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como Margarita Xirgu o María Casares, representaban Valle-Inclán y García Lorca, por una parte, y la que prolongaban en el exilio americano, por otra, autores dramáticos de la calidad de Rafael Alberti, Alejandro Casona o José Ricardo Morales. En este sentido, resulta muy revelador que María Teresa León recuerde en unas páginas de su espléndida Memoria de la melancolía el rodaje de una película mítica para el exilio republicano español en la Argentina como La dama duende, de Luis Saslavsky –inspirada en la obra dramática de Calderón de la Barca–, una película tan mítica como lo fue El balcón vacío, de Jomi García Ascot –con guión del propio director, María Luisa Elío y Emilio García Riera– para nuestro exilio en México:47

      Poco tiempo después tenía sobre mi mesa el guión de La dama duende. La protagonista, me dijo Luis, será Delia Garcés.

      Una memorialista entrañable que, no por casualidad, evoca precisamente, en la página final del libro, la figura de Gori Muñoz como «un hombre libre de España», como el escenógrafo de sus recuerdos, como «el único escenógrafo posible de mi memoria»:

      Palabras de un escenógrafo exiliado

      Se ha dicho siempre –y con razón– que el escenógrafo es un intérprete. Pero yo agregaría que es un intérprete que tiene que hablar bajo, de acuerdo con el tono que utilizan los actores en la comedia.

      Cada obra tiene sus exigencias completamente distintas a las demás. No se puede interpretar una comedia brillante o realista de la misma manera. Por eso cada realización escénica presenta al escenógrafo los mismos problemas que al actor para representar a los personajes creados en la obra.

      Tras explicar el proceso de creación de los decorados para una obra teatral, Gori Muñoz pasa a responder a la pregunta de si el decorado ha tenido en todas las épocas la misma importancia:

      Nuestro oficio ha sufrido la evolución marcada por las distintas épocas.

      (...) Con la llegada de Antoine, creador del teatro realista, se simplificó grandemente toda la vetusta maquinaria teatral. La técnica de entonces tiene aún vigencia. El principio que la sustenta es ilustrativo y conviene repetirlo aquí: La escenografía debe servir a la obra y no servirse de la obra.

      Gori Muñoz aprovecha a continuación para reiterar una de sus convicciones profesionales más profundas, pues a su juicio el lugar del escenógrafo en la representación teatral nunca debe ser el de protagonista:

      Lo más difícil de la función del escenógrafo es saber quedarse en su sitio. Es decir, apoyar la comedia dándole el clima que debe tener. Su conducta debe ser la misma que la del actor: actuar siempre de acuerdo con el texto. Pues el escenógrafo no es más que una pieza más del espectáculo dramático; pero nunca su actor principal.

      Toda la grandeza y miserias de su experiencia en el teatro comercial bonaerense, desde 1939 hasta aquel mismo año 1954, se refleja en su siguiente respuesta a la pregunta de si el escenógrafo goza de una amplia libertad para su creación:

      Dentro del teatro el problema de la creación es diverso. Primero son los temas los que plantean la diversidad de los recursos creadores. Pero fuera de estos factores existen otros que gravitan en la acción creadora del artista. Me refiero en especial a la personalidad del director, que a veces impone un criterio. Pero no debemos dejar de mencionar también las exigencias de un tipo de teatro comercial que obliga al escenógrafo, según el criterio del empresario, a hacer un tipo de decorado muy realista, válido del argumento de que el público lo entiende mejor. (Lo que la experiencia sigue demostrando que no es así.)

      En consecuencia, la creación del escenógrafo no es libre. Hay siempre una serie de factores más o menos directos que influyen en su trabajo. En un tipo de trabajo clásico, de revista o de comedia de gran espectáculo, el decorador puede contar en todo caso con un poco más de libertad creadora. Pero nada más.

      Y si antes mencionaba a André Antoine como autoridad escénica, ahora subrayará la importancia histórica, al haber vinculado profesionalmente escenografía y vestuario, de los ballets rusos de Diaghilev:

      Hasta la época de oro de los ballets rusos la escenografía fue un elemento independiente del vestuario. Diaghileff tuvo la idea genial de crear un espectáculo armónico, encomendando también al escenógrafo la realización de los vestuarios. Se inició así el gran periodo en que los grandes pintores de caballete fueron también a trabajar al teatro. Logróse de esta manera otra importante conquista para el teatro.

      Las ideas del gran coreógrafo ruso obraron como un revulsivo. Pudo verse entonces el valor plástico que tenían en la escenografía las nuevas tendencias de la pintura.

      Por último, Gori Muñoz resumía las responsabilidades del escenógrafo teatral con una hermosa demostración de lucidez

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