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por coma etílico tras un botellón con unos amigos. Los mismos amigos que, cuando se desmayó, en vez de llamar a emergencias la transportaron en un carrito de supermercado hasta el centro de salud más próximo. Al llegar, ya era tarde para salvarla.

      No son pocos los negocios altamente lucrativos que atentan contra la salud y la vida de los jóvenes. Véase, por ejemplo, la agresividad ambiental para consumir sexo a esas edades. Se invierten sumas astronómicas en pornografía, en moda sexy o supuestamente sexy, en publicidad para promover esa moda mediante anuncios, revistas, televisión, redes sociales… Son rentables.

      El poder de lo visual en el varón. Conocerse para controlarse

      Los varones gastan todos los años billones de dólares en ver mujeres sin ropa, comparado con lo que las mujeres gastan en ver varones sin ropa. ¿Por qué?

      Muchas parejas se rompen por el elevado número de horas que el varón pasa viendo porno en internet. A ella le resulta desconcertante. ¿Por qué les pasa esto a los hombres, y no al revés? ¿Por qué hay tantos sitios para ver mujeres en topless, comparado con los sitios para ver hombres en topless o desnudos? Lo visual tiene un gran poder en el varón, como estímulo sexual, mucho más que en la mujer. Por supuesto que las mujeres encuentran atractivos a los hombres, pero la relación entre el estímulo visual y la excitación sexual no es comparable en ambos sexos. De alguna forma, el hombre —mucho más que la mujer— está programado por la naturaleza para tener una respuesta sexual ante los estímulos visuales. Eso lo saben muy bien las agencias de publicidad cuando diseñan sus campañas. En casi cualquier cosa que un hombre pueda comprar, hay una mujer con poca ropa. De ahí que el varón, especialmente cuando llega el verano, vea cómo se multiplican para él los estímulos sexuales visuales, que aparecen donde quiera que uno mire, en la calle, en la televisión, en el metro...

      Esto no convierte al varón en un macho depredador, siempre y cuando sea capaz de controlar estos estímulos.

      El complejo asunto de la moda

      Las mujeres deben conocer esta característica especial del varón, porque a ellas no les pasa. Al menos, no en ese grado. Deben conocerlo para entender el efecto que produce su aspecto en un varón cuando ellas se visten con ropa excesivamente escueta. La forma de vestir que en una playa sería lógica o razonable, se convierte en llamativa en el centro de una ciudad, en un colegio o en una universidad.

      El desconocimiento por parte de las mujeres de qué es el cuerpo de un varón y cómo funciona ante los estímulos sexuales visuales, es una de las razones de esta moda.

      En mi clase hacemos el siguiente ejercicio: ¿cómo reacciona un varón ante una mujer adolescente con shorts recortados, y una camiseta ajustada sin ropa interior? ¿La considera más elegante? ¿O más inteligente, o más interesante? ¿Piensa que vale la pena conocer sus puntos de vista sobre temas de actualidad o geopolítica?

      A la vista del enorme poder que posee lo visual en la fisiología del varón, le resulta imposible no mirar a esa mujer, y puede quedar, casi impotente, a merced de las reacciones físicas de su cuerpo. Es la consecuencia de su testosterona. No digo con ello que el hombre carezca de voluntad para oponerse a esta reacción y controlar su interioridad: me limito a describir una tendencia natural altamente “desordenable”.

      He hablado con muchas mujeres jóvenes sobre esto, y la mayoría desconoce que los varones, en muchos de esos casos, tienen una erección. No todos la buscan, y no a todos les resulta cómodo. He hablado con muchos varones a los que esta situación les resulta incómoda, porque no están seguros de mantener en todo momento el suficiente autocontrol.

      Y las mujeres quieren que los hombres se controlen. Y que no se comporten como machos depredadores.

      Por eso es importante que conozcan bien el efecto que produce en el varón determinados comportamientos y actitudes. Porque a veces este puede interpretar que la mujer busca una relación de intimidad, cuando en realidad no es así. Y aquí empiezan los problemas. Unos se les lanzan y las acosan, otros les dicen una barbaridad, otros las miran como se mira a un pastel en una pastelería. Consumir, disfrutar, olvidar. Al menos así interpretan ellas esas miradas, a menudo desagradables.

      En los seminarios universitarios, entre alumnos más maduros que los escolares, las chicas reconocen que detrás de un comportamiento promiscuo hay una mujer herida en lo más profundo, que busca tapar sus heridas aplicando sexo y alcohol. Perciben también que entran en una espiral que, lejos de curar sus heridas, las hace más dolorosas. Los chicos sin embargo piensan que es un deseo que ellas también tienen, y que ellos pueden satisfacer generosamente; y si las chicas dicen que ni siquiera se lo pasan bien, es mejor no escucharlas. «No hay quien entienda a las mujeres: te llaman, vas, y luego no quieren que vayas».

      Esto origina verdaderas discusiones en clase. Unas y otros no dan crédito a lo que se escucha. Los chicos están seguros de que el deseo sexual femenino es como el suyo («somos seres humanos, no extraterrestres»), y defienden que ellos no hacen más que complacerlas. Y se asombran cuando las chicas dicen que nunca se lo han pasado realmente bien, aunque hayan iniciado sus relaciones sexuales muy pronto, y lleven varios años haciéndolo.

      Además, no quieren eso; quieren que las quieran, no que las usen.

      Los hábitos hacen felices a las personas, o las estropean.

      [1] CHICLANA, C. Atrapados en el sexo. Almuzara, 2013.

      4.

      ¿POR QUÉ LAS CHICAS COMIENZAN TAN PRONTO?

      ¿POR QUÉ UNA CHICA SUELE COMENZAR con relaciones sexuales rápidas, casi nunca satisfactorias, a veces con desconocidos, y de una manera casi anónima?

      ¿Cuál es la razón para que se entregue a una pareja que no ha visto nunca, a una hora extraña, en un sitio extraño y casi público?

      Una amiga de una alumna conoció a un chico en una fiesta. Ya de madrugada, él le propuso ir a su casa con la intención de tener allí relaciones sexuales. Ella aceptó. El piso era bastante cutre, desconchado y sucio, y en él vivían varios estudiantes. Al llegar, camino de su habitación, atravesaron un salón con gente en diferentes estados de consciencia. Ya en el dormitorio, el desorden era enorme. La cama, deshecha, y múltiples calzoncillos sucios esparcidos por el suelo, entre libros y apuntes...

      La razón por la cual esa joven se quedó con el propietario de los calzoncillos esa noche, en vez de salir corriendo, es sintomática de lo que sucede en la actualidad.

      En mis entrevistas con adolescentes y alumnas, sin chicos delante, hay dos razones que se repiten en todos los grupos y en todas las edades:

       «porque necesito sentirme querida»;

       «por inseguridad».

      Falta de afecto, inseguridad. Alimentamos a nuestros jóvenes, les proporcionamos educación, acceso al trabajo, los vestimos y protegemos, impedimos que conduzcan, beban alcohol o fumen hasta determinada edad... Tenemos el control, eso pensamos. ¿Por qué es tan difícil entonces darles afecto y seguridad? ¿Acaso no vivimos en un mundo desarrollado, donde la ley y la tarjeta de crédito son capaces de solucionarlo todo?

      ¿Hay algo que estemos haciendo mal?

      ¿Por qué no se sienten queridas? ¿Por qué no se sienten seguras?

      ¿Hemos creado el clima de afecto adecuado para que crezcan sanos y felices, y sientan la seguridad de nuestro amor incondicional?

      ¿Qué están buscando? Y, sobre todo, ¿qué encuentran?

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