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      Se quedó quieta, y perdió la sonrisa por un instante. Se sintió desubicada.

      —¿Dahlia? —La duquesa frunció el ceño.

      Dahlia sacudió la cabeza para despejarla, e hizo un gesto para despedirse de ella. Se tomó un tiempo para volverse hacia el cuarteto de mujeres enmascaradas que ocupaban un sillón tapizado de seda detrás de la duquesa.

      —¡Disfruten de la noche! Bienvenidas, señoras. —Se alejó con su mejor sonrisa.

      Nadie en el 72 de Shelton Street pronunciaba jamás el nombre o el título de las mujeres, pero Dahlia catalogó de inmediato al cuarteto que solía acudir a Shelton Street sin previo aviso siguiendo la estela de la duquesa: lady S., una célebre y polémica dama que disfrutaba más de Covent Garden que de Mayfair; la señorita L., una medio noble que habitualmente decía lo que no debía y se enfrentaba a la sociedad; lady A., una solterona tranquila y de avanzada edad cuya agudeza valía más que la de la media docena de espías de Dahlia que vigilaban desde las azoteas; y, por último, lady N., hija de un duque muy rico, muy ausente y muy complaciente, y amante de la lugarteniente de los hermanos de Dahlia.

      —Veo que has venido sin tu dama. —Dahlia se encontró con los ojos sonrientes de lady N.

      —Tus hermanos tienen un barco en el puerto, y una noche larga por delante. Sabes tan bien como yo que sin ella se ahogarían en la bodega del barco. Pero eso no es razón para que me quede en casa y me rasgue las vestiduras, ¿verdad? —Agitó una mano en señal de despedida.

      Los Bastardos Bareknuckle introducían en Londres, a bordo de barcos cargados de hielo, mercancías sujetas a fuertes impuestos de la Corona; el cargamento, trasladado con rapidez y siempre al amparo de la oscuridad, proporcionaba unos ingresos que eran a la vez perfectamente legales y excesivamente ilegales. Así eran los negocios en Covent Garden.

      —Estamos más que contentos de tenerla con nosotros esta noche, milady. —Dahlia se rio, antes de volverse hacia la duquesa—. Supongo que no estáis aquí en busca de compañía, ¿no?

      —De hecho, no. Solo hemos venido para intercambiar cotilleos. Te alegrará saber que tenemos un amplio surtido esta noche. —Y también habían venido para enterarse de cualquier nuevo chisme. Aquellas mujeres eran más que bienvenidas al club, donde rara vez aprovechaban las ventajas más sensuales de ser socias, sino que preferían languidecer en las salas de recepción y asistir a las peleas de la planta baja. Al fin y al cabo, las salas privadas no daban lugar a cotilleos, y ese grupo comerciaba con la información por encima de todo.

      —Tenemos tres peleas programadas para esta noche y un número de miembros cada vez mayor, así que Zeva está un poco malhumorada.

      —Me pagas para que refunfuñe. —Zeva levantó la vista de la tranquila conversación que mantenía con un lacayo uniformado en la esquina.

      La duquesa se rio antes de bajar la voz para hablar con Dahlia.

      —Confieso que esperaba que esta noche hubiera más personal de seguridad… —Miró por encima del hombro hacia la puerta, custodiada por un par de los hombres más brutos que se podían encontrar en Covent Garden—. Aunque supongo que esos dos se ocupan bien.

      Ellos, y la media docena de informadoras de los tejados que rodeaban el club, pero nadie necesitaba saber eso.

      —¿Por qué íbamos a necesitar más seguridad?

      —He oído que hay redadas. —La duquesa bajó la voz para ganar intimidad y se volvió. Su mirada viajó por las mujeres esparcidas por la sala, ricamente tapizada de escarlata e inundada de un decadente brillo dorado.

      —¿Qué tipo de redadas? —Dahlia enarcó las cejas.

      —No lo sé. El Otro Lado cerró hace dos noches. —La duquesa negó con la cabeza.

      El Otro Lado era uno de los casinos secretos de Londres más frecuentados por la mitad femenina de la población; la mayor parte de las socias eran aristócratas. Dahlia frunció el ceño.

      —Es propiedad de tres de las aristócratas más queridas de Londres, que casualmente están asociadas con el hombre más poderoso que se ha visto jamás en la ciudad. ¿Creéis que la Corona iría a por ellas?

      La duquesa se encogió de hombros con indiferencia.

      —Creo que El Ángel Caído no cerraría la mitad de sus negocios sin razón. Tienen información sobre todos los miembros…, y esos secretos por sí solos son suficientes para organizar una redada. —Hizo una pausa—. Pero… tú también sabes muchos de esos secretos, ¿no? Te enteras de todo por las esposas.

      Una escultural morena entró por uno de los accesos a la sala, con una máscara muy elaborada, y Dahlia inclinó la cabeza para saludar a la baronesa que pasaba por allí antes de responder.

      —Las mujeres suelen saber más de lo que los hombres creen —comentó en voz baja.

      —También más de lo que los hombres saben, ¿no? —La duquesa inclinó la cabeza a un lado.

      —Eso también. —Dahlia sonrió.

      La conversación fue interrumpida por una carcajada desde la otra punta de la sala, donde un grupo de mujeres enmascaradas conversaban a la espera de ser acompañadas al interior del club.

      —¡Juro que es verdad! —dijo una con urgencia—. Allí estaba yo, esperando a los sospechosos habituales, ¡y allí estaba él! En Hyde Park, a lomos de un magnífico caballo gris.

      —Oh, a nadie le importa el caballo —replicó su amiga—. ¿Qué aspecto tenía? He oído que está totalmente cambiado.

      —¡Así es! —respondió la primera, agitando sus rizos rojos—. Y para mejor. ¿Recuerdas lo arisco que fue la temporada pasada?

      Dahlia intentó apartarse de la conversación, pero la duquesa le puso una mano enguantada de esmeralda en el brazo para detenerla.

      —Es imposible que estéis interesada en el soltero del que hablan… —Dahlia le lanzó una mirada.

      —Disfruto tanto como cualquiera con una buena historia de transformación personal. —La duquesa sonrió, pero no movió la mano.

      —Estuvo en el baile de Beaufetheringstone la semana pasada: ¡bailó todas las piezas! Una de ellas conmigo, y fue como danzar en una nube. Se mueve con tanta destreza. Y está tan guapo. ¡Y esa sonrisa! Ya no es arisco. —Una nueva participante se unió a la conversación.

      —¡Qué suerte tienes! —Le siguió un suspiro.

      —Sea quien sea el pobre hombre del que hablan, está claro que está en el mercado para buscar esposa. Un gran cambio si en un año ha pasado de arisco a bailar todos los bailes. —Dahlia puso los ojos en blanco.

      —Mmm… —murmuró la duquesa.

      —Mi hermano dice que lleva una semana en el club, presentándose a los… ¡padres! —Se oyó un jadeo.

      —Está en el mercado, efectivamente. —La duquesa miró a Dahlia.

      —La historia de siempre. Y no tiene el menor interés, a menos que queráis hacer una apuesta. —Dahlia ofreció a la otra mujer una sonrisa de satisfacción.

      —He oído que el próximo miércoles organiza un baile de máscaras. —La delgada mano de la joven tocó el borde de su deslumbrante máscara dorada mientras se reía—: ¡Y aquí estamos, ya enmascaradas!

      —Bueno. —Fue la respuesta—. Eso lo hace porque todo el mundo sabe que la máscara es para los devaneos. Apuesto a que ya ha elegido. Habrá una nueva duquesa antes de Navidad.

      «Duquesa…».

      La palabra cortó el aire.

      «No puede ser él».

      —Eso sí que es interesante —dijo en voz baja la duquesa presente—. No es que abunden los duques disponibles.

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