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darme ninguna información. ¿Qué pasa si no quiero haceros caso? ¿Me vais a hacer daño?

      —Por favor, solo haz lo que te pido, por ahora. Tendremos una cena encantadora y entonces podremos hablar, te lo prometo. No queremos lastimarte. Déjame ayudarte.

      —Creo que puedo bañarme y vestirme yo sola. De verdad.

      —De acuerdo, te dejaré a solas. No intentes irte, habrá un guarda al otro lado de la puerta.

      —¿Y a dónde diablos iba a ir?

      La mujer se estremeció.

      —Vosotros los humanos decís muchas palabrotas. No es nada femenino. Volveré a buscarte en breve. Estate preparada.

      «Y una mierda femenino. Esperad a que me cabree de verdad y ya veréis lo que es ser femenina». Star sabía que su forma de hablar solía volverse tosca cuando estaba asustada y enfadada, y ahora lo estaba mucho, ambos cosas.

      Echó un vistazo rápido a la habitación, pero no perdió el tiempo. No tenía ninguna duda de que la extraña mujer volvería pronto y le apuraría para presentarse ante «Su Majestad», por mucho que no estuviera preparada. Obviamente, la mujer elfa estaba agobiada y estresada, y Star había percibido un destello de miedo en sus ojos.

      Dio unas bocanadas de aire y se calmó. Todo aquello era o una alucinación o un sueño, y en cualquier caso no había motivo para entrar en pánico porque pronto dejaría de ver cosas o despertaría.

      La horrible idea de que la hubieran secuestrado le rondaba la cabeza, pero expulsó ese pensamiento para no sucumbir completamente al miedo. ¿Por qué iban a secuestrarla? Y encima con disfraces de elfo. No, todo eso era un producto de su imaginación hiperactiva, o quizá un flashback retardado derivado de las drogas contra las que la habían advertido cuando era una adolescente.

      Merodeando por la habitación descubrió un pequeño armario y lo que parecía ser un orinal tras una cortina. Aliviada, Star hizo uso del extraño artilugio y después olió el agua de la jarra que había sobre la mesa. Olía bien y sabía bien al dar un pequeño sorbo, así que engulló una taza. Entonces se desvistió, sumergió la punta de un pie para comprobar el agua de la bañera y se metió. Con la esponja que encontró, se frotó rápidamente y justo cuando había terminado de secarse con la toalla y ponerse el vestido, entró la mujer elfo.

      —Oh, te queda perfectamente. Estás presentable. Siéntate aquí, me encargaré de peinarte —dijo Vesta mientras señalaba el tocador.

      Star se movía tímidamente con ese vestido. Rara vez vestía faldas y le preocupaba tropezar con ese vestido que llegaba hasta el suelo. Esa prenda, sin embargo, estaba hecha de una material ligero y etéreo. El tejido se movía con ella, y tras dar unos giros y vueltas de prueba, no le preocupaban los tropiezos. «Probablemente pueda correr con esto puesto, si tuviera que hacerlo».

      Vesta frunció el ceño taconeó el suelo.

      —Venga, siéntate, no tenemos tiempo para esas tonterías.

      Star se sentó.

      —Por favor, dime qué está pasando. He cooperado, ¿no? —preguntó con su voz más dulce, la que usaba para engatusar a los niños testarudos y los padres enfadados.

      —La conversación tendrá que esperar hasta más tarde. Ahora mismo debemos prepararte y llevarte a cenar a tiempo. Por los dioses, tienes el cabello hecho un desastre. ¿Cuándo es la última vez que te lo cortaste?

      La mujer trabajaba rápida y eficazmente, y Star quedó maravillada con el peinado elaborado que preparó en solo unos momentos. Star no hacía mucho más que lavarse su cabello ligeramente ondulado por la noche, después se lo humedecía y recogía con una pinza por la mañana. Cuando lo necesitaba, se lo recortaba en una peluquería que no requería cita y, ahora que lo pensaba, la última vez había sido bastante tiempo atrás. No había prestado nada de atención a su mantenimiento personal desde el Evento.

      —Al menos dime tu nombre. Es Vesta, ¿verdad? Te diré el mío, me llamo Star.

      —Sé cómo te llamas —dijo la mujer. Hizo un gesto a Star para que se girara y comenzó a aplicarle vigorosamente el maquillaje. Unos segundos después, cedió—. Sí, me llamo Vesta. Pero solo deberías hablar conmigo si es necesario.

      «Como si quisiera tener una conversación larga y acogedora contigo, cascarrabias». Obviamente, la mujer no quería conversar, pero Star, acostumbrada a sustraerles información a niños de nueve años, se puso manos a la obra.

      —Vesta, ¿dónde estoy y quiénes sois? Venga, puedes contármelo. De todos modos me enteraré pronto, ¿no? Ese elfo... Es decir, el hombre del patio, dijo que lo explicaría. De verdad que me gustaría saberlo. Estoy asustada. —Las lágrimas que aparecieron en los ojos de Star eran reales; estaba asustada.

      —Oh, no llores, echarás a perder el maquillaje. Muy bien. Te encuentras en Porrima y somos duendes. Es todo lo que puedo decir de momento.

      Star sopesó esa información. ¿Podía su cabecita, estresada, sobrecafeinada y deprimida, haber elaborado algo tan estrambótico? ¿No habría recibido una receta del médico y se habría tomado demasiadas pastillas de la felicidad? Todo eso no podía estar pasando, pero decidió tranquilizarse y seguirle la corriente.

      —De acuerdo, Vesta, si estoy en otro planeta, ¿cómo es posible que os entienda y vosotros a mí? Explícamelo. ¿Y por qué puedo respirar el aire de aquí y beber el agua?

      Vesta suspiró.

      —Tenemos un programa traductor que adapta nuestra habla. Es muy técnico, así que no me pidas que te lo explique, no es mi especialidad. Estamos en un entorno controlado; los técnicos han creado una mezcla de aire apto para todo aquel que viene aquí. También hemos formulado un agua que se adapta a la que tú estás acostumbrada. Basta de hablar, tengo que maquillarte los labios.

      Cuando Star estuvo arreglada para satisfacción de Vesta, las mujeres salieron por la puerta, bajaron por la escalera de caracol y regresaron al patio. Vesta miró a su alrededor y soltó una fuerte exhalación.

      —¿Dónde estará ese Roven? Tarde, como siempre. Espera aquí.

      Vesta se fue al trote por uno de los caminos.

      Star examinó más atentamente el patio. Flores y plantas crecían por todas partes y un aroma cítrico le llenó los pulmones. Las fuentes burbujeaban, creando un sonido placentero y melódico. Había bancos alineados a los lados del gran espacio abierto, y unos caminos empedrados se adentraban en el denso follaje de los bordes. Ese jardín sería un escenario bastante pacífico, si no fuera por los guardas con lanzas puntiagudas apostados por la zona. Al echar la vista hacia arriba, Star observó un cielo rojo pálido con dos objetos brillantes situados en el firmamento. Contuvo la respiración y sintió que el corazón le dio un brinco. Cielos, ¿realmente se encontraba en otro planeta? No era posible.

      Unas voces llamaron su atención hacia uno de los caminos y vio al hombre humano escoltado por los guardas, de nuevo con sus armas desenvainadas. Lo llevaron junto a ella y volvieron a marchar sin mediar palabra.

      —Hola de nuevo. ¿Estás bien? ¿Por qué estás maniatado? —preguntó Star, aliviada por ver a este desconocido. Fuera quien fuera, parecía estar relativamente calmado y, ahora que podía verlo de cerca, era sin duda humano, y rematadamente guapo.

      —Estoy bien, creo. No tengo ni idea de qué está pasando. Me estaba comportando y poniéndome esta estúpida túnica y las mallas cuando un guarda entró en mi habitación y me ató las manos.

      —Quizá pueda deshacer los nudos. Acércate un poco y gírate. No creo que los guardas se den cuenta si no nos movemos demasiado.

      —Gracias, pero creo que ya los he soltado. Sigue cubriéndome la espalda. Me llamo Adam Henderson, por cierto. ¿Y tú eres...?

      —Star. Star Lite. —Ella esbozó una pequeña sonrisa al escuchar su risita—. Mis padres eran... creativos.

      —Ya me lo imagino. Bien, ya

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