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      Por ello, en la dialéctica entre ceguera y luminiscencia, en el parpadeo casi inapreciable del ojo fascinado por la imagen, cobra fuerza el epígrafe que Betancort elige de Chantal Maillard: El ojo no es inocente nunca. Pareciera, sin embargo, reclamar su inocencia, su primer vagido, su posibilidad de verlo todo (de nuevo) por primera vez, para que sea posible el ejercicio de la alquimia que persigue la poeta, aquello que le permitirá reconvertir los metales del abismo y dulcificar las estancias, aquello que hará frente al desamparo y la soledad, al lenguaje solipsista, a la nada del yo. No hay fractalidad ni geometría sagrada, solo la zona de pérdida, de vacío, de experiencia abismática que recurre a la oración religiosa para atarse a la vida, aquella por la que Hepburn será diosa, musa y reina porque es quien nutre lo mitográfico, quien revela el rostro de aquella que se enfrenta a su reflejo.

      Así el ojo que mira y la mano que escribe intercambian sus cualidades. Y el ojo que mira la pantalla y queda capturado en la belleza inasible de la estrella, es ojo porque la ve. Machadianamente, cerrando un círculo que en realidad es el de una cinta fotográfica que se abre y cierra sobre sí misma para contener el mundo y expandirlo, La sonrisa de Audrey Hepburn invita a recordar, como en los proverbios y cantares, que al buscar en el espejo al otro se encuentra a quien va con uno.

      Quien va aquí con la poeta canaria, evitando las notas del aria de la indefensión, es la mujer que alberga tantas otras, la que encarnó y dio cuerpo a la voz del poema.

      MARÍA ÁNGELES PÉREZ LÓPEZ

      LA SONRISA DE AUDREY HEPBURN

       A mi tía Nela,

       toda ella es sonrisa

       A mis hermanas,

       María y María de los Ángeles Betancort

ESCENA 1: LA LÁGRIMA PRECEDE AL LAGRIMAL

       Desde una edad muy temprana

       fui consciente de la existencia del sufrimiento y del miedo.

       Por primera vez sentí la absoluta alegría de vivir.

      AUDREY HEPBURN

       A la reina perdida privada de corte,

       la esposa del pez con torcido anzuelo,

       la ardiente novia de mirada helada,

       la prostituta, la perra, la hembra,

       y toda mujer sin cordón

       para traerla o guiarla.

      DJUNA BARNES

      Ejercicio de la doble

      Hago el ejercicio de la doble,

      la del dialecto ensayado en el letargo del exilio,

      la que puede transitar los dos lados y volver

      farfulladora y alegre

      con un gato maltratado entre las piernas.

      Soy la adolescente proscrita y cruel

      y la sensible del diario de Anna Frank.

      La que traiciona a sus hermanas

      por un beso de columpio

      y salva a sus amigas

      por un cigarrillo a la intemperie.

      Soy la madre y sólo madre,

      la que desteje su aroma de molusco

      para alumbrar el nacimiento de su hijo,

      la ninfa que se evapora, la matrona despeinada.

      Soy un hombre también. Por fin soy un hombre,

      un muchacho fijado al deseo del héroe

      y el buscador de amparo, el travestido,

      el maquillador de la mejor actriz.

      Soy Mr. Hyde meciendo en los brazos a un niño,

      el horror y su forma rebuscada de sinceridad.

      Soy la preferida de Lewis Carroll

      y la desposada de Nosferatu,

      martirizada y perpetua,

      dispuesta a morir.

      Hago el ejercicio de la doble,

      la dos veces nacida,

      la dos veces invisible.

      Entretanto, mi desacuerdo sueña

      con el signo de ser nadie.

      Black Crow

       Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado.

       Se alimenta de muchas especies y sólo de una.

      MAROSA DI GIORGIO

      El cuervo es una transfiguración erótica de la huida,

      su vuelo reconstruye una cacería nocturna.

      El cuervo se alimenta de lo que ansía

      y aniquila lo que anhela, lo que no le pertenece.

      Se enamora de lo que le produce dolor

      y luego lo mastica hasta retenerlo dentro,

      hasta convertirse en el padecimiento del otro

      que mira horrorizado.

      Marqués de Sade esclavizado a su víctima,

      llora como un recién nacido

      frente al abismo de su ternura.

      Antes de llorar vuelve a morder

      y en ese afán desbarata la locura del mundo.

      El cuervo habla y roza la ventana de un hombre de 1845

      que entra y sale de la esquizofrenia.

      Vampiro y cleptómano de la mujer-clavija,

      mujer con el sexo desplegado

      en la boca de una guitarra,

      el cuervo mata para hacer música,

      el cuervo muere por comer con lo que mata.

      Renace de su indefensión y se equivoca,

      trae en la garganta una serpiente de agua

      que lo deja ciego de sed.

      El cuervo es un río, una constelación,

      la calle deforme de una ciudad

      donde cada día

      nos quitamos los ojos por amor.

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