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la Edad Media reina de manera generalizada la idea de que las gentes están viviendo en un territorio al cual han llegado después de un largo peregrinaje; de ahí la importancia de ser conscientes de los orígenes (Hoppenbrouwers, 2007: 45). La existencia de muchos y muy diferentes pueblos e idiomas siempre ha causado estupor e incluso inquietud, y esto se expresa, por ejemplo, en el mito de Babel, que es más tarde deconstruido en el de Pentecostés. En un intento de poner orden en este caos, el obispo hispanovisigodo Isidoro de Sevilla, en las Etimologías, hace una triple división de la humanidad en descendientes de Sem, Cam y Jafet, y deriva de ahí el concepto de «pueblos elegidos» típico de la Edad Media. Esto se expresa en la literatura por medio de una forma retórica más que de un estereotipo: el autoelogio. En su Historia Gothorum, Wandalorum et Suevorum, Isidoro declara a los godos como descendientes de Magog, hijo de Jafet, y los caracteriza como un pueblo brillantísimo (Rodríguez Alonso, 1975: 171). En el reino franco de los merovingios, el prólogo largo de la Lex Salica (entre el 576 y el 641) define a los francos como un famoso pueblo, consagrado por Dios, fuerte en las armas, valeroso, rápido y austero (Raposo, 1998: 306). En época carolingia, el monje franco-renano Otfrid von Weissenburg, en el prólogo a su refundición épica del Nuevo Testamento conocida como Libro de los Evangelios (hacia el 870), con el fin de justificar el uso de la lengua vernácula en esta obra, compara a sus compatriotas los francos con los romanos:

      Sie sint so sáma chuani, / sélb so thie Románi (...) Sie éigun in zi núzzi / so sáma-licho wízzi, // in félde ioh in wálde, / so sint sie sáma balde (...) joh sint ouh fílu kuani, // zi wáfane snelle / so sint thie thégana alle. (Son tan valerosos como los romanos (...) y gozan de las mismas excelentes cualidades; en el campo abierto y en el bosque son igualmente válidos (...) siempre prestos a las armas; así son todos estos guerreros) (Erdmann, 1973: I.1, vv. 59-64).

      Esas excelentes cualidades legitiman, e incluso obligan, a los francos a difundir por escrito en su propia lengua la palabra de Dios (Raposo, 1998: 308). La autoalabanza estereotipada es instrumentalizada aquí para un fin externo.

      La palabra que se usa aquí para designar a los extranjeros es uualhâ, que en alemán moderno pasará a ser Welsche y que, según la zona y la proximidad geográfica, puede designar a los italianos o a los franceses; en cualquier caso, a los vecinos de lengua romance, que se concretizan en italianos en el sur y en franceses en el suroeste de Alemania. Ésta es la palabra que luego, en las Tablas etnográficas del siglo XVIII, se usará para los italianos.

      En los albores de la Edad Moderna asistimos a un proceso de sistematización de los estereotipos que es testimonio del creciente impulso de ordenación de una realidad cada vez más inabarcable. Joannes Boemus (Johann Böhm) pasa por ser el fundador de la etnografía (Stanzel, 1999b: 14 y ss.) con su obra Omnium Gentium Mores, Leges et Ritus de 1520, que proporciona informaciones sobre diversos pueblos extraídas exclusivamente de lecturas, no de datos empíricos o de viajes, y muestra una clara tendencia a la clasificación, comparación y elaboración de listados. Además, es muy característica de esta época la difusión de estereotipos en la literatura de ficción. Son sobre todo los autores dramáticos quienes utilizan a menudo diccionarios de epítetos para componer personajes-tipo (Stanzel, 1987: 89). Pueden valer como ejemplos de ello la lista que aparece en los Poetices Libri Septem de Escalígero (1561), o el Thesaurus Epithetorum del francés Ravisius Textor de 1617, adaptado al inglés por Joshua Poole en 1657, con su lista de cualidades aplicables a diferentes naciones.

      Otro ejemplo de la aplicabilidad de los esterotipos nacionales a la literatura lo da Agrippa von Nettesheim en su obra De incertitudine et vanitate scientiarum (1530), que alcanzó gran difusión en el siglo XVI y pronto se tradujo a varios idiomas, cuando compara el comportamiento amoroso de diferentes naciones con el fin de demostrar la vanidad del mundo:

      El francés finge estar enamorado, el alemán oculta su amor, el español se convence a sí mismo de que es amado, pero el italiano no sabe amar sin celos.

      Al francés le gusta una mujer agradable, aunque no sea bella; al español le gusta una bella, aunque sea vaga e indolente; el italiano prefiere a una tímida, el alemán desea a una que sea más atrevida y descarada.

      El francés, con su amor tozudo al final se convierte de sabio en necio; el alemán lo gasta todo y al final se vuelve listo, pero demasiado tarde; el español acomete grandes empresas por amor; el italiano lo desprecia todo porque sólo quiere disfrutar del amor (citado según Bleicher, 1980: 15).

      Aquí se traslucen caracteres típicos de novela o de obra teatral, y este potencial literario de los estereotipos se mantendrá, con mayores o menores restricciones, hasta nuestros días. El resurgimiento de la teoría del clima en los siglos XVII y XVIII (Beller, 2007) refuerza la creación y propagación de estereotipos en esta etapa de la Edad Moderna, fundamentando los caracteres nacionales en las tres zonas climáticas fría, templada y cálida.

      Aunque es evidente que la Tabla etnográfica de Estiria está basada en la Litografía de Leopold, ambas obras difieren sobre todo en las imágenes

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