Скачать книгу

a Cristo) sea incorrecto. Más bien, las palabras que pretenden alimentar el orgullo y son usadas para la auto exaltación a través de la demostración de la sabiduría humana, son incompatibles con hallar nuestra vida y gloria en la cruz de Cristo. Debemos gobernar nuestro uso de las palabras con estos criterios dobles: la auto–humillación y la exaltación de Cristo.

      Si ponemos estos dos criterios al frente de todo nuestro esfuerzo poético —todos nuestros intentos de tener un impacto a través de la selección, el acomodo y la expresión de las palabras— estaremos protegidos del tipo de elocuencia que Pablo rechazó.

      2. La elocuencia cristiana que exalta a Cristo puede no ser la razón por la que se rechaza la cruz

      La segunda razón por la que no creo que el esfuerzo poético sea ajeno a la comunicación que exalta a Cristo y que se humilla a sí misma es la siguiente: las acusaciones de que el problema es la elocuencia a veces están mal encaminadas. Esto no es prueba del punto. Es simplemente una eliminación de un contraargumento mal utilizado.

      La piedra de tropiezo de Benjamin Franklin

      En la primavera de 1740, George Whitefield estaba en Filadelfia predicando al aire libre a miles de personas. Benjamin Franklin asistió a la mayoría de estos mensajes. Franklin, que no creía en lo que estaba predicando Whitefield, comentó sobre estos sermones perfeccionados:

      Su exposición (…) era tan embellecida por la repetición frecuente, que «Cada acento, cada énfasis, cada modulación de voz, estaba tan perfectamente bien dirigida y bien colocada, que aunque uno no tuviera interés en el tema, era imposible sentirse complacido con el discurso: un placer muy similar al recibido de una excelente pieza musical.26

      Es terrible pretender hablar en nombre de Cristo, y ser alabados por nuestra elocuencia en vez de por nuestro Cristo. Pero antes de llegar a la conclusión de que Whitefield estaba descuidando el consejo de Pablo de no hacer vana la cruz con su elocuencia, considera esto. Creo que hay personas que han escuchado mi propia predicación durante años sin comprender con el corazón lo que estaba diciendo. Permanecieron espiritualmente muertos a lo que estaba diciendo a pesar de muchos cambios en la manera de predicar, de la más simple a la más compleja, de la más tierna a la más dura, de una historia llena de suspenso a un argumento cuidadoso. Sin embargo, volvían a venir, no porque amaran lo que se predicaba, sino porque les gustaba la manera en cómo se hacía. Ellos mismos me lo dijeron. Conversé con ellos cara a cara, les rogué, les advertí, les reprendí, oré con ellos. Pero aún así, hasta donde sé permanecieron ciegos a «la luz del evangelio de la gloria de Cristo» (2 Corintios 4:4). Lamentablemente, no detecté en ellos ningún gusto por la verdad, ni la belleza de Cristo.

      No creo que esto se deba a que haya echo vana la cruz despojándola de su poder con una elocuencia vana en todos esos mensajes. Más bien, creo que se debió a lo que Pablo dijo en 2 Corintios 2:15–16: «Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida». En otras palabras, la vanidad y la elocuencia carnal del predicador no son los únicos obstáculos para la fe.

      Jesús, Juan el Bautista y la piedra de tropiezo de la verdad

      Herodes un día decapitaría a Juan el Bautista, pero no podía dejar de escucharlo: «y oyéndole, se quedaba muy perplejo, pero le escuchaba de buena gana». (Marcos 6:20). Lo mismo sucedió con el mismo Jesús: «Y gran multitud del pueblo le oía de buena gana» (Marcos 12:37), pero muy pocos entendían lo que estaba diciendo y realmente creyeron. Ni Jesús, ni Juan el bautista pretendían complacer los oídos de los reyes y del pueblo con palabras persuasivas o vana elocuencia. Ellos en ninguna manera estaban contradiciendo las palabras de Pablo. Pero, con todo eso, su predicación estaba «sazonada con sal» (Colosenses 4:6) y ocasionaba que tanto los reyes, como las personas comunes regresaran a escucharlos.

      Jesús dijo: «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen» (Juan 10:25–27). Quizás Jesús habría dicho esto sobre Benjamin Franklin cuando se negó a creer en el mensaje de George Whitefield. Quizás la elocuencia de Whitefield no fue un obstáculo para su fe, sino una excusa de su incredulidad, mientras que otros encontraron que era el camino a la cruz.

      3. Dios inspiró a los hombres a hacer un esfuerzo poético

      La tercera razón por la que no creo que el apóstol Pablo (o cualquier otro escritor bíblico) descartara el esfuerzo poético en el servicio de Cristo es que Dios mismo inspiró a los hombres a hacer un esfuerzo poético en la escritura de las Escrituras. Ya hemos visto que en el mismo argumento contra la vana elocuencia humana, Pablo eligió palabras muy fuera de lo común para dar un golpe inolvidable: «Lo insensato de Dios» y «Lo débil de Dios» (1 Corintios 1:25). Esto es a lo que me refiero con esfuerzo poético. Esta es una especie de elocuencia de impacto, y la usó mientras condenaba la elocuencia vana.

      El esfuerzo poético de Pablo

      Este no fue el único lugar en el que Pablo eligió palabras que eran inusuales o metafóricas o de impacto emocional cuando podría haber usado palabras menos sorprendentes, conmovedoras o punzantes. Por ejemplo,

      • llamó al hablar en lenguas sin amor «metal que resuena, o címbalo que retiñe» (1 Corintios 13:1);

      • describió nuestro conocimiento incompleto en esta tierra comparado con el conocimiento en el cielo como la diferencia entre el tartamudeo de un niño y el razonamiento de un adulto, y como ver en un espejo vagamente (1 Corintios 13:11–12);

      • se atrevió a comparar la venida del Señor con la venida de un ladrón (1 Tesalonicenses 5:2);

      • trató de despertar a los tesalonicenses a sus afectos diciendo: «Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos» (1 Tesalonicenses 2:7);

      • en 2 Corintios 11 y 12, se atrevió a jugar en el campo de jactancia del enemigo, vencerlos en su propio juego, luego se llamó a sí mismo un tonto por hacerlo: «(hablo con locura), también yo tengo osadía» (2 Corintios 11:21) y “Me he hecho un necio» (2 Corintios 12:11);

      • llama a su propio cuerpo débil una vasija «de barro» (2 Corintios 4:7), y en otro lugar una «habitación» (2 Corintios 5:2);

      • se refiere a sí mismo y a los apóstoles como «la escoria del mundo, el desecho de todos» (1 Corintios 4:13);

      • dice que sus logros morales más elevados sin Cristo son «basura» (Filipenses 3:8);

      • se refiere a los oyentes inconstantes como si tuvieran «comezón de oír» (2 Timoteo 4:3); y

      • describe nuestros pecados como escritos en un registro y clavados con Jesús en la cruz (Colosenses 2:14).

      Esto es lo que quiero decir con esfuerzo poético. Todas estas palabras son imágenes cargadas de poder verbal y potencial evocador. Se esforzaba por no ser aburrido. Por no ser insípido. Su objetivo era dar golpes con plumas («nodriza») y piedras («locura», «basura» y «escoria»).

      El esfuerzo poético generalizado de las Escrituras

      Se han escrito libros completos sobre la asombrosa riqueza y variedad del lenguaje de la Biblia. Abordando la pregunta de cuánto de la Palabra inspirada de Dios es poesía, Leland Ryken pregunta y responde:

      Dada la presencia combinada de paralelismo y una fuerte dependencia del lenguaje figurativo, ¿cuánto de la Biblia es poesía? Un tercio de la Biblia no es una estimación demasiado alta. Libros enteros de la Biblia son poéticos: Job, Salmos, Proverbios, Cantar de los Cantares. Una gran mayoría de las profecías del Antiguo Testamento tienen forma poética. Jesús es uno de los poetas más famosos del mundo. Más allá de estas partes predominantemente poéticas de la Biblia, el lenguaje figurativo aparece a lo largo de toda la Biblia, y siempre que lo hace, requiere el mismo tipo de análisis que se da a la poesía.27

      En Oseas 12:10, Dios mismo dice: «Y he hablado a

Скачать книгу