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Universidad Santo Tomás aún le agradece dos de ellas que tienen un mismo título, denominadas “La universidad Tomista de Santa Fe de Bogotá” y difundidas a manera de separata en la Revista Universidad de Santo Tomás, en dos números del volumen I (mayo-agosto de 1968, n°2, y septiembre-diciembre de 1968, n°3). También el Boletín de Historia y Antigüedades, órgano de la Academia Colombiana de Historia, publicó un artículo suyo titulado “Rectificaciones y Observaciones a la Biografía de Fray Cristóbal de Torres”, en el volumen LII, números 604 y 605, Bogotá, febrero y marzo de 1965.

      Miembro correspondiente de la Academia Boyacense de Historia desde el año 1967, miembro de la Sociedad Bolivariana de Colombia desde 1968 y miembro de la Academia de Historia de Ocaña desde el mismo año, vale traer a la memoria su obra: Los dominicos en el Perú, publicada en Lima en el año 1970 con una extensión de 336 páginas. Afirmaba el mismo padre José María Arévalo Claro en el prólogo de esta obra lo siguiente:

      Mi afición por la historia de la orden dominicana en América nació en mis años mozos al conjuro de una frase que me impresionó vivamente, aunque por entonces me atrajera más la hipérbole que la honda verdad en que se arraigaba: Gracias a los dominicos los americanos tenemos alma. Cobró fuerza años más tarde al enterarme de que teólogos celebérrimos de San Esteban de Salamanca no debían tanto su fama a la especulación teológica cuanto a la sistematización y defensa del Derecho de Gentes, cifra y compendio de sus afanes por el hombre de América. Y se enrumbó por la búsqueda amorosa y constante, a ratos estéril, exultante a veces, cuando halló la frase mágica y certera de Bolívar que colocó al P. Las Casas entre los grandes benefactores del género humano. Pensé entonces que la investigación de nuestro pasado y nuestra obra en América era un modo de apostolado fecundo, aunque silencioso. Siempre será verdad que ‘una comunidad religiosa sin historia es un árbol sin raíces’.

      Todo lo referido anteriormente desembocó en que, tan pronto como asumí la Rectoría General de la Universidad, le pregunté a mi querido hermano, padre, amigo y confesor, fray Ismael Arévalo, qué había pasado con la publicación de la obra de su hermano fray José Octaviano, de feliz memoria. Me narró alegrías, tristezas y preocupaciones. Pero también vi en él, junto a la nostalgia, la ilusión y la esperanza de que esta obra pudiera llegar a la imprenta. Le dije: “Vamos a concluir esto cuanto antes, Ismael. Esta obra tiene que ver la luz desde nuestra editorial. Me encargaré personalmente de que así sea”. Por eso, con alegría estoy aquí ante ustedes, lectores, presentándoles este libro con el cual no solo rendimos homenaje a la memoria y el pensamiento de fray José María Arévalo, sino que descubrimos cómo se hace real una vez más aquello que dice el Evangelio: “El Reino de los Cielos es semejante a un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mateo 13, 52).

      El libro que el lector tiene en sus manos —como anticipé— es la disertación que él redactó para su grado como licenciado en el Colegio Angelicum de Roma en 1951, justo dos años después de ordenarse como sacerdote. Hasta ahora, la disertación era leída y estudiada en versiones mecanoescritas, a las que se accedía como se accede a un tesoro: muy difícilmente. El texto, de hecho, es eso: un verdadero tesoro, custodiado con primor y rigor fraterno por fray Ismael Arévalo. El texto original me lo entregó en préstamo y disfruté mucho al poder leerlo desde las mismas páginas que fray José María redactó con su máquina de escribir. A fray Ismael le debemos que ese tesoro se haya preservado en óptimas condiciones y la oportunidad de que, cumpliéndose 70 años de su escritura, por fin, haya podido cerrarse su edición y publicación. Es, pues, apenas lógico que hacia él vaya nuestro primer y más grande agradecimiento.

      Sin embargo, para hacerle justicia al texto, no solo era necesario que viera la luz, sino que convenía que tuviera un estudio introductorio que pusiera de presente la profundidad y la necesidad de las reflexiones del padre Arévalo Claro en los días que discurren. Se le encargó esta labor, que asumió de manera consagrada y meticulosa, a otro de nuestros hermanos más ilustres, profesor eximio de Sagrada Escritura y Latín para muchos de nosotros y gran estudioso de la Biblia y de Santo Tomás de Aquino; me refiero a nuestro querido hermano fray Germán Correa Miranda.

      Ya tendrá oportunidad el lector de apreciar que las páginas que le dedica el padre Correa Miranda a Arévalo Claro son, más que producto de la reflexión paciente sobre la obra de un teólogo prominente, la conversación cariñosa y franca entre dos amigos, por más que esté cargada de sabiduría. Esas páginas trascienden, cumpliendo con creces, la función que inicialmente tenían. En tanto conversación, que tiene como punto de partida el pensamiento del padre Arévalo Claro, fray Germán Correa no se atiene a darle contexto o a actualizar el pensamiento de su profesor para el siglo XXI, sino que adelanta sus propias reflexiones en torno al tema de la profecía y la revelación, insertándolo en las discusiones teológicas contemporáneas desde la luz de Santo Tomás. Más que estudio introductorio, las páginas de Correa Miranda son el comentario, desarrollo consecuente, con el que la disertación del así bautizado fray José Octaviano Arévalo Claro alcanza, hoy, plena vigencia. Para fray Germán Correa Miranda va pues nuestro segundo gran agradecimiento. Sean también estas líneas la expresión de mi más profunda admiración, reconocimiento y, dicho sea de paso una vez más, gratitud por su vocación de maestro y teólogo, que engalanan su vocación de fraile dominico.

      Volviendo sobre el texto, en este punto quisiera introducir —expresándola muy rápidamente, menos como un argumento académico y más como una provocación vital— una de las reflexiones del libro que para los lectores actuales podría resultar contradictoria, pero que es, no obstante, una de las certezas que establece el Doctor Angélico y que fundamentan el pensamiento de fray José María Arévalo Claro. Se trata de una verdad que en nuestra tumultuosa realidad, saturada de informaciones contradictorias, en medio de una insufrible velocidad de novedades, donde la hiperespecialización de las ciencias y la ultrasofisticación de nuestros instrumentos del saber son la norma, es necesario resaltar: siendo Dios la verdad primera, toda inteligencia digna de ese nombre se desprende necesariamente de Él. De ahí la relevancia crucial de pensar el proceso intelectual que tiene la profecía, como lo hace fray José María Arévalo. Estas páginas son evidencia de su acierto.

      Publicado en la colección Studiositas Theologica, que se ha constituido en uno de los espacios editoriales más destacados de la teología contemporánea latinoamericana, es, pues, una alegría presentar por primera vez, y en las mejores condiciones editoriales, El proceso intelectual de la profecía según Santo Tomás. Se trata de un ejercicio por el cual, al pretender hacer un homenaje al autor —en el contexto de los 440 años de fundación de la Universidad Santo Tomás—, la homenajeada resulta ser la obra. Así, es un verdadero privilegio haber podido rescatar esta obra, con el acompañamiento de la Provincia San Luis Bertrán, como se debe hacer con la obra literaria de un fraile, con el fin de incorporarla a nuestro fondo editorial. Queda entonces un tesoro revelado, para satisfacción de todos nosotros, en esta obra, que, como todo buen libro, nos ilumina desde el pasado, nos alumbra en el presente y nos ayuda a tener confianza plena en el futuro.

      Ilustre hermano y maestro fray José María Arévalo: en este momento, terminando estas líneas, recuerdo a Quevedo, “Escucho con mis ojos a los muertos”. ¡Cuánta verdad en estas palabras! Ahora, con los ojos, hermano, podremos seguir escuchándote.

      ¡Espero que disfruten de esta bella obra!

      Fray José Gabriel Mesa Angulo, O. P.

      Rector General de la Universidad Santo Tomás

       Bogotá, D. C., 13 de junio de 2020.

      En el Aniversario 440 de la fundación de la Universidad Santo Tomás, Primer Claustro Universitario de Colombia.

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