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Romanos destaca particularmente sobre la figura de Febe: un amor particular por la Iglesia, manifestado por la disponibilidad al servicio y, con toda probabilidad, a la evangelización/difusión de la Palabra; y la naturaleza integral de su compromiso (caracterizado por la acogida, el cuidado y la protección). Se trata de dos elementos que caracterizan a menudo la participación de la mujer en la Iglesia y muestran su feminidad generativa, mostrando su plena y dinámica colaboración en la gestión del cuerpo eclesial y provocando ese proceso de inteligencia creativa que abre nuevas pistas y permite valorar este tiempo privilegiado de germinación de la semilla evangélica que está viviendo la Iglesia universal.

      PRISCILA,

      UNA MUJER EN PRIMER PLANO

      CHANTAL REYNIER

      Entre las mujeres presentes en el círculo de Pablo, Priscila no es solo la mencionada más a menudo, sino también una figura que está en primer plano.

      Es citada con el nombre de Prisca (Rom 16,3; 1 Cor 16,19; 2 Tim 4,19), nombre posiblemente de origen frigio, y con el diminutivo de Priscila (Hch 18,2.18.26). A diferencia de otras mujeres del círculo del Apóstol mencionadas solas, como Febe o Apfia, Prisca aparece siempre junto a su marido, Áquila, originarios ambos del Ponto, provincia oriental del Imperio en la orilla meridional del mar Negro. Se podría pensar, por tanto, que solo existía en relación con su marido, que nunca es mencionado solo, excepto en los Hechos de Pablo (IX,2.10) y en una Lista de apóstoles y de discípulos llamada greco-siríaca, Anónimo II (I,55-59). Es verdad que en este texto del siglo IV Áquila figura solo, entre Gayo y Flegón (citados también en Rom 16,14.23), pero es que tampoco se menciona a ninguna mujer.

      Hecho sorprendente en el Nuevo Testamento cuando se habla de esta pareja, Priscila es citada siempre primero (Hch 18,18.26; Rom 16,3; 2 Tim 4,19), antepuesta al marido, lo que era contrario a las costumbres de la época. Este hecho ha sorprendido a los copistas, que a veces han invertido el orden de los nombres (cf. el Códice Beza, algunos manuscritos de la tradición siríaca, bizantina e incluso de la Vulgata). Su alteración en el orden destaca el papel singular que Pablo reconoce a Priscila.

      Es lícito preguntarse si tal papel se deriva de la riqueza o del rango social. ¿Es posible que Priscila procediera de la gran familia de los Acilios, donde su nombre es común, tanto que la catacumba romana llamada de Priscila se encuentra en el sector perteneciente a esta familia? En tal caso, Priscila podría ser una liberta de la gens Acilia.

      Cualquiera que sea su origen familiar, esta pareja unida no vive necesariamente en castidad para proclamar la Palabra, como han supuesto los Hechos de Pablo (IX,10). Está comprometida activamente en el discipulado de Cristo dentro del movimiento paulino. La pareja llega a Corinto en el año 49, después del edicto de Claudio que expulsa a los judíos de Roma a causa de un cierto Chresto, en el cual los historiadores hoy reconocen casi por unanimidad el nombre de Cristo. De origen judío, pero asimilados a la cultura greco-romana, Priscila y su marido son posiblemente ya cristianos (Hch 18,2-3). Si se hubieran convertido al entrar en contacto con Pablo, los textos no habrían dejado de subrayarlo. En la ciudad de Corinto, que les acerca a su país de origen, consiguen integrarse gracias a su trabajo. Como artesanos, Priscila y Áquila gozan de una condición social más bien acomodada, habida cuenta de que pueden trasladarse de una ciudad a otra y establecerse en ellas (Roma, Corinto, Éfeso). Ejerciendo el «mismo oficio» (Hch 18,3) que Pablo, habría que preguntarse si no serían también de la misma tribu: de hecho, son «fabricadores de tiendas» (skenopoioi), trabajo itinerante que incluye entre otras cosas el procesamiento del cuero. Aunque hay quien ha pensado que producían máscaras para el teatro, en realidad fabricaban tiendas para los juegos ístmicos y toldos para los marineros, utilizados en tierra o en las naves, que era un comercio muy activo en la ciudad.

      La pareja acoge a Pablo cuando llega a Corinto en el otoño del 49. En el ámbito de la sinagoga, el Apóstol conoce primero a Áquila, lo que explica por qué, la primera vez que es citado, es antepuesto a la mujer (Hch 18,2), a menos que esto se deba al hecho de que él sea el propietario de la actividad. Pero en los sucesos que siguen, Priscila tiene siempre la precedencia.

      Pablo decide trabajar con ellos. Pero no lo hace como socio. Ofrece su ayuda puntual durante un período de intenso trabajo debido a los juegos ístmicos, que tienen lugar en el 49 y en el 51. Se trata de abastecer de tiendas a numerosos peregrinos y espectadores, que llegan de todas partes durante estas competiciones deportivas y deben alojarse cerca de los santuarios, al no tener los edificios destinados a ello suficiente capacidad de acogida.

      El taller de Priscila y Áquila se encuentra probablemente en la ciudad, en el barrio del mercado septentrional, en el que había unos cuarenta. Estos siguen el modelo de los talleres de Ostia: de cuatro metros por cuatro, disponían de mesas de trabajo en la planta baja; en la parte de atrás, un espacio destinado a almacenar la materia prima, y en la planta superior, las habitaciones de los propietarios. Durante su estancia, que dura un año y medio (Hch 18,11), Pablo vive durante un período en casa de Priscila y Áquila, después en la casa junto a la sinagoga, antes de mudarse donde Justo, un judío romanizado que se convirtió en su anfitrión, es decir, alguien capaz de garantizarle protección jurídica y ayuda material.

      Gracias a esta pareja, Pablo puede proveer por algún tiempo a su propio sustento, como conviene a todo viajero y a todo predicador. Además, Priscila y Áquila, poniendo a su disposición su taller, contribuyen con él a anunciar el Evangelio. Priscila, que después del primer encuentro siempre es citada primero, desarrolla junto a Pablo la actividad apostólica. La casa de la pareja permite acoger a cristianos (1 Cor 16,19) para compartir la Palabra y la eucaristía. ¿Era lo suficientemente grande su local o poseía una de esas casas relativamente espaciosas halladas en las excavaciones arqueológicas de Corinto?

      Cuando Pablo concluye su estancia en Corinto, parte hacia Céncreas para llegar por mar a la provincia romana de Siria. Lleva consigo a Priscila y Áquila (Hch 18,18). Apenas llega a Éfeso, Pablo «se separó de ellos» (Hch 18,19). Priscila y su marido se establecieron en la ciudad, mientras él prosiguió su viaje. El apóstol les confía la misión de ocuparse de los cristianos de Éfeso, de origen joánico. Éfeso era una ciudad ideal por su puerto y por los continuos intercambios comerciales entre las costas de Anatolia y las europeas, pero también con el Mediterráneo meridional. Estaba ubicada además en el cruce de caminos frecuentados por los comerciantes de lana. Aquí se encuentran con Apolo (Hch 18,24-28), originario de Alejandría, hombre elocuente, convertido al cristianismo. Priscila y su marido entienden que necesita profundizar en la fe adquirida, aunque ya está bien instruido en ella. Le tomaron «consigo» (Hch 18,26). Ellos, que no son personas cultas, se convierten en los maestros de ese hombre brillante que dominaba las Escrituras. Le explican «más exactamente» el cristianismo. Son ellos los que introducen a Apolo en la profundidad de la fe cristiana. Se entiende por qué Pablo habla de ellos en términos de «colaboradores míos en Cristo Jesús» (Rom 16,3). Nuevamente Priscila es citada en primer lugar, lo que resulta sorprendente, habida cuenta de que la enseñanza estaba reservada a los hombres. ¿Acaso no dice Pablo que en las asambleas las mujeres deben callar y preguntar en casa, si es necesario, a sus maridos para aprender algo (1 Cor 14,35)? En el caso de Priscila, Pablo no hace distinción entre hombre y mujer; no solo trata a la mujer en un plano de igualdad respecto al marido, sino que le concede también un lugar único, reconociendo la calidad de su enseñanza en la historia de Apolo.

      Además de la ciencia de Priscila en materia de fe y de Evangelio, hay que subrayar también su valentía. Ciertamente, vive con su marido. Pero no tiene miedo a viajar en cualquier circunstancia, a pesar de los peligros y las dificultades de los viajes por tierra y por mar en esa época. Basta pensar en las tribulaciones que cuentan Cicerón u Ovidio en esas mismas regiones. Hay que tener valor para dejar Roma, bajo la amenaza de la persecución, establecerse algunos meses en Corinto y después llegar a Éfeso, para una estancia algo más larga y en un contexto nada favorable para los cristianos, para regresar luego a Roma antes de volver a Éfeso (2 Tim 4,19). Es necesario aún más valor y una gran libertad de pensamiento para hablar de ese Camino nuevo a hombres más instruidos que ella, para recibir en su casa a los nuevos convertidos, de origen judío, como ella, o de origen pagano, procedentes de entornos muy diferentes (esclavos, hombres libres, familias, célibes,

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