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¿Esto tiene algún sentido? ¿Tiene algún fundamento? ¿Tiene alguna respuesta? ¿Vale algo?

      Nuestra idea del universo y del ser humano cambia mucho según respondamos a la pregunta por Dios. No es lo mismo un universo que camina ciegamente desde el principio hasta al fin, o un universo creado por la sabiduría de Dios. No es lo mismo que los seres humanos seamos el producto casual de un proceso irracional o que estemos hechos a imagen de Dios. No es lo mismo que nuestra inteligencia sea una carambola de la evolución o un designio de Dios. No es lo mismo que nuestra inteligencia y libertad estén basadas en la materia o en el espíritu. Todo cambia.

      En la antigua filosofía, la pregunta por el fundamento, que condujo a la pregunta por Dios, era la clave del pensamiento, porque todo depende de qué fundamento se ponga. Y hoy sigue siendo igual, aunque resulte poco frecuente o incómodo plantearla en términos tan claros. O, quizás, no haya tiempo entre tanto entretenimiento.

      También depende de eso el horizonte de la vida humana: ¿cuáles son los ideales de la vida?, ¿qué hay que buscar? Y la gran pregunta moral de si vale la pena vivir con justicia o no. Si hay un Dios, la justicia y la moral son la ley del espíritu. Pero si no hay Dios, la justicia sería aspiración de los ingenuos, que se han equivocado sobre las leyes que realmente rigen el universo. Desde luego es una equivocación meritoria y conmovedora, pero es una equivocación. Es una ingenuidad (y una estupidez) creer que el mundo debe regirse por la justicia, cuando en realidad se rige por las leyes de la física y de la biología.

      Siempre es conmovedor ver personas que no creen en Dios pero procuran ser morales y justas. Es un gran testimonio del valor de la humanidad. Y de la fuerza y arraigo que tienen las convicciones morales en el espíritu humano. Son siempre más los seres humanos que quieren vivir moralmente que los sinvergüenzas. Pero, en el fondo, todos los buenos viven como si Dios existiera. Viven como si el espíritu fuera más que la materia, como si los seres humanos tuviéramos algún valor, como si la justicia fuera mejor que las leyes de la física y la biología. Y les parece que respetar a los demás es más bonito y necesario que la ley de la selva, la de que prevalezca el más fuerte. Pero esto son leyes del espíritu y reclaman un fundamento espiritual. La pregunta por Dios es la pregunta por ese fundamento. Por eso no se puede evitar, aunque la moda lo evite.

      Unos creen en Dios y otros no creen. Sin embargo, la idea que nos parece obvia y que manejamos de Dios en Occidente es la cristiana: un Dios creador, todopoderoso, bueno y justo. Nadie admitiría hoy un dios como Júpiter, pendenciero, mujeriego y caprichoso. En el mundo romano y en el griego, Zeus o Júpiter eran posibles. Hoy nos parece imposible, tanto si creemos en Dios como si no creemos.

      Desde que se ha expandido la idea cristiana de Dios, ya no se admiten rebajas, no se puede creer en dioses como Zeus o Júpiter. Quizá se puede creer en la Madre tierra o en un espíritu del universo, pero en Júpiter, no. Eso se acabó.

      Es difícil imaginar un Dios que no sea creador, que no sea todopoderoso o que no sea bueno y justo. Es famoso lo que Feuerbach decía: que los hombres hemos hecho a Dios a nuestra imagen y semejanza. Que ponemos en él el ideal de nuestra vida humana. En parte es verdad, aunque sólo es verdad desde que se expandió la idea cristiana de Dios.

      Nos parece un ideal para nuestra vida ser inteligentes, razonables y justos. Por eso, creemos también que Dios tiene que ser así. No es una cuestión sólo de imaginación o de preferencias. La idea de que la persona humana es imagen de Dios o del fundamento de la realidad encierra algo importante. Tiene que haber una relación muy fuerte entre Dios y la explicación última de la realidad y del ser humano.

      No podemos ser inteligentes y libres si, en el fondo de la realidad, no hay inteligencia y libertad, sino solo materia con leyes ciegas. No podemos explicar que exista la inteligencia y la libertad humanas si el fundamento de la realidad no tiene inteligencia y libertad. Por eso, es difícil pensar que sólo exista la materia. Si el fundamento de todo es una materia que no tiene libertad e inteligencia, ¿de dónde saldría nuestra libertad y nuestra inteligencia? No podrían realmente existir o quizá serían ficciones y una gran equivocación. Pero es tan evidente que existen…

      Y la cuestión de la justicia también se plantea con mucha fuerza. ¿Por qué o para qué intentar ser buenos y justos, si el fondo de la realidad no somos ni buenos ni justos? Si el mundo fuera solo materia y vida, no habría justicia. Porque los átomos y los animales no obran de acuerdo con la justicia, sino de acuerdo con las leyes físicas o los impulsos biológicos.

      Cuando afirmamos que la justicia es muy importante, afirmamos un mundo como si Dios existiera. Y cuando afirmamos que es muy importante el amor al prójimo, también afirmamos un mundo como si existiera. En el fondo, son fuertes indicios de que realmente Dios existe.

      ¿Y la ciencia? ¿Qué tiene que decir la ciencia sobre la existencia de Dios? Se podría decir que la pregunta sobre Dios no es una pregunta propia de las ciencias, sino una pregunta propia de las personas, también de las que hacen ciencia. Las ciencias positivas, como la física o la biología, trabajan buscando las causas materiales de las cosas. Y haciendo experimentos con materia. Pero Dios no es material.

      El universo tiene un funcionamiento propio y Dios no es ni una parte ni un mecanismo del universo. En todo caso, es el Creador y la explicación última del universo. La física intenta encontrar las leyes por las que se mueven las cosas. No hace falta Dios para explicar de cerca por qué se mueven las cosas. Las cosas se mueven por causas leyes naturales, unas se mueven por otras.

      En el mundo griego o romano, la gente creía que el mundo se movía por causas divinas, porque mezclaban los dioses con las fuerzas naturales. Pero desde que llegó el cristianismo, se distinguió claramente entre Dios y el universo. Dios es el Creador del universo, pero no es parte del universo y no está dentro del universo. El universo tiene sus leyes propias y se mueve por ellas.

      Por eso, no hace falta Dios para explicar por qué se mueven las cosas. Basta encontrar las leyes. Lo mismo que para explicar por qué se mueve un reloj no hace falta pensar en el relojero. El relojero hace falta para explicar por qué existe el reloj. Para entender cómo funciona un mecanismo, no hace falta pensar en el que lo ha hecho. En cambio, para explicar por qué existe un mecanismo, sí que hace falta pensar en quién lo ha inventado. Un mecanismo inteligente tiene que proceder de una inteligencia.

      En el mundo pasa algo parecido. Para explicar el funcionamiento del mundo no hace falta Dios. Pero para explicar de dónde viene tanta inteligencia como hay metida en las leyes y estructuras del universo (y en nuestra mente), sí que hace falta pensar en Dios. Para explicar el movimiento de las cosas, basta la física. Pero cuando queremos explicar por qué existe la física o por qué hay leyes inteligentes en el universo, entonces nos ponemos ante la pregunta por la causa última, que es la pregunta por Dios. Por eso, la pregunta por Dios no es una pregunta de la física, es una pregunta del físico.

      A veces se dice que la ciencia ha desplazado a Dios, pero más bien sucede lo contrario. Hoy conocemos mucho mejor la composición de la materia y las leyes de la vida y son mucho más fascinantes de lo que podían imaginar nuestros antepasados. El universo es sorprendente y maravilloso. Por eso, es muy difícil creer que se ha hecho solo a sí mismo por pura casualidad y que no tiene ninguna explicación inteligente. No se puede aceptar que la casualidad ha causado, sin darse cuenta, tanta inteligencia. Es más fácil pensar que debe haber una inteligencia creadora.

      Cuando pensamos en las maravillas del universo, en todo lo que conoce la física o la biología, es fácil concluir que debe existir una inteligencia detrás. Decíamos. Pero con eso llegamos solo a la inteligencia. Nos falta un rasgo importante del Dios cristiano, que es la bondad y la justicia: la voluntad.

      De la observación del universo, se puede deducir que hay mucha inteligencia metida allí. Pero no sabemos si esa inteligencia es buena o maligna o quizá traviesa. Esto pasaba en el mundo antiguo. Los dioses se confundían con las fuerzas de la naturaleza y, por eso, eran bastante imprevisibles, injustos y, en definitiva, inmorales. En realidad, un átomo o un animal no es ni justo ni injusto. Se

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