Скачать книгу

un adicto a un placer destructivo. Y cuando el «aquí y ahora» se presentaba sin anuncio previo cargado de realidad, el «ayer y el mañana» se desataba en forma de recuerdos de culpa y visiones de fracaso y falta de esperanza.

      Gus abrazó con sus dedos la copa, en la que se dibujaban las estelas de vapor helado que se desprendían de la mezcla de ginebra, tónica y los dos espectaculares cubitos de hielo circulares que flotaban a la deriva en el combinado. Tocar la copa pareció sosegar el ritmo de su relato.

      –Y entonces me rompí –pareció sentenciar.

      –Bueno, hombre; era lógico. Nadie aguanta así mucho tiempo –pretendí contemporizar.

      –Ya, pero yo me quebré y me ingresaron en agudos. Dos veces.

      –¡Joder! –no quise indagar más. Me quedé de piedra.

      –«Pasas que cosan», como dice mi hijo pequeño –sentenció Gus.

      La situación era una mezcla de consulta médica, charla amistosa, confesión general y desahogo sentimental en la que no tenía muy claro cuál era mi papel. Se lo hice saber.

      –Tienes razón. Llevamos ya un par de horas aquí y a este paso nos va a caer la nevada del siglo que anuncian sin que sepas por qué te he pedido venir.

      –No estoy mal, entiéndeme. Quiero ayudarte en lo que necesites. Pero cada vez lo tengo menos claro.

      –Fijar mi memoria.

      –¿El qué?

      –Fijar mi memoria. Quiero que me ayudes a recordar.

      –Gus, tío, otra cosa no, pero recordar… Créeme, se te da de fábula.

      –No, pero a hacerlo bien, a recordar lo que pasó y lo que hice o no hice y no una versión cualquiera.

      –Pero yo no estaba ahí, Gus; no te puedo enseñar la repetición de la jugada –dije desconcertado para ganar algo de tiempo.

      Este era el momento. Mi vejiga se había sincronizado con mi cerebro y una razonable excusa y pico después me encaminaba hacia el aseo. Me encantó el contraste del monigote que anunciaba en una sola figura el uso permitido para hombres y mujeres, con el estilo clásico del establecimiento.

      Esta parada era fisiológica por más de una razón: además de la obvia, mi lado racional no llegaba a entender muy bien el interés de Gus por mí y la profundidad de su desnudo interior con una «amistad de eventos» como yo.

      Decidido a resolver la incógnita, volví a la mesa. En la televisión del local una atractiva mujer del tiempo con atuendo veraniego compartía pantalla con un rótulo que anunciaba el carácter histórico de «Filomena». No tenía mucho sentido, pero poco de lo que aparecía en televisión en tiempos recientes lo tenía. En la mesa, mi gin-tonic aún mostraba un puntito de dignidad.

      –¿Qué me dices? –me espetó.

      –Déjame apurar el gin-tonic de un trago y te lo cuento –contesté malhumorado.

      –¡Uo, uo, uo…! Tranqui, tranqui; déjame que te explique.

      Y se intentó explicar. Algunas de las personas a las que había acudido en busca de ayuda le aconsejaron ciertas líneas de acción. Una de ellas fue la que ya me había anunciado en titulares antes de mi escapada escatológica.

      –…entonces me quedó muy claro que la memoria no es solo selectiva, sino también maleable. Mis sentimientos, tanto los positivos como los negativos, podían acallar, distorsionar, engrandecer o incluso engendrar nuevos recuerdos sin fundamento real.

      –Sí, lo suelen llamar «memoria imaginativa». La de los falsos recuerdos –dije siguiéndole el hilo.

      –¡Eso es! Me aconsejaron redactar esos recuerdos, con la ayuda de alguien que supiera hacerlo, para recrear con precisión el contexto, los hechos, las emociones, los sentimientos… Quiero que me ayudes tú –concluyó Gus.

      –¿Yo?, yo no escribo diarios –dije a la defensiva.

      –Me encantaría que lo hicieras conmigo. Me han hablado maravillas del grupo de escritores al que perteneces y de cómo en vuestros relatos habéis logrado describir emociones reales en contextos cotidianos, proyectando con fidelidad vuestras experiencias personales y profesionales.

      –¡Ya, bueno…! –exclamé con un esbozo de sonrisa.

      –He leído vuestros libros.

      Tocado. Me acababa de mandar un misil directo a la línea de flotación. ¿No era este uno de los fundamentos de nuestro grupo de «autores con alma»? Sospeché de inmediato que la última frase de Gus tenía muy poco de cosecha propia. Era un guion preparado.

      –Si accedo, ¿qué quieres hacer con el resultado? –le dije entregado a la causa.

      Aquí empezó un segundo bloque de confidencias de sus conversaciones con conocidos comunes. Muchos elogiaban el acierto que mi grupo de escritores había tenido al describir experiencias personales y profesionales. Se sentían retratados en sus páginas.

      Fue definitivo el que el psicólogo de confianza de Gus lo convenciera de que el trayecto vital que había conducido a mi interlocutor a considerar el 2020 como su «mejor año» podía ser de utilidad para alguien, siempre y cuando fuera fidedigno y sincero.

      –He reflexionado mucho gracias al bendito parón del confinamiento y creo que si llamo al 2020 «mi mejor año» –reforzó esta referencia con un movimiento de «comillas» con los dos pulgares y dedos corazón– lo hago por pequeñas grandes victorias conseguidas, junto a generosos aliados, y por haber logrado un cierto control de mis sentimientos.

      –¿Y crees que tu vida le interesará a alguien? –pregunté, lo confieso, con un cierto desdén.

      –No, dicho así, no, desde luego. Pero que un tipo al que le han sacudido varios terremotos en casi todas las esferas de su vida considere un año maldito como uno de bendiciones podría dar una pista a algún desnortado. No aspiro a nada más. Decidí convertir deseos en hábitos de vida y establecerlos como objetivos de mejora personal. Ya sabes; no basta con tomar una decisión: hay que ponerle patas.

      Gus había sufrido una ligera metamorfosis. El dicharachero entusiasta parecía haber encogido de tamaño y ralentizado su ritmo vital. Su mirada se posaba en algún punto de una vía pública bulliciosa, según los estándares sociales de la pandemia. La noche empezaba a hacer acto de presencia. La luz de la cafetería se intensificaba para competir con la penumbra exterior.

      –Tendremos que hablar más, Gus. Un relato así solo se cocina a fuego lento y tras muchas pruebas de sabor y consistencia. ¿Estás dispuesto a dedicarle tiempo?

      –Si tú lo estás, yo lo estoy –contestó con resolución.

      –Bien. Entendido. Una pregunta: ¿qué hace de 2020 tu «mejor año»?

      La pregunta pareció empujarlo hacia atrás. Su cabeza se irguió y su mirada recorrió por unos instantes el techo del local, con elaboradas representaciones de materias primas y productos de la gastronomía española y madrileña. Juntando las manos y con la barbilla posada sobre ellas, dirigió su mirada hacia mí.

      –2020 me ha regalado un frenazo vital, ha ralentizado mi ansiedad por encontrar soluciones y me ha obligado a bucear en mis convicciones. 2020 ha acallado el ruido de los acontecimientos diarios y me ha obligado a lidiar con el silencio incómodo de una vida conmigo mismo. 2020 ha sido un año lleno de acechos a nuestra salud y a nuestras vidas y a mí me ha ayudado a ser más agradecido y más consciente tanto de mi valor como de lo prescindible que soy.

      –¿Y todo lo que hemos perdido, Gus?, ¿todo el daño vivido a nuestro alrededor?

      –Tremendo. Un tsunami emocional, desde luego. Pero también muy humano.

      –¿Muy humano? –pregunté sorprendido.

      –Así lo pienso. Vivíamos sin perspectiva, ensimismados en nuestros logros, preocupaciones y

Скачать книгу