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es chocante. No lo es menos entre Ángela Fátima Moximi, quien confiesa profesión de fe, empleo de nombres y recitación de oraciones, y su marido Joan Gamot Ramat, quien se declara excelente cristiano. En este caso el inquisidor se muestra incrédulo. Indica a su interlocutor que ser cristiano nuevo, tener un nombre musulmán y estar circunciso son, en conjunto, indicios de herejía. Persistiendo el interesado en sus negaciones, se le pregunta lo que conoce de la fe cristiana. Y precisa el escribano: «no sabe ni persignarse ni hacer la señal de la cruz». Con todo, Joan Ramat no se halla entre los moriscos heréticos absueltos y reconciliados en la iglesia de Benimuslem el 17 de septiembre de 1574. Parece que finalmente se aceptaron sus explicaciones.

      La benignidad del inquisidor no es sorprendente más que en apariencia. Al hilo de los interrogatorios ha constatado la relativa pobreza del islam local. Aquí parece, bien al contrario de lo sucedido en las aldeas vecinas de Benimodo y de Carlet, que no ha tenido necesidad de los servicios del intérprete. Todos los que se presentan pueden expresarse en lengua romance, castellano o catalán. Sin embargo, en Benimodo y en Carlet, 6 de las 291 mujeres interrogadas no conocían más que la lengua árabe. Primera diferencia. Además, mientras que, en Carlet, 38 de los 44 niños relacionados entre los 4 y los 9 años están circuncisos, y que, en Benimodo, todos los niños de más de 2 años lo están también, en Benimuslem, ninguno de los 8 niños de este grupo de edad lo está. Es incluso posible que el uso del nombre musulmán no sea general en los hogares. Leonor Berla, 28 años, Luis Ramat, 20 años, Ángela Berber, 25 años, manifiestan no tenerlos. Pero esta última miente, puesto que su marido la conoce también bajo el nombre de Nuzeya. Dejemos a la interesada el beneficio de la duda. Quizás ha seguido un recorrido idéntico al de Ángela Bolux, 22 años, quien había dejado de oír que se llamaba Aicha cuando era niña, mas esa práctica concluyó después. Añadamos una última singularidad de los habitantes de Benimuslem que, una vez más, los distingue de sus vecinos de Carlet y Benimodo. Ni una vez he encontrado matrimonios entre primos hermanos o alianzas cruzadas entre familias.

      Así, las realidades se nos presentan extremadamente diferentes entre unas comunidades separadas todo lo más por una decena de kilómetros. En ello radica la mayor enseñanza de este pequeño estudio. En Benimuslem, el inquisidor no tiene necesidad de apurar a sus interlocutores en sus encastillamientos, no tiene que inquietarse con exceso de sus mentiras y de sus silencios. El islam local se encuentra en plena desintegración. Sin duda no ha resistido a la presión, a la vigilancia cristiano vieja. ¿Pero, podía? Una pequeña comunidad formada por gentes llegadas en su mayoría de otras villas y cuyos hijos van a menudo a instalarse a otras partes, no tiene la cohesión suficiente para mantener su identidad. Los habitantes de Benimuslem permanecen totalmente extraños al cristianismo, mas su islamismo, reducido a algunos gestos, es muy débil. La comunidad se halla en medio del vado.

      NOTA: Publicado en L’Histoire grande ouvert. Hommages à Emmanuel Le Roy Ladurie, París, Ed. A. Fayard, 1997, pp. 459-464.

      Cuando se recuerda las actividades de los moriscos, es difícil no pensar en el especialista del regadío o en el arriero que surca los caminos de la Península. En este campo, como en muchos otros concernientes a la minoría cripto-musulmana, se han impuesto muchos estereotipos. Lejos de mí la idea de que no correspondan a la realidad. Los mismos son perniciosos por su condición de «reductores». Tienden a acrecentar la creencia de que el morisco era totalmente extraño a sectores completos de la economía; entre ellos, la ganadería.

      Balance, por tanto, nada, o casi nada. Los moriscos ignoran o están ausentes de la ganadería. Mas, ¿se puede estar satisfecho de un diagnóstico tan rápidamente establecido? Ciertamente, no se puede poner en duda la observación bien afianzada de Mercedes García-Arenal. Sin embargo, en la coyuntura, lo contrario es lo que sería sorprendente. ¿Cómo los moriscos desarraigados en tierras castellanas después de 1570, enfrentados a condiciones de vida precarias, habrían podido disponer del capital necesario para la propiedad de ganado? ¿Y cómo los moriscos antiguos, de fuerte tradición urbana en Castilla o en Andalucía occidental podrían dedicarse a la ganadería? Por el contrario, los casos aragonés, valenciano y granadino son más problemáticos. El hecho de que los moriscos, en gran mayoría, hayan pertenecido del Ebro al Genil, al área mediterránea, a menudo ha conducido a enfatizar las relaciones entre la población morisca y la puesta en valor de las tierras de regadío. Como consecuencia, por este camino, el ganado casi no cuenta. Pero eso significa olvidar que, en los terruños, las parcelas irrigadas no ocupan más que una pequeña parte del espacio. Sin embargo ¿las otras superficies estaban descuidadas? Es también una tentación creer en un lazo sistemático entre moriscos y regadío. En el País Valenciano, con algunas excepciones notables como la huerta de Gandía, los cristianos nuevos estaban confinados a las tierras de secano.

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