Скачать книгу

controlar la colonia Planeta. El tiempo también pasó por los chiquillos que de vez en cuando limpiaban su autobús «y se fueron metiendo, como muchos otros, en las pandillas».

      Al querer conducir por el barrio de la MS, «los pandilleros nos cobraban el impuesto de guerra. El dueño de la empresa pagaba 150 lempiras todos los lunes y yo, por ser el dueño del autobús, pagaba otras 150 lempiras», recuerda.

      La M18 no cobraba el impuesto. Ellos estaban especializados en secuestros. «Pero cuando este negocio empezó a caer y a no ser seguro, entonces se pusieron a cobrar también el impuesto de guerra», explica Osman.

      «Empezaron a llamar por teléfono a mi jefe para que les pagara también a ellos». El primer día les contestó el teléfono, pero a partir de ahí nunca más lo hizo. «Es práctica habitual en las pandillas matar a los conductores si los jefes se niegan a pagar y así meterles presión. Nosotros sabíamos que el jefe no les cogía las llamadas a los sicarios y trabajábamos con mucho miedo».

      Los antiguos chiquillos que limpiaban el coche

      Un día Osman, al que suelen llamar Chico, llegó a una parada del autobús cerca del río Chamelecón. Allí «me estacioné y veo a un muchacho que viene hacia mí, se me queda mirando y me dice:

      —Chico.

      —Sí, ¿quién eres?

      —Hombre, ¿no te acuerdas de mí? Soy Carlos.

      —¿Carlos?

      —Sí, aquel que ponías a lavar el autobús de pequeño.

      — Sí, ¿y qué tal? ¿Cómo estás?

      —Si te contara a qué vengo…

      —¿Qué pasó?

      —Pertenezco a la pandilla 18. Hemos estado llamando a tu jefe para que nos pagara el impuesto de guerra y no nos quiere pagar —me dijo—. ¿Sabes quién es el jefe de la M18? Uno de los hermanos Guato —al que Osman también daba dinero de pequeño por limpiarle el autobús—. La orden que me han dado es matar al primer conductor de la TISMA (empresa de transporte interurbano San Manuel) con el que me encuentre en esta estación. Y te reconocí. Solo tengo orden de no matar a Julio, el Pitufo».

      Pitufo es primo de Osman y también era conductor de autobús en la misma empresa. Los sicarios le conocían personalmente y por eso no querían matarlo. La M18 «no se había enterado de que yo también trabajaba en la empresa y, en teoría, yo no estaba exento de la muerte». Las órdenes eran claras: que a Pitufo no se le hiciera nada, pero que al próximo que apareciera se le matara para hacer presión al dueño de TISMA.

      —No vayas a hacer eso conmigo —le dije. Entonces cogió el móvil y llamó al jefe de la pandilla.

      —Aquí estoy con el conductor de TISMA.

      —¿Y por qué no le has matado?

      —¿Sabes quién es? Chico. —Se despegó el teléfono de la oreja y me dijo que el jefe quería hablar conmigo.

      —¿No sabes quién soy?

      —Soy de los Guato. Ahora soy el jefe de la M18. Yo di la orden de que mataran a un chófer porque Antonio Artigas — dueño de la empresa— no nos coge el teléfono y no nos quiere pagar. Ya matamos a uno de otra empresa.

      El jefe de la M18 «se refería al asesinato de Tacamiche. Era amigo mío», asegura Osman. «Trabajaba en la empresa Salinas. Lo quemaron vivo enfrente del aeropuerto internacional de San Pedro Sula. Sacaron a los pasajeros del autobús y lo incendiaron con él dentro. Los dueños de la empresa tampoco querían pagar el impuesto de guerra», añade.

      —Quiero que te reúnas con tus compañeros para que os pongáis de acuerdo y habléis con vuestro jefe.

      «En ese mismo momento me fui a la estación a hablar con mis compañeros. Nos pusimos en huelga y paramos todos los autobuses hasta que vino un dirigente de la empresa y le dijimos todo lo que estaba pasando».

      El hermano Guato le dejó un número de teléfono y le dijo que solo le llamara para darle una respuesta. Acto seguido mostró una actitud parecida a la justicia o a la compasión. «Me dijo también que no me preocupara, que a mí no me iba a pasar nada». Como Osman les había tratado bien y les había ayudado de pequeños, ahora los Guato no le asesinarían. Tan solo acabarían con la vida de uno de sus compañeros.

      «Hablé con mis compañeros y vino también el jefe de la empresa. Quedamos de acuerdo en que a la Mara 18 le pagaríamos los martes». Con el beneplácito de todos, Osman utilizó el teléfono que le había dado el jefe de los sicarios. «Les informé de que habíamos llegado a un acuerdo y que los dirigentes de la empresa se pondrían en contacto con ellos». El impuesto de guerra que acordaron ascendió hasta las trescientas lempiras. De este modo, los lunes pagan trescientas lempiras a la MS y los martes, otras trescientas a la M18.

      Los sicarios

      El encuentro de Osman con el sicario de los Guato revela varias cosas. La primera, que «son los mismos jóvenes del pueblo los integrantes de las maras», asegura Osman. Los mismos chavales normales a los que daba un poco de dinero por que le limpiaran el autobús son los que terminaron como sicarios y estuvieron a punto de matarle. «El cuarenta por ciento de la juventud está metida con los pandilleros». Las bandas se hacen con la juventud a través de las drogas. «Primero los hacen consumidores, regalándoles las drogas, y luego se adueñan de ellos hasta tal punto que les convierten en sicarios».

      La segunda, el clima de terror que se vive en Honduras, uno de los países más peligrosos del mundo. Uno puede salir cualquier día a hacer su trabajo y puede acabar asesinado sin ningún motivo. A Osman casi le asesinan porque su jefe no quería pagar a las maras. «Las pandillas generan miedos, que la gente viva en zozobra. Ellos establecen las leyes. Si dijeran: “A las 19:00, todos a casa”, la gente a esa hora se iría a su hogar por miedo».

      No se puede, por ejemplo, «ni siquiera hacer una comida familiar en el pueblo, porque si no te hostigan los sicarios lo hacen los ladrones». En Honduras «hay también muchísimos ladrones. No puedes dormir con la ventana abierta o dejar un pantalón fuera porque te lo roban».

      Por eso «tratas de no cometer errores». Esto puede ser «mirar mal a alguien o decir una imprudencia». Con eso ya es suficiente «y pueden matarte». Sin embargo, «poco a poco te vas acostumbrando a la muerte». Esto último lo corrobora Osman con la expresión de su cara cuando habla de un amigo, «asesinado este mismo domingo. Estaba enganchado a las drogas. Cuando se casó se compuso y las dejó. Puso un taller de ebanistería. Pero lo mataron», cuenta sin inmutarse.

      Inactividad de la policía

      Ante esta situación, en cualquier otro país desarrollado la policía tomaría cartas en el asunto. Sin embargo, en Honduras «la policía no hace nada. En algunas ocasiones los agentes tienen tratos con los mareros». El soborno «está a la orden del día», aunque no solo en el estamento policial. «Es la llave que abre todo el país. Por ejemplo, puedes ir a sacarte el permiso de conducir en la estación de tráfico en cinco minutos. No hace falta que sepas conducir ni nada. Le pagas mil lempiras a una persona y en cinco minutos tienes el carné de conducir».

      En otras ocasiones los policías «no actúan por miedo». Si de verdad se ponen a investigar un crimen, «los sicarios les amenazan con matar a toda su familia». Por eso el motivo más recurrente para la policía es «ajuste de cuentas entre las pandillas. Así es como se lavan las manos».

      Por una cosa o por otra, al final el perjudicado siempre es el ciudadano. «Los policías saben cuándo van a ir a matar a alguien y no van al lugar del crimen hasta una hora después de que se hayan ido los sicarios. Si algún policía bueno quiere alzarse, lo matan a él y a toda su familia para que se acallen las voces de denuncia».

      __________________

      5. Las maras son unas bandas criminales, formadas principalmente por jóvenes, que se dedican a todo tipo de actividades delictivas, desde el tráfico de armas y drogas hasta el secuestro y asesinato de personas.

Скачать книгу