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organizaciones políticas juveniles que vivieron un doble proceso: por una parte, un gran crecimiento y la búsqueda de mayor autonomía frente a las organizaciones de adultos y, por otra, una mayor participación en la política y de una forma más radicalizada, opción favorecida por la crisis económica, social, política e ideológica de la época: el desempleo, la ruptura de las lealtades políticas tradicionales, las mayores dificultades en las condiciones de vida de los jóvenes, una cultura que apoyaba valores violentos y agresivos y que consideraba a la juventud como agente del cambio social, el abandono de los valores sociales tradicionales por parte de los jóvenes, que creían que las fórmulas de los adultos habían fracasado, o el desarrollo de nuevas ideologías, como el fascismo y el comunismo, que daban un papel muy activo a la juventud. Este doble proceso de autonomía y radicalización se ha destacado en toda la Europa de entreguerras y para todos los ámbitos ideológicos, incluyendo desde países como Checoslovaquia y Polonia a organizaciones como las juventudes del Partido Radical Francés.9 Una característica común a esta movilización juvenil, especialmente en los años treinta, fue la paramilitarización: grupos de jóvenes uniformados y armados marchaban por las calles de las principales ciudades europeas, produciéndose numerosos enfrentamientos entre grupos política e ideológicamente opuestos, como muestran los ejemplos de Alemania o Austria.10 Los jóvenes adoptaron una actitud poco respetuosa hacia los adultos que les habían fallado –como parecía haber demostrado la Primera Guerra Mundial y la evolución política del periodo y la crisis económica de 1929 parecían confirmar–, como se refleja en la frase con que comienza este capítulo, y la juventud jugó un papel destacado, e incluso protagonista, en la conflictividad social y política: la actividad social y política de los jóvenes se extendió a buena parte de la juventud de la clase media y de la clase obrera urbana y rural.11

      Esta movilización juvenil de escala continental fue claramente percibida por los jóvenes españoles. Así, la Federación de Juventudes Socialistas (FJS), la organización juvenil del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), planteó en 1934 que «el eje alrededor del cual vivieron los países occidentales durante los cuatro años sangrientos [la Primera Guerra Mundial] fue sólo éste: la juventud» y «al firmarse el armisticio, las grandes masas supervivientes inundaron las ciudades, los partidos políticos, las organizaciones sindicales», rompiendo «el ritmo normal de vida de sus respectivos países». La organización juvenil socialista consideraba que el fascismo y el bolchevismo habían tenido como base la juventud, «que les abrió camino, que los alienta, que los estudia y que tiene fe en ellos», y concluía que «hoy, las Juventudes Socialistas no son la cola del león, la retaguardia del Partido» sino que tenían que ocupar «el primer puesto de la lucha». También los organizadores del primer fascismo español tenían muy claro el papel que estaban jugando los jóvenes en Europa. El fundador de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalistas (JONS), Ramiro Ledesma, dijo en 1935 que «el paso al frente de las juventudes es una orden del día (sic) incluso mundial. Están siendo por ello en todas partes el sujeto histórico de las subversiones victoriosas».12

      Y es que el retraso español en la modernización socioeconómica y en el establecimiento de un verdadero sistema democrático tuvo su correlato en un más tardío desarrollo de las políticas dirigidas hacia la juventud y de las organizaciones juveniles. Sin embargo, a pesar de que España había permanecido neutral en la Primera Guerra Mundial, la sociedad española no iba a escapar a lo que se puede considerar la primera oleada de movilización juvenil europea.13 Aunque algunas organizaciones juveniles surgieron con anterioridad al periodo de entreguerras, su movilización y la participación de los jóvenes en la política no cobrarían importancia hasta el final de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y prácticamente alcanzarían el carácter que tenían en el continente europeo en los años treinta. Como han destacado los escasos estudios previos existentes, sólo a partir de finales de los años veinte y principios de los años treinta se puede hablar en España de «organizaciones juveniles propiamente dichas».14

      Esta movilización juvenil se reflejó en el papel de los jóvenes en la caída de la dictadura de Primo de Rivera, principalmente de los estudiantes agrupados en la conocida como Federación Universitaria Escolar (FUE), aunque oficialmente se llamaba Unión Federal de Estudiantes Hispanos (UFEH):15 las Asociaciones Profesionales de Estudiantes existentes (APEs) se coordinaban en cada distrito universitario en las FUEs, la primera de las cuales se formó en Madrid, según José López-Rey, en enero de 1927. Esta movilización estudiantil contra Primo de Rivera, como ha estudiado Isaura Varela, era muy diferente a la de principios de siglo, centrada en temas exclusivamente académicos y definida por el adjetivo troyano con el significado que se le dio en los años treinta: un tipo de estudiante «amigo de algaradas, poco amante del estudio y escasamente comprometido con su entorno cultural y social». La acción de la FUE estuvo influida por las dificultades para la estabilización profesional de los jóvenes universitarios, se inició como oposición a la reforma educativa que permitía a los colegios religiosos dar grados universitarios y dio paso a una clara politización de la organización, que recibió el apoyo de destacados profesores liberales y se convirtió en un movimiento contra la dictadura.16 La organización estudiantil no pudo celebrar su primer congreso hasta después de la caída de aquella, en abril de 1930, cuando contaba ya con 127 asociaciones y se definió como una organización «sin carácter confesional ni político», centrada en la acción social, económica y cultural.17

      El papel destacado de la juventud fue reconocido y alentado por destacados intelectuales del momento: Gregorio Marañón escribió en 1928 que el «deber fundamental» de la juventud era «la rebeldía»; y Luis de Zulueta, que se estaba en «una época de juventud», y que lo que se le pedía a ésta no era «un programa, sino una dirección».18 Renovación, el órgano de prensa de las juventudes socialistas, planteó que la creciente movilización de la juventud era consecuencia de la «vieja política» y del caciquismo que nunca dio a los jóvenes «intervención en las contiendas públicas». Pero la misma publicación había reconocido anteriormente que entre 1917 y 1929 las Juventudes Socialistas habían realizado «una labor mínima, reducidísima (…); que más la desacredita que dice en su favor» y en el IV Congreso de la organización, celebrado en febrero de 1932, se dijo que «no hemos tenido relación alguna» con los movimientos estudiantiles habidos durante la dictadura de Primo de Rivera y que su influencia «en los medios escolares ha sido relativamente escasa».19

      Y es que aunque las juventudes socialistas surgieron en septiembre de 1903, cuando se creó la primera sección juvenil en Bilbao, no alcanzaron un desarrollo importante hasta los años republicanos. También en Bilbao celebró la FJS su primer congreso nacional el 25 de marzo de 1906, cuando estaba formada por 20 secciones, con 1.109 afiliados, la mayoría de ellos en el País Vasco. En 1910, la dirección nacional de la federación se trasladó a Madrid. La conjugación de los conflictos en Marruecos con la Primera Guerra Mundial y la campaña desarrollada por la FJS para democratizar las levas permitió un crecimiento de la organización juvenil, que alcanzó a tener, en octubre de 1915, 108 secciones y 3.779 afiliados. Las regiones en que contaba con más militantes eran el País Vasco y Asturias, aunque la única en que no había organizaciones juveniles socialistas era Canarias. Destacaba la escasa implantación de la organización en Extremadura, donde sólo contaba con una sección, y no sorprende la falta de secciones juveniles en Cataluña, por la fuerte presencia anarcosindicalista.20

      Durante los primeros años de su existencia, la acción de la juventud socialista se centró en la realización de actividades educativas, la lucha antimilitarista y la colaboración con el PSOE en campañas de propaganda, lo que se vinculaba con el papel fundamentalmente educativo y subordinado que se dio a las organizaciones juveniles socialistas en toda Europa, y al rechazo a su participación en la política por parte de las respectivas organizaciones de adultos.21 Al igual que sus homólogas europeas, la FJS no surgió por una decisión del partido socialista, sino por la iniciativa de los jóvenes vascos frente a la «reticencia y [el] recelo» de los líderes del partido –recordados por el mismo Indalecio Prieto bastantes años después– que no veían la necesidad de una organización juvenil independiente, concepción que se reflejó en la expresión «organismo auxiliar» que el PSOE utilizó para

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