulta bastante funcional a la continuidad del statu quo. Aunque nos desahogamos cotidianamente, contribuimos poco a buscar soluciones que nos hagan indignarnos menos en el futuro.

      La desarticulación de lo nuevo

      A las pocas horas del incidente en el lago Ranco, «Gasco» se convirtió en trending topic nacional en Twitter. Mientras tanto, el video se había viralizado, siendo compartido por más de 30.000 usuarios en menos de 24 horas, generando a su vez más de 5.000 comentarios. Asimismo, un intento de

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