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[Los amantes devorados por sus pasos…]

       6. [Tu nombre es una ráfaga…]

       7. [Brilla una esfera…]

       Inédito

       Shiva

      Presentación

      Casi por curiosidad, después de haber hecho una antología temática sobre el amor (De lejos viene, de lejos va llegando, 1999) y otra sobre el mar (Puerto Bagdad, 2003), quise reunir los poemas que he escrito sobre el vino y la embriaguez. No me esperaba el centenar de páginas que he compilado aquí, dado que sólo bebo algunas copas de vino cuando el menú lo amerita; de modo que descubrí que este ha sido uno de mis temas más constantes.

      Nietzsche hablaba de la embriaguez y del sueño como de las expresiones de dos impulsos básicos de la naturaleza, que él personificaba, respectivamente, en las figuras de los dioses Dioniso y Apolo; veía el estado último de embriaguez como el sentimiento de unión con el todo, con el Uno primordial –tal como lo expresa–, en tanto que el sueño aparecía como vehículo de la visión.

      Siguiendo acaso estas huellas, la embriaguez de este libro, que en absoluto descarta como posibles detonadores a vinos, licores y algunas hierbas, no se detiene allí, pues va también en busca de los estados internos de la embriaguez suscitada por la contemplación de la naturaleza y la meditación en el propio ser interior, que es donde se refleja con más intensidad la energía divina que subyace a todo lo que existe, según mi percepción.

      Los poemas compilados aquí pertenecen a libros que se publicaron a lo largo de tres décadas, de modo que reflejan diversos estilos y objetos de interés poético. Los dispuse en un orden más o menos cronológico.

      Agradezco la hospitalidad de Vaso Roto y de Conaculta para estas páginas y me honra participar en su rico catálogo.

      ELSA CROSS

MÁS ROJO BAJO EL SOL

      Ditirambo

      Mosto en los labios.

      Rizan oscuras orlas en la frente

      los pámpanos.

      Salto de lince los ojos,

      fulguración,

      horizonte de límites cambiantes.

      Bistró

      Humildes honores rinden,

      siervos del dios.

      La risa ebria trastoca el oído,

      la hora se incendia de racimos,

      febriles equinoccios.

      Leve arpegio desmaya en el teclado.

      Bebedores de ajenjo

      trituran una frase a media voz,

      —así amantes esquivos.

      Alto en el friso reaparece.

      Cortejo fugaz

      su paso reverencia.

      Amanecer de Rodas

      Las colinas distantes tocadas por el sol.

      El gusto del vino todavía.

      La música que se apaga en los últimos bares.

      El muelle cenagoso.

      Los pájaros que se acercan a la playa.

      El ruido del mar.

      El vaho en los cristales.

      Los pregones incomprensibles.

      El sol sobre los techos.

      El humo.

      Las sirenas.

      El viento afuera.

      Las caras en el espejo de la barra.

      Las gaviotas hambrientas.

      Las bocinas que acallan el ruido del mar.

      El humo del cigarro.

      La embarcación que zarpa.

      El sol.

      El mar.

      Los pájaros.

      El viento.

      Rodas, Rodas, dando nombre a un instante.

       Ghiaie

      En lo alto del verano

      trazamos las vías antiguas.

      Ghiaie por dondequiera,

      guijarros de colores

      en el Jardín de los Caballeros de la Cruz de Malta,

      en el Jardín de las Musas.

      El vino abre tajos en la memoria.

      Así tu cuerpo,

      ¿no era el mismo que reflejaban las piscinas de Adriano?

      ¿o el escorzo de la deidad marina

      cerrándome el paso en una calle?

      Desde el Palatino trazamos las vías antiguas.

      Pero nada tocaba el corazón.

      Poco nos fueron

      los peristilos de luz bajo el crepúsculo romano,

      poco nos fueron los cipreses.

      Nos dormíamos en sus historias,

      y mientras venían a degollarnos

      estaba el día con su espalda de ceniza.

      El hastío carcomiendo los libros

      y las buenas maneras en la mesa.

      Irrupción

      (Sobre una lectura de Nietzsche)

      Te apacientas de viento.

      Gustas vinos a punto de corromperse

      cuando te has hastiado de las mixturas suaves.

      No hay polvo enamorado.

      El polvo es polvo,

      y al argumento vacuo de la fugacidad,

      y al argumento soso de las rosas de la vida,

      y al argumento discutible del amor,

      opones el gusto simple de los cuerpos,

      excedes el color local de las estatuas.

      Pero ya también carecen de interés.

      Y cuando te descubres bostezando

      vuelves la atención hacia las nobles cosas,

      te apacientas de viento,

      te nutres de grandes músicas

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